Infierno part 3

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Tercera persona

Italia/ Secondigliano

Año 1999

En el barrio conocido como el supermercado italiano de la droga, dónde por sus calles ni siquiera son permitidos los policías por la inseguridad. Nadie que entre a ese lugar regresa con vida y solo lo gobiernan las diferentes pandillas.

Las humildes familias son incapaces de criar a alguien de bien, pues los niños desde los siete años aprenden a disparar, a robar y a matar.

En la casa de los Rossi, tampoco se quedaban atrás, todos eran miembros de la pandilla napolitana, y tenían múltiples enfrentamientos con los otros bandos.

—Saca a ese fenómeno de mi vista — gruñe Federico, porque odiaba ver a su hermano menor, ese ser que había nacido con la marca de la debilidad en sus ojos —Mueve marica — le grita, haciendo que Francesco con tan solo nueve años corriera a ocultarse.

Francesco ya estaba acostumbrado, toda su familia lo aborrecía, le daban de comer las sobras, y lo golpeaban seguido. Solo porque él a los siete años no había matado a un hombre. Simplemente no pudo hacerlo, pero todos consideraron que sus ojos eran la marca de su debilidad.

Vivian siete miembros de la familia Rossi en esa casa, sus tres hermanos mayores, sus padres, y su abuelo, pero ninguno lo quería. Todos lo empujaban, le daban de comer en el piso, lo golpeaban cuando llegaban ebrios, incluso dormía en el suelo.

—Escoria débil, basura — escuchó a su padre decirle, tampoco se sorprendió, se lo decían muy a menudo —. Esto es tu culpa, tuviste a un engendro marica — señala a la madre, quién también lo miraba con ira.

Incluso su propia madre, lo odiaba.

—Yo no tuve nada como eso — se marcha al decir esas palabras que se cuelan hondo en el pequeño, quién esconde su rostro entre sus brazos para que nadie se lo vea.

Era el barrio más peligroso del mundo, y a él le había tocado nacer ahí, un alma que no era capaz de matar entre asesinos sedientos.

—Tal vez le puedan poner un vestido y venderlo como marica — bromea su otro hermano Fernar, y todos se ríen menos el pequeño que tiembla en el rincón de la sala, deseando ser más pequeño para que nadie lo mirase.

La madre sirve la mesa dándole a todos de comer menos a él, que miraba la comida, ansioso, pero sabía que tenía que esperar a que alguien le dejará algo en los platos.

Cuando todos se encontrarán satisfechos se levantaban y le arrojaban en el piso el arroz, con el pollo a medio comer.

—Toma rata asquerosa — Freud escupe en el arroz que le había arrojado, antes de marcharse —Tengo un negocio que resolver — le dice Freud a su padre, y este asiente.

—Llévate a tus hermanos — le contesta el hombre mayor, ya había dejado su legado y su puesto en la pandilla a sus hijos, o más que sea a los que sí servían, pensó viendo otra vez al fenómeno comer en el suelo.

Francesco que a pesar que su comida había sido escupida y pisada, tenía demasiada hambre como para despreciarla, así que la devoró por completo.

—Bien — los tres hermanos se marcharon juntos, y llegó el abuelo a la casa, haciendo que Francesco inevitablemente empezara a temblar.

Su abuelo cada que venía borracho lo golpeaba hasta cansarse.

—¿Dónde está la perra? —gruñó el abuelo caminando y tambaleándose por las escaleras —La vergüenza de esta casa —volvió a gruñir, y Francesco deseo mil veces no haber nacido, maldijo a Dios, y quería arrancarse los ojos para dejar de ser débil, tal vez así lo querrían como a sus hermanos.

ARRITMIA ©®Where stories live. Discover now