CAPÍTULO SEGUNDO

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Vampirus Irreliate Innimidus. Seres nacidos del mal. De enfermedades se es sabido que transmiten tras impúdicas mordeduras. Que hasta infectar a sus víctimas y transformarlas en suyos propios se sospecha. Una lacra. Inhumanos indeseados que adolecen de falta de humanidad. Exterminate Inminucum. Se ordena por la Primera fe a todo aquel que de indicios malignos sea testigo, alarme a las autoridades religiosas y del mismo rey, pues acabar con ellos es menester, para así la humanidad salvar de la oscuridad eterna.

                                                                         Edicto de Salvación de la Primera fe.


***


—Hay tantas religiones que uno no sabe a cuál creer hoy en día. Hasta la polla me tienen con sus supersticiones.

El soldado, perdido entre todas aquellas armaduras tan doradas como la suya propia, miraba hacia arriba, hacia aquella pequeña ventana de postigos plagados de flechas. Su ballesta, cargada de nuevo y lista, sus quejas, más cargadas y listas aún. Su compañero junto a él le pidió un poco de silencio:

—Deja ya la mierda esa de las putas religiones, Algor. Que hasta los huevos me tienes ya de quejarte de una y de otra. Que si la Primera fe, que si el Sol Dorado, que si el Sanctum o la tal o la cual... Si las hay tantas es porque se las necesitará, digo yo. O si no, ¿de qué íbamos a saber nosotros de la existencia de monstruos como los vampiros?

—No me quejo de que las haya. Me quejo de sean muchas, capullo.

—Pues ya llegará el día de que alguna prevalezca, digo yo. Tengo entendido que esa del Sanctum está abriéndose hueco en el norte. Total, de todas formas, ¿qué cojones nos importa eso?

—Nos importa por los diezmos, imbécil. A más religiones, más pagos. Una puta religión a la vez, eso pido, no más, hostias.

Un grito desgarrador surgió entonces de la pequeña ventana. Uno que los obligó a taparse los oídos. A apretar los dientes. A cagarse en todo cuanto había que cagarse.

—¿Qué coño...? —gruñó Algor, encorvando su cuerpo como el resto de soldados allí apostados.

Desde aquella ventana surgió el sonido de las cuerdas destensarse, de las ballestas escupiendo, de las flechas clavándose en las paredes interiores de la habitación. Algunas saetas despistadas volaron entre los postigos al exterior, pregoneras del terror y el desacierto de algunos de los guardias que allí arriba pretendían acabar con los chupasangre acorralados.

Un sonido sordo, como el de un melón atravesado por una piedra, y al sentir Algor las salpicaduras en su rostro abrió los ojos y vio caer a su compañero tieso como una tabla, atravesada su testa por una de aquellas flechas descarriadas.

—Hostia puta —gruñó.

Miró hacia arriba, pero poco duró alzando la vista, pues, al sentir la tierra temblar, el miedo lo acogió en su lecho al dar media vuelta y percatarse de lo que se aproximaba a la carrera, haciendo saltar el polvo, sacudiendo el terreno con sus solas y furiosas pisadas.

—No... No es posible... De esto no nos habían informado...


***


El capitán ordenó disparar.

Tiserisha, en lo que dura un latido de corazón, arrancó la espada de la pared y agarró el cuerpo de Railo de los hombros, tirando de él, usándolo como escudo.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt