CAPÍTULO CUADRAGESIMOQUINTO

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Aquí me han traído a morir. Que Madre Naturaleza proteja a mis hijos, a mi compañera en la vida, y a todos los que han luchado en esta larga senda por la independencia, el honor y la justicia. El pueblo centauro jamás se rendirá. Fuerza y honor.

                                                                      Zenthiriom, nota tallada en la pared


***


Los grillos canturreaban allá abajo.

La cría, de cinco años de edad, tomaba asiento en el más alto de los tejados del castillo, impregnada en sangre de los pies a la cabeza, respirando como si una tormenta anidara en su interior. La mirada, puesta en el oscuro horizonte.

Entonces, sobre aquella masacre que se extendía por toda Minosa como un mar de sangre, la pequeña Tiserisha comenzó a llorar. Un llanto desolador. Uno que la hizo sentir la soledad más absoluta. Y al amparo de las estrellas, aquella pequeña no supo qué pensar, no supo cómo superar, no supo cómo perdonar. Siendo el odio su único anhelo y única compañía hasta el día en que se encontrase o con la venganza, o la misma muerte...


***


Tiserisha despertó, pero esta vez no fue con un sobresalto. Esta vez, el recuerdo de aquel sueño tardó unos segundos más en diluirse como lo hicieran los otros en otras ocasiones. Un sueño que le recordó que, si todo fallaba, siempre podría recurrir a la muerte para hallar la paz. Y por fin se sintió afortunada, ya fuese porque su muerte era lo que tenía más próximo.

Los vítores y los gritos del público ya se colaban por las pequeñas ventanas llenas de barrotes. Habían sonado rugidos, y gritos y también lamentos y aullidos de dolor. Los enfrentamientos habían comenzado hacía ya un buen rato, pero Tish decidió ignorarlos. Echar una cabezadita. Tarea imposible por el escándalo que montaba el blemio golpeando los barrotes de su jaula, fuera de sí.

—Eh, Primera —dijo el joven centauro—. Pronto nos tocará a nosotros. ¿Estás segura de que no quieres pelear? Lo digo por contar contigo cubriendo mis espaldas, o luchar por mi cuenta.

Tish miró al vampiro que no dejaba de dar vueltas, pensativo.

—Yo —susurró— tan solo pienso quitar una vida ahí fuera. Después no haré nada más.

—De acuerdo —asintió el inhumano.

La puerta gimió como lo haría la del mismo averno, dando la bienvenida a quienes les mostrarían el camino a los infiernos. Las armaduras tintinearon al entrar los soldados, y uno de ellos, uno con ojos de pez y grande como un minotauro, se detuvo frente a la jaula de Tiserisha.

—¿Estáis preparados para morir?

La chica lo miró de soslayo, pero no dijo nada.

—Bien —apretó los dientes el hombretón—. Que así sea, pues. Trataré de disfrutar de vuestra muerte a pesar de no ser yo quien os corte la puta cabeza. —Y entonces se dirigió al resto de presos—. Maldita escoria, hoy vais a caer ante el pueblo de Findalia, que podrá ver cómo seres que no deberían pisar el mundo de los mortales caen para regresar al jodido infierno del que provenís. El único consuelo que tendréis será sobrevivir un poco más que el resto. Ya son tres grupos los que han manchado la arena con sus vísceras, y los invictos os esperan. Si sobrevivís a ellos, y al último grupo, tan solo una última prueba os separa de morir mañana en la guillotina en vez de hoy en la arena.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Where stories live. Discover now