CAPÍTULO CUADRAGESIMOCUARTO

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—¡Despierta maldito bastardo! —asustó a un par de gorriones que habían entrado por una pequeña ventana.

A sabiendas de que era imposible, aquella vampiresa que aparentaba quince años trataba de atravesar los barrotes de acero, extendiendo la mano al aire, deseando tener el poder de estirarse para agarrar del cuello al guapo vampiro y rompérselo con toda la brutalidad del mundo.

—¡Te voy a cortar la puta cabeza como ya te prometí, maldito cabrón!

—No me jodas —sonó la voz del minotauro, que sentado contra el acero los miraba a uno y a otro. Vio cómo el hombre de rostro tatuado despertaba poco a poco—. ¿Me estás diciendo que este es ese Blade de tus historias? Menuda coincidencia.

Y casi rio.

—Tú a callar, hombre-toro —gruñó Tish en su dirección.

—Joder —dijo desorientado el vampiro, que llevándose la mano a la nuca, tomó asiento en su pequeña prisión—. ¿Dónde estoy?

—¡Mírame! —tronó la voz de Tish, llamando al fin la atención del vampiro.

—Hay que tener mala suerte. —La miró con la sorpresa reflejada en sus oscuros ojos—. ¿Es que no hay quien acabe con tu jodida vida?

Tiserisha se agarró a los barrotes y los zarandeó furiosa. Casi parecieron que cederían. Casi. Porque no fue así.

—Te voy a matar, cabronazo. Tú me los has arrebatado a todos. ¡Y me las vas a pagar!

El vampiro recorrió con la vista el lugar, intranquilo, tratando de dilucidar adónde se encontraba.

—Eres pasto de los cuervos —dijo el minotauro sin mirarlo—. Deja de buscar. Vas a morir junto a nosotros en los Juegos.

—No... —gruñó Blade—. No puede ser. —Hizo memoria—. Esos bastardos tras el puente Ucretano... ¡Mierda!

—¡No vas a tener que esperar a mañana, cabrón! —gritó de nuevo Tiserisha—. Porque yo misma te voy a arrancar esa cara del resto de tu cuerpo. 

Blade, curvando sus bonitas cejas entremezcladas con la tinta, suspiró desplomando los hombros.

—No puede ser —se dijo a sí mismo, y con un deje de desesperación, se dirigió a quien no dejaba de amenazarlo—. Mira, Primera. Al parecer aquí no sobreviviremos ninguno de los dos, sobre todo si no colaboramos.

—¿Primera? —repitió con asombro el hombre-toro—. Interesante.

Blade prosiguió.

—Durante el tiempo que has estado ausente... —frunció los labios al ser consciente de su propio cinismo—. Al estar este siglo en manos de los lobos, te has perdido cosas. Y una de ellas, al parecer, es la manía que tiene el rey actual de Findalia de disfrutar viendo matarse a inhumanos como nosotros, tratando de imitar no sé qué mierda de juegos de Tierra Sancta. —Se encogió de hombros—. Yo solo fui informado para evitar pasar por aquí, y no sé nada más. Pero de que es una muerte segura, eso sí que lo sé.

—Me importa una mierda —susurró la niña.

—Pues debería importarte, pues al parecer, estamos en el mismo equipo —miró alrededor. A las jaulas del minotauro, de los diez hombres y la de ella—. Y si no cooperamos, será nuestro final.

—¿Ahora hablas de cooperar? —ladeó la cabeza la chica—. ¿Cuando me vendiste a Agkana y sus lobos y ayudaste a acabar con la vida de los nuestros?

—¡Que te den, Primera! —saltó—. Todo esto no deja de ser culpa tuya. Si tu egoísmo no hubiera arrastrado a los nuestros a todo esto, no estaríamos ahora aquí. Solo digo que la única opción que tenemos es escapar. Y si no lo hacemos colaborando, no tendremos una oportunidad.

Tiserisha, respirando hondo, se apartó de los barrotes. Habló con la calma de quien recuerda que ya está todo perdido.

—Que te jodan, Blade —dijo—. ¿No querías mi muerte? Pues ya la tienes en bandeja. Tan solo tendrás que sobrevivir a mí antes de que suceda.

—No seas estúpida —ladró bajo la atenta mirada de los diez hombres y el minotauro—. El mundo se acaba. ¿O acaso no viste lo que sucedió en Corinta? Esa explosión casi me arrastra al Quebranto. Pude ver cómo todo se convertía en polvo y arena. Debemos ir a casa y avisar a los nuestros.

—Yo ya no tengo a nadie, Blade. Así que te lo repito; que te jodan.

—¡Padre no merece esto, maldita egoísta!

Y Tiserisha volvió a tomar asiento. A abrazar sus rodillas, mientras los diez hombres murmuraban sobre el final del mundo, cagados de miedo.

—Eh, Primera —susurró el minotauro en la jaula de enfrente—. Quizá ese capullo tenga algo de razón. Si eres la Primera de los tuyos, para empezar, tienes mi respeto. Y para continuar, si queremos salir de aquí, habrá que colaborar.

Tish perdió la cabeza tras las rodillas, su voz surgió desde allí atrás.

—A mí ya no me interesa seguir viviendo. En este mundo ya no queda nada que me haga seguir a flote. —Le dedicó una triste mirada con el ojo que asomó sobre sus rodillas—. Lo siento hombre-toro, pero tendréis que apañároslas sin mí.

El joven minotauro la miró, con aquella pasividad que parecía acompañarlo de la mano a cada instante. Asintió lentamente, y volvió a perder la mirada en algún punto inexplorado del suelo.

—De acuerdo. Respeto tu postura, Primera. Espero que halles la paz que tanto anhelas en el Otro Mundo.

Tiserisha se enterró aún más tras su propio abrazo, y una lágrima furtiva no se dejó ver allí, entre las sombras. Uno de aquellos gorriones la observó desde la pequeña rendija que daba al exterior.

—El fin del mundo —tembló la voz de uno de los diez—. ¡Vamos a morir!

—Calla estúpido —ladró el san bernardo—. ¿No ves que vamos a morir de todas formas? Eh, tú, chupasangre —se dirigió al chico de rostro marcado—. Si tienes un plan, aquí tienes a diez hombres a tu disposición.

Blade los miró, nervioso.

—Vosotros no me servís ni como alimento —espetó. Volvió a dirigirse a su Primera—. Tú, maldita zorra, si crees que te tengo miedo...

Blade dio un respingo hasta casi caer de espaldas cuando Tiserisha se puso en pie rápida como un espectro, golpeando la jaula, haciendo que el mismo suelo temblara.

—Tú —arañó en la voz de la niña—, mañana, vas a morir. Y lo harás en mis manos.

El rostro del vampiro se volvió más pálido aún de lo que ya era. Y la voz del joven minotauro sonó con aquel retintín al que los presentes ya comenzaban a acostumbrarse.

—Uh, vampiro. Parece que tienes las horas más contadas aún que el resto.

Blade gruñó de impotencia y se arrinconó en su celda, sentado en la esquina más lejana que encontró. Los rugidos y alaridos en las estancias contiguas daban claras señales de que allí no solo había personas e inhumanos. Que los engendros también formarían parte del espectáculo.

Tiserisha, cabeza gacha, volvió a tomar asiento y se tapó los oídos. Quiso dejar de oír los lamentos de quienes tenían miedo, los llantos de quienes no querían morir. Los rugidos de las bestias que no tenían raciocinio como aquel pequeño basilisco, pero que, era probable, tampoco querrían estar allí. Tan solo puso la nota discordante uno de aquellos gorriones que volvió a probar suerte, adentrándose de nuevo en la sala con jaulas.

«Ya es hora, Tish —se dijo—. Ya es hora de despedirse de este mundo lleno de mierda hasta el cuello. Ya estoy cansada. Cansada de buscar, de odiar. Cansada de luchar. De perder... Ya es hora de rendirse. De dejar atrás. Yo nunca debí haber existido. Y lo justo es que al fin deje de hacerlo. Que al fin desaparezca».

El gorrión picoteó en el suelo de su jaula, Tish lo miró por última vez, y el pequeño, como si de su odio se tratase, salió volando y se perdió por la pequeña ventana. Para no volver jamás. Para siempre.


***


NOTA: Gracias por estar ahí, acompañando a This en esta aventura.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora