CAPÍTULO DÉCIMO

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Los cuchillos siempre serán el arma perfecta. Discretos, letales, y siempre a mano. Su elegancia casa con su maniobrabilidad, y quien es un artista en su uso, no encontrará enemigo capaz de batirse en duelo, pues ni la espada ni el arco son armas tan versátiles. ¿Puedes esconder una hoja que no sea la de un cuchillo en la caña de una bota? ¿Puedes disparar una flecha en la intimidad de una habitación? Si dominas el arte del cuchillo, dominas el arte de la muerte.

                                                                             Thiago, Divagaciones varias


***


El metal silbó cortando el frío del anochecer, se clavó justo en el centro de la diana.

—Hermanita —dijo Thiago con una bonita y desafiante sonrisa—. ¿No piensas ponérmelo más difícil? Sabes que un simple lanzamiento curvo no es nada para mí.

Con sobrada actitud tomó posición. La belleza que atildaba el lugar; enormes robles que dominaban el terreno en la zona norte del castillo, era mecida por la fría brisa del otoño. Thiago miró sin ver la diana, colgada de un tronco oculto tras uno de aquellos majestuosos árboles. Conocía su posición, pues en alguna dirección debía lanzar su cuchillo, y mostrando sus afilados incisivos se dispuso a superar a su bonita hermana.

Era sencillo. Un lanzamiento que describiera un arco para evitar el primer roble, y luego, clavar la punta en la empuñadura del cuchillo de Lucía. No sería la primera vez. Y cuando fue a lanzar, el cálido aliento de su hermanita tras su oreja lo hizo dudar por un ínfimo instante.

El filo de acero se perdió entre la espesura, sin siquiera rozar el árbol. Thiago sonrió aún más, se giró a su hermana y la abrazó de la cintura.

—No habíamos dicho nada de travesuras.

Lucía rio con picardía y otra voz surgió del sendero hacia el castillo.

—Veo que no dejáis la práctica en ningún momento.

—¡Madre! —dijo casi en grito de alegría la chica de cabello tan rojo como el de ella, soltándose de los brazos de su hermano y lanzándose en los de su madre—. ¡Por fin estás bien!

Tiserisha la correspondió sin dejar florecer en su rostro el dolor que aún la arañaba en las entrañas. Habló con una sonrisa sincera, sin mostrar debilidad alguna.

—Tengo entendido que no me habéis dejado morirme en paz.

—¿Cómo podríamos? —dijo Thiago, sopesando un segundo metal—. Siendo la única que nos planta cara en los duelos no podíamos permitirnos perderte, Madre querida.

Tiró el cuchillo al aire y Tish lo cogió al vuelo, y sin soltar con su otro brazo a Lucía lo lanzó, realizando el acero una extraña parábola que lo hizo sobrepasar por el costado el grueso tronco. Produjo el sonido de un imparto al otro lado. Thiago asomó la mirada, y su bella sonrisa se amplió hasta el límite.

—Sin duda —dijo—, no hay otra como tú, Madre.

Lucía se desenganchó de su cuello y regresó a los brazos de su hermano. Habló a su madre acurrucándose en él.

—¿Piensas marcharte ahora que has perdido al bebé, Madre?

Un búho ululaba en alguna parte, perdido en la cerrazón, y tras un silencio denso como la miel, Tiserisha contestó con ciertas esquirlas de ira clavadas en la lengua.

—Pronto, hijos míos.

«Pronto. Pero no antes de desenmascarar al pedazo de mierda que pretende arrebatarme la venganza y la vida. No. La desgracia de mi pérdida también ha aportado algo a mi favor; he ganado tiempo. No tendré que permanecer aquí tantos meses y así esas malditas brujas no me cogerán tanta ventaja si pretenden matar a Akiyama. Pero lo que no puedo permitir es que sea quien sea quien pretende mi muerte, salga indemne de todos sus intentos. Debo atajar esto de raíz».

TISERISHA "Tres siglos de odio"Where stories live. Discover now