Zagi (IV)

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ZAGI

La noche más oscura

«¿Por qué mierda no tendré ruedas el lugar de pies», pensó Minuri Zagi, que estaba agotado de tanto andar. Hacía varias millas que el dolor de las ampollas que tenía en los pies pasó a ser algo tan habitual que ni siquiera se percataba de él. Siguiendo el consejo de Lysa, Zagi se dirigió al norte, utilizando el camino principal. Pasó cerca de varios castillos de señores feudales del cangrejo, para acabar a escasos dos días de camino al Bosque oculto, «estúpida idiota, ¿con que tres o cuatro días? Me va a llevar una puta semana». Era de noche y ya no había más convoyes de caravanas a los que unirse para obtener protección, lo único que podía hacer era pasar la noche en la Aldea Kuda que, además de la Llanura del viento tranquilo, era lo único que se interponía entre él y el Bosque oculto.

La aldea era más grande que la anterior que había visitado, también había más transito de gente, aunque tampoco se podría decir que toda la aldea estaba viva, los únicos lugares donde había gente era en la taberna y en el establo que había en las afueras. Allí dejó Zagi a su burro, para que lo cuidasen , y se dirigió a la posada, donde esperaba encontrar al menos algo de información.

El lugar estaba abarrotado y había muy poca luz, «tendré que cuidar mis bolsillos». Se aproximó a la barra para pedir algo de comida, estaba hambriento, llevaba días sin comer y casi sin beber, lo único que bebía era el agua que podía destilar de la tierra, utilizando hojas y cualquier cosa que sirviera de colador.

—Necesito comida, bebida y un alojamiento para esta noche —pidió el fugitivo del Cangrejo. El tabernero era más amable que el anterior, esté no tenía mujeres a las que despreciase, era un hombre delgado, que olía bien y servía a sus clientes con una sonrisa. Los demás empleados del lugar también sonreían cuando servían, algo que Zagi agradecía después de tanto tiempo sin ver una cara amable.

—Allí hay una mesa libre —le indicó el tabernero, señalándole el lugar con el dedo.

Zagi fue a sentarse en aquel lugar, estaba apartado, en una esquina, junto a una ventana, lo que le venía bien por si alguien lo encontraba y tenía que escapar.

Comió pescado, cerveza barata y un dulce artesanal, «con hambre, toda la comida es buena, joder, un poco más y tendría que haberme comido al burro», pensó.

Echó un vistazo a su alrededor para ser más conocedor de su situación. No era la única persona con una capa con capucha, por lo tanto nadie repararía especialmente en él, la comida que había pedido tenía un precio intermedio en el local, por lo tanto nadie se fijaría en su dinero y su montura era un burro, así que si alguien lo había visto llegar a la ciudad no intentaría robarle su animal de viaje.

Zagi esperó a que la taberna se fuese vaciando, cuando las campanas de Kuda, avisando de que era medianoche, la taberna quedó casi vacía; de medio centenar de personas que se habían dado cita allí, habían quedado menos de diez, entre los cuales cuatro de ellos eran borrachos que apenas se mantenían en pie, «sera mejor que me vaya a dormir. Es tarde».

Zagi se levanto y preguntó a una empleada del establecimiento por cual sería su habitación, la muchacha era muy simpática y alegre.

—Es aquella de allí —le señaló el lugar— un momento, que le traigo la llave.

Zagi no pudo evitar mirarla mientras iba a por la llave, era una mujer bajita, más bajita que el propio Zagi, algo nuevo para él. Tampoco pudo evitar ver como un hombre se ataba un pequeño gancho en la manga mientras miraba a otra mesa, donde un viajero con capucha degustaba un vino caro con una carne más cara aun. El hombre de el gancho seguramente era de la mantis, por su forma de moverse y su tono de piel, un poco más oscura de lo habitual, aunque no tanto como la de Zagi, que era hijo de un oriental y una occidental.

El legado de Rafthel I: El señor del sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora