Divád (V)

513 9 0
                                    

DIVÁD

Un largo viaje

Era difícil distinguir la tumba en aquel mar de losas de piedra, era como un océano silencioso que no se mecía al son del viento, un océano que se mantenía inmóvil, como el recuerdo de los que descansaban debajo de él.

—Vamos chico, no hace falta que mires cada nombre —le regañó el profesor Kenkar a Divád.

Did no estaba acostumbrado a estar en ese lugar, no le gustaba la idea de pensar en ellos, mucho menos de estar en uno de ellos; desde la muerte de su profesora no había ido ni una sola vez a visitarla y no fue hasta el momento en el que el director le reveló los planes que tenía para él, que se decidió a darle la despedida que merecía.

Cuando llegó a la tumba de Taineda le dolía la cabeza, no dejaba de pensar en el momento en el que su profesora, asustada, le dijo que tenían que salir de aquel lugar y se preguntaba una y otra vez que fue lo que Taineda encontró, pero todos sus esfuerzos acababan en nada. Divád se arrodillo ante la tumba y Kenkar se marchó para que pudiese despedirse solo.

—Profesora, siento no haber venido antes, pero ya sabe lo que me pasa con los cementerios y estas cosas —dijo en voz alta Divád mirando a su alrededor— no soporto la idea de pensar que la magia puede hacer que los muertos se levanten y anden como si fuesen recipientes sin alma; espero que lo entienda.

En ese momento Divád se sintió un poco estúpido por excusarse ante una tumba, «si los muertos pueden oírnos, desde luego la profesora Taineda no tendrá en cuenta mis excusas».

—Bueno tan solo quería despedirme, el director me ha mandado a hacer un pequeño trabajo de investigación a Juno, junto con un nuevo profesor que da abjuración, es un viaje muy largo, y dice que mientras no se sepa lo que realmente ha ocurrido con usted y la investigación que hizo, lo mejor es que yo este lejos, «por desgracia, Sarah, no puede venir conmigo», pensó Divád.

Did se levanto, con los ojos llorosos, recordando a su profesora y más pena sintió cuando al mirar hacía atrás vio a Kenkar en la lejanía, indiferente, como si en ese campo santo no hubiese nadie que mereciese la pena.

—¿Ya? —preguntó Kenkar cuando Divád se acercó a él.

Did asintió. Ambos comenzaron a caminar en dirección al colegio.

—Tienes suerte, dicen que Juno es un bello continente, el bosque infinito lo llaman. —comentó Kenkar, que era uno de los profesores que había estado a favor de la idea del director.

—¿Cuanto tiempo estaré allí? —preguntó Divád, aunque él sabía que si el director no le había dado respuesta, tampoco lo haría Kenkar.

—El necesario, para que Helden terminé sus estudios e investigaciones.

Divád agachó la cabeza, consciente de que eso no seria poco tiempo.

—Espero que a la vuelta Helden no muera, como lo ha hecho Taineda.

Divád miró a Kenkar, no le gustaba lo que estaba insinuando.

—¿Lo dice por mi?

—Solo lo digo. Una profesora se fue contigo y murió, como sabemos que no tienes algo que ver.

Divád apretó el puño, conteniéndose para no darle un puñetazo a Kenkar.

—Solo soy un niño, no podría matar a la profesora Taineda por mis propios medios y tampoco tengo edad como para poder tener contactos con magos tan capaces.

Kenkar soltó un bufido.

—No sabes mucho de la historia de la magia pequeño. ¿Sabias que el mentor de Bigby era capaz de detener el tiempo a su alrededor con tan solo once años?

El legado de Rafthel I: El señor del sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora