CAPÍTULO TRIGESIMOCTAVO

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El lanzamiento de Lucía fue más certero. O quizá no tanto como deseara.

Blade cayó de espaldas con un afilado acero hundido en la clavícula.

—No me quedan más —comenzó la chica a correr detrás de su hermano y su madre—. ¡En los caballos!

—¿Habéis traído un arsenal? —preguntó Tiserisha al adentrarse tras Thiago en uno de los túneles.

Thiago, comprobando que aquella gruta era la que utilizaron para llegar hasta allí, respondió nervioso, agitado por los gruñidos que los perseguían.

—Tan solo lo necesario como matar a tantos de ellos como fuera posible para así llamar su atención.

—Al menos parece haber funcionado.

—Ahora ese no es el problema...

Detuvo el paso, derraparon sus pies sobre la gravilla. El viento helado los azotó y una caída que se perdía en la distancia, teñida del color blanco y difuso de la ventisca, se presentó bajo sus pies en forma de despeñadero. Tiserisha asomó la cabeza, desde allí se podía ver a lo lejos la grieta que servía de entrada principal. En el camino, una matanza brutal donde una treintena de mediolobos manchaban de carmesí la fría nieve. Pero no solo vio eso. A sus pies, varios rastros de sangre escarchada dejaban un rastro en el suelo hasta el borde. Miró a Lucía, que se encogió de hombros.

—Cuando divisamos esta posible entrada tuvimos que eliminar a los que merodeaban por aquí.

—Y yo no pienso poner objeción alguna, hija mía —asintió Tish con una sonrisa.

—Aquellos de ahí abajo—dijo Thiago asomando medio cuerpo— fueron el cebo del anzuelo que han mordido. Pero no hubo tiempo para pensar mucho más, Madre. Ahora solo nos queda...

Un sonido seco detuvo sus palabras, y Lucía gritó al ver la empuñadura del cuchillo que salía de la espalda de su hermano.

—...saltar —gruñó Thiago, soportando el dolor, y saltó al vacío.

Tiserisha, viendo cómo Lucía saltó detrás, echó un último vistazo atrás y pudo ver la cara de ira de Blade, seguido de una maraña de cuerpos enfurecidos, peludos y llenos de dientes.

Y saltó.

Blade, fuera de sí, frenó junto al borde, miró con ojos entornados cómo la ventisca lo sacudía todo. Cómo, ocultaba el mundo bajo un manto de blanco impoluto. Los licántropos que llegaron tras él se revolvieron intranquilos y comenzaron a volver hacia la grieta principal. Y Blade, temblando de furia e impotencia, gritó y echó a correr a por su caballo.

Tiserisha sintió en el estómago la vertiginosa caída, que la llevó directa contra cientos de ramas cubiertas de nieve, contra golpes en las costillas y en la cabeza. Contra un suelo que la recibió con menos suavidad de la que desearía.

Se levantó como pudo del agujero que dejó en la nieve, miró dolorida hacia arriba y se percató de que desde allí se distinguía aquella pequeña entrada.

—¿Trepasteis por aquí?

—¡Sube! —extendió su mano Thiago, que ya estaba sobre su montura, sin el cuchillo clavado a su espalda y un reguero de sangre en su lugar, manchando el jubón—. ¡Larguémonos de una vez!

Otro caballo relinchó junto a ellos y se echó al galope. Lucía, sobre la silla, encabezó la carrera hacia el suroeste.

—¡Lo primero es dejar atrás esta maldita nieve! —alzó la voz Lucía para hacerse oír—. Y en los bosques junto al río Quebranto igual se cansen de seguirnos. Por allí cerca hay un asentamiento humano. Esos perros no querrán cruzarse con ellos. No quieren que se sepa dónde se esconden.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Where stories live. Discover now