Epílogo

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  • Dedicado a Rocío Romero Hinojosa
                                    

Camino a la libertad

La libertad era un lujo que nunca creyó que volvería a poseer. El control de su vida y su futuro.

Ya era viejo, un anciano que había vivido toda su vida entre campos y animales; se había hecho a la idea de que lo último que verían sus cansados ojos sería la piedra del calabozo.

Hubo un tiempo en el que creyó que nunca volvería a ver la luz del sol pero ahora estaba bajo él. Sus rayos de luz dorada besaban su piel, su pelo canoso y su mostacho gris. Volvía ser libre y todo se lo debía al hombre que miraba el oceano con la espalda recta, lleno de orgullo y humildad. Un hombre de acero que había quedado reducido a un hombre de arapos, vestido peor que un espantapájaros.

—Buen día, Alan —le saludó el tercero en discordia. La libertad siempre tenía un precio y Ser Balintonh era el suyo—. ¿Sabéis cuan largo será nuestro viaje?

Ser Balitonh era un caballero, enviado por el rey, para vigilarlo a él y a su salvador. Un hombre tozudo, cuadriculado y bonachón que solo conocía el significado de la palabra "orden".

—Hemos embarcado en un barco mercante del norte de Embla. La tripulación no es enana pero el barco sí —Alan sabía de barcos tanto como su experiencia y sus orejas podían proporcionarle. Cuando aún era un niño, trabajó en los astilleros de Valle del Dragón, con su difunto padre. Todo aquello acabó el día que un cabo suelto arrastró a su padre a las profundidades del océanos elfo—. Así que demasiado, ¿verdad, Tierra? —Tierra era la perra que Alan se había traído del castillo. Si no lo hubiera hecho la habrían mandado también al coliseo para divertir a los ricachones que ansiaban ver espectaculo. El animal era una gigantes perra gris, proveniente de las islas de la plata. Allí, Tierra se encontraría con cientos de perros de su misma raza, pero fuera de las islas, era una raza exótica, rara y perseguída.

Balintonh se acercó a Mendigo.

—Nos espera un viaje largo, Garren —avisó—. No creáis que no sospecho de vuestra palabra. Buscáis escapar pero mi espada es más rápida que vos, no lo olvidéis.

Cuando Balintonh se dio la vuelta, Mendigo ya tenía un cuchillo puesto en su sien.

—La velocidad del arma no es la que importa, Ser. Es la velocidad del brazo que la empuña la que debería importaros. Mi nombre es Mendigo, no Garren —la advertencia bajó los animos de Balintonh, que medía una cabeza más que el antiguo Garren Scorpio, pero su corpulencia lo convertía en un caballero lento y tosco.

—Soy un caballero de la guardia real —le recordó Ser Balintonh.

—Y yo un cruel asesino, no deberíais olvidar que podría mataros y entregar vuestro cuerpo a los tiburones —Mendigo guardó su cuchillo—. Pero no voy a hacerlo.

Balintonh volvió a su camarote con el rostro rojo, avergonzado por las risas que algunos marineros empezaron a hacer sonar.

—Pobre caballero, pronto tendré que enseñarle como cuidar a un perro. Como hice contigo —Mendigo se sentó a su lado; era un hombre diferente, liberado de la ira que sentía y mirando fijamente hacia delante.

—Deberías haber vuelto a tu hogar, Alan —aconsejó a su viejo amigo—. Es un viaje peligroso.

—Si tu destino esta en el norte, por los dioses que el mio también lo está —Alan acarició a su perra mientras el animal sacaba la lengua, jugetona—. Los perros son fieles a aquellos que los educan.

Mendigo sonrió y miró al anciano. Sus ojos estaban llenos de dudas, pero Mendigo ya no llenaba ese vacío con violencia, sino con fe de que llegarían días mejores.

—Eres demasiado viejo como para haber aprendido algo de mi —contestó.

—Procuraré entonces que tú aprendas algo de mi —le devolvió una sonrisa, oculta bajo su gran bigote—. Cuando lleguemos a Embla, ¿qué buscamos?

—No lo sé —reconoció Mendigo—. Camino por fe, no por certeza. Quizás nunca sea capaz de encontrar lo que me fue encomendado pero si es así como debo enmendar mis errores, acepto.

El capitán voceó que había llegado la hora de zarpar.

—Hacia lo desconocido —Alan se levantó y tendió la mano para ayudar a Mendigo—. Hacia nuestra libertad.



El legado de Rafthel I: El señor del sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora