Garren (VIII)

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GARREN

Cerelia

La luz del sol se filtraba por la pequeña ventana de su camarote, después de tres días de tormentas y nubes grises. El antiguo caballero de Morgadíl se levantó y preparó todo su equipo, había pasado mucho tiempo desde que se embarco en el furia marina y lo que en un principio sería un viaje de solo ida se había convertido en un oficio al que había otorgado su tiempo y salud día tras día durante un año completo.

—El sol —comentó Garren—. Dicen que en Cerelia nunca llueve, ¿es verdad?

—No —respondió Kel, su compañero de camarote—. Un día o dos al año suelen caer unas cuantas gotas.

Kel era un marinero venido de lejanas tierras de las que nunca hablaba, era un humano como Garren pero se movía por la cubierta con la agilidad de un gato salvaje.

—¿Habías estado antes aquí? —preguntó Garren mientras envainaba su nueva espada, una espada poco afilada, que sustituía a su preciada espada que tuvo que vender para conseguir dinero.

Kel asintió.

—Una vez al año venimos a Cerelia para hacer buenos negocios.

Garren sonrió al imaginarse los negocios que haría Ipulion, en el año que había compartido con el comerciante apenas lo había visto entablar conversaciones comerciales.

—No parece que nuestro capitán este muy interesado en los negocios —subrayó Garren—. Los hombres de negocios suelen estar mucho más ocupados de lo que lo suele estar Ipulion.

—Envía a sus emisarios para debatir las condiciones de los acuerdos —Kel se encogió de hombros mientras se abrochaba una de sus botas—. Ipulion es listo para los negocios pero no es tan bueno regateando.

Ambos hombres subieron hasta la cubierta recordando la última fiesta que se había celebrado en tierra, hacía un mes y que acabo con la mitad de la tripulación en los calabozos durante una noche.

Cuando Garren llegó arriba pudo ver la ciudad de Hidraqua, la capital de Cerelia, «es espectacular», pensó Garren que a pesar de haber escuchado cientos de historias sobre la ciudad del agua jamas se hubiese imaginado algo semejante.

La ciudad estaba en mitad del océano, construida con piedra blanca y en perfecta armonía con el paisaje, desde la lejanía podía apreciarse como el océano se adentraba en la ciudad. Por las calles podían verse pequeñas barcas navegando entre ellas como insectos en una colmena. El centro de la ciudad estaba más alto que la periferia describiendo una estructura piramidal que quedaba coronada por un majestuoso castillo blanco.

—Esa es la cara que ponen todos la primera vez que llegan a Hidraqua —señaló Ipulion, Garren se apresuro en saludarlo—. ¿Como lleváis el día?

Kel soltó un bufido y Garren se rió entre dientes.

—Pronto nos tocara desembarcar, preparadlo todo —indicó Ipulion—. Transforma toda esa energía negativa en trabajo efectivo Kel.

El marinero de mediana edad asintió con descontento.

Mientras la tripulación hacía el trabajo para preparar el desembarco, Garren no podía dejar de mirar a la majestuosa ciudad, «una ciudad tan densa, con el castillo en el centro y en lo más alto, se parece a Morgadíl».

—Toma —le dijo un marinero con un gran fardo en las manos—. Hay que llevar esto a proa.

Garren cogió el fardo y miró al marinero desconcertado.

—¿No debería bajarlo a los botes? —preguntó Garren intentando que no lo tomaran por ingenuo—. No hay embarcadero a la vista, así que usaremos los botes, ya llevo un año aquí.

El legado de Rafthel I: El señor del sueñoWhere stories live. Discover now