CAPÍTULO QUINTO

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Así es, tal y como os cuento, los dioses nunca fueron como la humanidad los pintaba con insistencia desde siglos y siglos atrás. Los verdaderos dioses pisaban la tierra, como vosotras y como yo. No negaré que el poder que blandían los hacía casi inmortales, pero que no vivían en los cielos como  pregonaban las muchas religiones, eso os lo aseguro. De hecho, no crearon la vida en sí, sino que, más bien, cuando aparecieron, comenzaron a modificarla con su maldita magia. Mezclaban especies. Otorgaban cualidades sobrehumanas, como a mí... Pero lo que nunca podría haber imaginado es que llegaría el día en que también encontraran la forma de conceder el dominio de la magia a algún ser que no fuera ellos mismos. Lo que ellos llamaban como Albedrío de la Magia. Y, justo aquel día, fue cuando mi falta de fortuna me hizo conocer a semejantes seres, los cuales echaron por tierra todos mis planes. ¿Cómo decían que los llamó el dios Fudo? Ah, sí... Brujas.


***


La enorme columna de agua se dobló como el bambú, a Tiserisha le pareció intuir cómo el final tomaba la forma de la cabeza de una serpiente, convirtiendo aquella cascada en un efímero monstruo de agua.

Cuando la chica de cabellos cenicientos bajó la mano con un gesto abrupto, aquel reptil acuoso pareció abrir las fauces y se lanzó sobre la vampiresa como un animal hambriento. Tiserisha giró inusualmente veloz con la intención de huir, pero la luz del amanecer la alcanzó de lleno en el rostro y sus fuerzas se desvanecieron como las monedas sobre una mesa llena de comensales de dudosa profesión. La tierra tembló y el agua cayó como el plomo sobre ella.

Un gruñido de dolor acarició su espalda con el calor de una fuerte exhalación. Cuando quiso darse cuenta, miró anonadada a Yakull sobre ella aguantando de forma estoica la embestida de aquella aterradora magia. Y, entonces, no le quedó otra que gritar.

—¡Ahhh!

Aquel sonido desgarrador obligó a las presentes a taparse los oídos, a clavar las rodillas en el firme. Yakull, sintiendo un pálpito que lo hizo estremecer, se hizo de pronto más fuerte, más ancho, más alto. Lanzó un puño hacia atrás y el agua estalló en millones de perladas gotas, volviendo la cascada a su peculiar estado. Su espalda, ensangrentada, comenzó a recomponerse como bendecida por una sanadora. Tiserisha cesó de gritar, miró como una alimaña rabiosa a aquellas chicas arrodilladas y soltó una advertencia que bien le salió de las entrañas:

—¡Como te atrevas a hacerle daño...!

Yakull rugió con desmesura y se dispuso a lanzarse sobre ellas, pero Tiserisha, calada de agua hasta los huesos, lo retuvo con un gesto de su brazo. La razón se sobrepuso a la ira y no quiso arriesgarse tras semejante muestra de poder.

—¿Ahora dudas? —preguntó la chica que segundos antes había convertido el agua en un monstruo embravecido, que volvía a ponerse en pie, de rostro arrugado por el dolor en sus oídos.      

Tiserisha guardó silencio unos segundos antes de reaccionar.

—Antes... dijiste que "también" matarías al dios Okuro. ¿A qué te referías con eso?

El resto de chicas se puso en pie denotando el mismo dolor que quien era evidente llevaba allí la voz cantante. Algunas limpiaron la sangre que brotaba de sus oídos, otras elevaban ya las manos con intención de contraatacar. Pero la cabecilla las retuvo como hiciera Tiserisha con su gigante. Y alzó una pregunta al aire:

—¿Acaso te importa si alguno de esos bastardos ha muerto o no? Porque si tienes un problema con eso...

—Depende —dijo, temiéndose lo peor.

La hermosa chica de cabello gris y ojos de espinela rizó el labio con picardía, midió con la mirada tanto a la chica vampiro como a aquel gigante embrutecido, el cual respiraba como una tormenta a punto de estallar.

—Tan solo ha muerto el primero de todos ellos —dijo al fin—. Pues todos ellos irán cayendo bajo mis pies, uno a uno, sin excepción.

—A cuál has matado... —sonó más como una exigencia que como una pregunta.

La sonrisa de la chica se ensanchó hasta deformarse en una gran carcajada. El resto tras ella seguían posando sus asesinas miradas en Tiserisha y su compañía. 

—¡Que a cuál de ellos has matado! —rugió la vampiresa mostrando sus afilados incisivos, empapada de agua.

La risotada de aquella chica se detuvo de pronto como preludio de una muestra de ira.

—¡Qué más da cuál, miserable inhumana, tan solo es el primero de todos ellos en caer, y pronto le seguirá el resto!

—Cuál... —cayó impotente de rodillas, provocando en aquella chica una sádica curiosidad.

La joven de cabellos cenicientos ladeó su cabeza, miró intrigada a la vampiresa arrodillada.

—Tú... —entornó los ojos—. Tú eres como yo... No veo pena en tus ojos. Veo algo muy diferente. ¿Decepción, quizá? —Dio un paso hacia ella y Yakull tensó todos los músculos de su cuerpo, pero no hizo nada—. Tú quieres lo mismo que yo, ¿cierto? Y temes... Temes que yo me haya adelantado.

—A cuál... —sollozó como última pregunta Tiserisha.

Aquella joven caminó hasta plantarse frente al gigante, que se mantuvo dispuesto a dar la vida si era necesario. Pero no lo fue.

—Fudo —dijo, logrando que Tiserisha la mirara con aquellos ojos acristalados—. El dios del fuego es quien ha caído el primero. ¿A cuál le pretendes venganza tú?

Tiserisha, sin apartar su verde mirada, arrugó los labios antes de contestar:

—Akiyama es mío...

La joven carcajeó ante aquel comentario justo antes de volver a tornar a un semblante siniestro. 

—Pues tendrás que encontrarlo antes que nosotras —dijo en un susurro que casi no se escuchó bajo el estruendo de la cascada invertida—. Las brujas no pararemos hasta acabar con todos ellos, como ya te he dicho. Al igual que ellos han jugado con la vida de cuantos seres han querido, nosotras seremos el fin de su existencia. Sea como sea.

Giró sobre sus talones y ordenó al resto con un gesto de su cabeza emprender la marcha.

—¡Tú! —gruñó Tiserisha.

—¿Tú? —sonrió sin detener el paso, alzó la voz para hacerse oír sobre el ruido del agua—. Respeto tu existencia y los motivos que te empujan a vivir, así que no te la juegues faltándomelo a mí. Mi nombre es Madelane, recuérdalo bien, porque haré historia en este mundo. Porque no me detendré ante nada ni nadie. Porque yo, seré quien mate a esos putos dioses.

—¡Akiyama es mío!

Y su sollozo alzado al húmedo viento se quedó ahí, a las puertas de la nada, mientras aquellas llamadas brujas se perdían entre la foresta, mientras sentía cómo su suerte se iba a la mierda al saber que el único dios que podía informarle sobre el paradero de su creador había muerto. Mientras veía como otras, más poderosas que ella, se adelantarían a su venganza arrebatándole el placer de mirar a los ojos a aquel dios de piedra para ver en ellos su arrepentimiento.

Yakull, más calmado ya, se acuclilló junto a ella y la cogió en brazos. Parecía un ovillo quebradizo en sus fuertes manos. Cascarón de cristal lloroso a punto de quebrarse por la impotencia. Y aquel gigante, fornido como era, se sintió más frágil incluso que ella al verla llorar.

—Tú no preocupar —dijo con voz rota—. Nosotros encontrar a quien te hizo daño, y hacer justicia. Lo prometo.

Y Tiserisha, acurrucada entre sus grandes dedos, ni tan siquiera lo miró. Tan solo, lloró y lloró hasta caer rendida por el agotamiento.   


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NOTA: Este capítulo extra se lo debía a Bego, la mejor pandita de instagram, y va dedicado a ella, al halcón y a sus locas y locos del "Manicomio del Halcón" de Telegram (Si queréis saber a qué me refiero, preguntad en instagram a Elrefugiodelhalcon). Se os quiere. Y mucho.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Where stories live. Discover now