CAPÍTULO CUARTO

108 28 34
                                    




Tiserisha lleva ya a mi lado más de cincuenta años, y al principio tan solo atacaba a los humanos por instinto. Olía su sangre. No porque sacie su sed, como se ha difundido ya entre los pueblerinos y supersticiosos al igual que la invención de que su mordedura convierte a otros en vampiro, sino porque parece excitarle la sensación de rejuvenecer, incluso sin apenas rozar la quincena de años. Es angustiante. No logro mantenerla bajo control. A poco que me despisto, la chica sale en la noche y encuentra una víctima. Por desgracia, su rejuvenecimiento no solo afecta a su físico. Su mentalidad parece verse afectada también. Logra recordar lo vivido, si no reduce su edad a la de un bebé, como ya ha hecho en un par de ocasiones. Pero aun con la experiencia acumulada, su comportamiento se ve afectado correspondiendo a la edad que alcance tras beber de las arterias de un humano. No sé qué hacer... Necesito viajar por el mundo y colocar las protecciones mágicas que harán de él un lugar más seguro, pero ir cargando con ella... Con las muertes que deja a su paso... Es mi responsabilidad, soy conciente de ello, fue mi última creación. Trato de ser consecuente pero se está convirtiendo en un lastre ya demasiado pesado. Y no puedo acabar con su vida. No. Con la suya no. Gracias a ella abrí los ojos, fue la gota que colmó mi hipocresía. Por ella decidí dejar de crear vidas a costa de otras. Entonces, ¿qué hacer? Quizá, si dejara de verla. Si la alejara de mí, tan lejos como pudiera... para siempre...

                 Akiyama, Notas


***


Al preludio del alba pisaron la tierra dominada por inmensas secuoyas que parecían pretender el mismísimo cielo. Si bien tardaron varios ciclos semanales en llegar, fue porque Tiserisha decidió cruzar las montañas; temía que el rey de Toverosa hubiera corrido la voz y la orden de su captura en los poblados colindantes por la masacre de la que fue responsable. Las historias y leyendas ya corrían de camino en camino, como banda sonora de trovadores y poetastros, donde una criatura bella hasta la médula y más mortal aún, invocaba bestias gigantes salidas de los infiernos, de cuerpos cubiertos de cuernos y calaveras por yelmo.

Y ni lo uno, ni lo otro, pues la chica, ni poseía el don de la belleza más extraordinaria, ni el gigante lucía pinchos ni cráneos por morrión. Por no decir que no surgía de infierno alguno.

El sonido de una cascada produjo entonces en la joven vampiresa una inconfundible extrañeza, pues conocía el lugar, había cruzado aquella gruta junto a Akiyama en el pasado, cuando abandonaron las islas tras la separación de los dioses, y por aquel entonces no había allí torrente de agua alguno. En aquel enclave, donde la desembocadura del río Crank, el agua se aventuraba por una enorme gruta que atravesaba las montañas hasta llegar al mar donde descansaban las islas. Nada de cascadas. Nada en absoluto.

Cuando las finas y constantes gotitas de agua que flotaban en el ambiente comenzaron a acariciar su rostro, recordándole el frío del otoño, corrió entre las toscas columnas que eran las secuoyas hasta alcanzar la entrada de la gruta.

—No puede ser... —exhaló, confundida hasta la saciedad.

Sus verdes ojos, abiertos como aros, contemplaban la grotesca columna de agua que acariciaba la escarpada pared de la montaña. Gruesa, poderosa, tanto que podría partir en dos al mismísimo Yakull. Y con una peculiaridad que fue lo que más la dejó atónita; el agua, no descendía de la montaña, sino todo lo contrario; ascendía lamiendo aquella pared de roca como si la gravedad no le exigiera respeto alguno.

—Esto no es... posible.

Yakull se detuvo junto a ella, miró el amplio estanque de agua ante él y bufó como si aquel extraño fenómeno lo molestase.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Where stories live. Discover now