El pequeño zorro

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EL PEQUEÑO ZORRO

Unas gafas, una nota y un cangrejo de plata

Moek había vuelto después de una semana y estaba tan asombrado e inquieto como la última vez que lo vio.

—Debe haber algún error —protestaba Marien mientras sostenía en sus brazos al pequeño zorro.

Moek negaba con la cabeza una y otra vez, dando vueltas alrededor de la habitación como si quisiera salir de allí, ir lejos y no volver jamas.

—No hay ningún error, todas las comprobaciones son correctas. Es un humano.

Días atrás esa afirmación habría parecido una obviedad para Marien y Delian pero después de la primera frase del niño esperaban algo diferente. Hubiesen esperado que se tratase de un ángel, o incluso un demonio, pero desde luego jamas hubiesen esperado que lo que tuviesen en su casa fuese un humano, un simple humano.

—¿Y no puede ser que haya aprendido esa frase suelta? —intervino Delian cuando el silencio entre los tres adultos se prolongó.

—Dijisteis que antes de aquello su única palabra era gracias —replicó Moek, pensativo— ¿me puedes explicar como es que ni siquiera era capaz de decir vuestros nombres?

Delian abrió la boca pero no brotó ninguna palabra de sus labios, volvió a cerrarla, frustrado por no encontrar ninguna respuesta.

—Los niños aprenden por imitación, no puede ser que no se sepa vuestros nombres y si sepa una frase compleja en un idioma tan exótico como el celestial —Moek finalmente se sentó en una silla, con gesto agotado se secó el sudor de su frente con el dorso de la mano, después emitió un largo suspiro— esto no tiene ningún sentido.

Marien abrazó fuerte al pequeño zorro, que estaba medio adormilado y apenas escuchaba la conversación, él era feliz en los brazos de la mujer y no necesitaba nada más.

Delian y Moek bebieron una botella de sidra que el comerciante trajo para la ocasión, Marien se limitó a dar pequeños sorbos de un zumo de frutas que Moek también había traído. Marien le hubiese dado un poco al pequeño zorro pero esté ya se encontraba profundamente dormido.

—Creo que deberíamos llevarlo ya a su cuarto —aconsejó Marien.

Delian suspiró.

—Si, aquí podría despertarse con nuestra conversación.

—¿No estaba el generador de calor roto? —preguntó Moek, que tenía pendiente arreglar el complejo objeto que les había regalado hacía medio año.

Marien asintió.

—Si, pero le pondré otra manta encima, eso lo mantendrá caliente, además con la puerta cerrada tampoco hace tanto frío.

Delian resopló con desaprobación. Marien le devolvió una sonrisa plácida.

—Luego, si tiene frío, le daré otra manta más.

Marien fue y acostó al pequeño zorro, que opuso un poco de resistencia para separarse de los brazos de la gentil mujer.

—Ahora no habléis muy alto —advirtió Marien a los dos hombres cuando volvió a la sala principal de su hogar.

—No te preocupes —contestó Moek.

Delian asintió con una sonrisa cansada. Marien se sentó junto a Delian y le cogió la mano.

—Creo que lo que debemos hacer es descubrir más sobre ese niño —aconsejó Moek.

—Dijiste que hablarías con las autoridades —le recordó la mujer.

El legado de Rafthel I: El señor del sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora