CAPÍTULO DECIMOCUARTO

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El olor a tierra mojada desprendía aquella noche un aroma cargado de nostalgia, rencor y otras muchas sensaciones, no dejando indiferentes a los únicos que la verían marchar una vez más. La jerarquía era una cosa, el respeto a su persona, otra muy distinta.

Como en cada partida, Tiserisha pudo diferenciar en cada uno de sus vástagos miradas muy dispares. El reproche en los negros ojos de Vladd, que nunca lograba comprender la facilidad con la que ella marchaba siempre tras sus cortas y distanciadas visitas. O la exagerada tristeza en las lágrimas de Sandra, que tanto contrastaban con la alegría que derrochaba cada vez que volvía a verla. O las miradas comprensivas de los mellizos, que la poyaban en aquella forma de vida que nadie de los suyos respetaba o comprendía. Todas muy dispares, sí, pero ninguna indiferente.

—¿Esto significa que no te volveremos a ver? —preguntó Lucía al borde del sollozo, abrazada a su querido hermano.

Tiserisha, con una triste sonrisa, se aproximó a ella y le acarició la mejilla.

—Si el magíster está en lo cierto —dijo—, mis capacidades como futura madre se han ido como el viento, hija mía. Eso quiere decir que si vuelvo, ya solo será porque he cumplido con mi cometido. Pues no habrá una próxima vez en la que os traiga un nuevo miembro de la familia.

La chica de cabello tan rojo como ella se le echó en los brazos, rompiendo ahora sí en un silencioso llanto.

—Esperaremos a tu regreso —dijo con una sonrisa Thiago, que recibió de nuevo en su regazo a su amada hermana.

Tish posó su verde mirada en Vladd, que fruncía el ceño como si la vida le fuese en ello.

—¿Me perdonarás algún día?

Vladd, a la pregunta de su madre, agachó la mirada. Suspiró largo y tendido. Se protegió detrás de sus brazos cruzados y terminó por encoger los hombros.

—Tú regresa con vida —dijo—. Y ya veremos si te perdono o no.

Tiserisha rizó el labio y lo abrazó esta vez como quien abraza a un hijo. Sandra no pudo evitar rodearlos a los dos con sus brazos y romper a llorar con más fuerza de lo que lo hiciera su hermana.

—Te estaremos esperando, Madre. Estoy segura de que acabarás con ese dios bastardo y regresarás victoriosa. Aquí estaremos para celebrarlo.

—Gracias, hija.

Se apartó de ellos, retrocedió unos pasos y los miró como quien lo hace por última vez, aguantando las punzadas en el estómago, los mordiscos tras sus ojos, la quemazón bajo el pecho. Tiserisha conocía la soledad, mejor que cualquier otro ser, y dominaba como nadie cualquier atisbo de pena o nostalgia que pudiera pretender invadirla hasta hacerla flaquear. Así había sobrevivido siempre, y así le había ido bien hasta ahora. Pero no podía evitarlo. Cada vez que volvía a verlos allí, plantados frente a ella, con aquellos ojos que le recriminaban en silencio el no estar a su lado, era como ver volar una saeta de plata capaz de quebrar su coraza impenetrable en dirección a su corazón.

Y entonces, fue ella quien ahogó un sollozo. Algo le decía que jamás volvería allí. Que aquella sí era la despedida definitiva. Y al alzar la miraza a los altos tejados plagados de gárgolas, decenas de ojos brillantes la contemplaban desde la altura, en aquel miserable silencio, incapaces de dar la cara y despedirse de ella para siempre.

«Parece que intuyerais mi destino —pensó, paseando la mirada por aquella descendencia que la observaba desde las sobras de la distancia—. Parece que supierais que aquí nos despedimos para siempre. Que fracasaré en mi empresa. Por mis muertos que espero que os equivoquéis, malditos cabrones».

TISERISHA "Tres siglos de odio"Where stories live. Discover now