CAPÍTULO CUADRAGESIMOSEXTO

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Tiserisha se decidió a entrar allí y arrancarle la cabeza de los hombros a aquel vampiro, pero de pronto, los engendros que surgieron de aquellas jaulas comenzaron a brotar como una plaga.

Arañas, tan grandes como tigres, comenzaron a salir de una de las puertas de metal, como desorientadas, bajo el repulsivo aullido de asombro del público. Los arqueros que velaban por la seguridad de todos, tensaron por instinto aún más sus arcos, con el fuego refulgiendo en la punta de sus flechas.

—Tsuchigumos —alertó el minotauro, que pudo ver cómo uno de esos enormes insectos se lanzaba sobre uno de los tres hombres que aún seguían en pie y lo convertía en papilla—. Son solo tres, Primera. Si me ayudas...

—He dicho que no... —gruñó, volvió a fijar su objetivo en la jaula de Blade y corrió hacia ella.

Cuando estuvo a punto de adentrarse en aquellas sombras, escuchó en la arena tras ella un extravagante sonido que reconoció de inmediato; corriendo, buscando con desesperación una salida en las altas paredes, el pequeño basilisco levantaba risotadas entre las gradas más próximas.

«Joder... Lo siento, pequeño, no tengo tiempo para ti»

Y entonces se dio cuenta de que el pequeño engendro, que corría incluso entre los tsuchigumos, a lo que tenía verdadero pavor era a algo que aún no había salido de su jaula. Tiserisha miró a aquella oscuridad que reinaba también en aquel rincón. El sol comenzaba a ocultarse ya y, fuera lo que fuese lo que de allí pretendía salir, mostró también unas patas de araña. Pero no unas peludas y gruesas, sino unas más largas, más afiladas.

«A la mierda —pensó, viendo cómo el minotauro cercenaba con su hacha el oscuro abdomen a una de aquellas tarántulas gigantes, para darle muerte unos instantes más tarde—. Tengo algo que hacer».

Se adentró en la jaula de Blade y lo vio allí, con un cuerpo a sus pies y una ristra de cuchillos en las manos.

—Esos cuchillos no te servirán de nada, cabrón.

Blade, como respuesta, lanzó rápido. Dos puñales volaron raudos, pero ninguno hizo blanco en la niña. Algo salpicó la nuca de Tiserisha y, al darse media vuelta, vio caer del techo una de aquellas enormes arañas.

—Si colaboramos... —dijo Blade.

—¡Aracne!

El grito del joven minotauro llamó la atención de Tiserisha, que, al epílogo del atardecer, se vio en una disyuntiva que no le gustó un pelo. Blade, mirándola con ojos de cordero degollado, la había salvado, ganándose unos segundos de duda. Y afuera, un minotauro que sí merecía esa ayuda suya.

—Te doy unos minutos más de vida —dijo—. Pero solo eso.

Y salió al exterior, donde la noche ya caía, reclamando la presencia de aquella otra criatura que también adoraba la oscuridad.

Una dama de aspecto terrorífico, gritó mostrando unos afilados dientes. El público gritó con ella, pero de pavor, a la vez que se llevaban las manos a los oídos. Los más jóvenes se ocultaban tras sus padres, y los padres, lo hacían a su vez tras los dedos entreabiertos de sus propias manos.

Y es que aquella dama no solo mostraba un torso delgado y recorrido por venas azules y extrañas y deformes protuberancias, sino que su cuerpo no culminaba en unas piernas como las de cualquier dama. El abdomen, redondo, peludo y de colores rojos y azules, y plagado de afiladas patas, era tan similar al de una araña que casi hizo vomitar a la mitad de los presentes.

El capitán sonrió nervioso, de emoción, al ver cómo aquel ser salido de algún infierno se movía por la arena veloz como un fantasma, dejando tras de sí un rastro de muertes. Los dos hombres que quedaban, para ser exactos.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ