Edwin (V)

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EDWIN

Mariela la ilusionista

Su primer mes en el colegio tendría que pasarlo en las dependencias de la familia Alerti, y Edwin se había preparado a conciencia, con la ayuda de Helden.

—¿Estas preparado? —le preguntó el maestro abjurador al joven prodigio cuando estuvieron delante de las grandes puertas de hierro de la mansión Alerti—. Mariela no va a ser gentil contigo solo porque seas un niño.

Edwin miró la mochila que llevaba en las manos.

—Tengo papel, comida, bebida, tinta y una pluma —sonrió—. Estaré bien.

Helden le despeinó con la mano para enfadarlo.

—Míralo, si hasta parece mayor —bromeó—. Alerti utiliza ilusiones y disfruta demostrando su poder.

Edwin lo miró con indiferencia; Helden se dio cuenta de que el joven no lo estaba comprendiendo.

—Cuando descubra tu cobardía —Edwin torció el gesto y Helden carraspeó—. Quiero decir, cuando conozca tu absoluta cobardía, te utilizará para pasar las tardes.

Edwin agachó la mirada, sentía como el pecho le palpitaba, era una sensación extraña, la cual solo había sentido una vez en su vida.

—El hombre pelirrojo...—intentó abordar el tema.

—...no te preocupes por eso —le interrumpió el abjurador.

El pequeño zorro sabía, por lo que Divád le había contado, que el excéntrico profesor había corrido un gran peligro al plantar cara a aquel hombre pero a pesar de los intentos de Did por hacerle entender cuan miedo podía inspirar el hombre pelirrojo, Edwin era incapaz de sentir miedo. El chico quería preguntarle a Helden pero a la vez en el fondo de su corazón no quería encontrar respuesta a la pregunta. Edwin se limitó a mirar a Helden, mirando hacía arriba, imaginando qué se sentiría al poder afrontar cualquier peligro, sin temor, sin miedo.

—¡Edwin! —gritó Helden e inmediatamente el profesor se apartó a un lado—. ¡Apártate!

El niño de seis años miró hacía una de las ventanas de arriba y vio como Mariela Alerti les lanza una lluvia de flechas negras. No hizo nada.

Helden gruñía mientras intentaba levantar los pies del suelo.

—¡Mariela, esto no tiene gracia! —le gritó. Edwin jamás había visto así de furioso al profesor de abjuración, ni siquiera cuando enfrento al pelirrojo—. ¡Nos tienes atrapados, sácanos de aquí!

El gesto de Mariela Alerti era frío y una leve sonrisa irónica era lo único cálido en su rostro. La profesora se tiró desde la ventana y a escasos centímetros del suelo su caída se ralentizó y aterrizó lentamente.

Edwin avanzó hasta Helden, lo que hizo que el profesor enrojeciera.

—El chico no ha caído en la trampa —apuntó Mariela—. La suerte del principiante —dijo mientras miraba como Edwin intentaba estirar, inútilmente, de Helden.

La dama Alerti chasqueó los dedos y Helden quedó libre.

—¿Un conjuro nuevo? —le preguntó Helden, sacudiendo sus ropas—. Te recuerdo, querida, que se necesita autorización expresa del director para poder utilizar conjuros no documentados contra personal del colegio.

Cuando Helden terminó, la mujer se colocó la manga de la túnica delante de su boca y emitió una pequeña risa.

—Tan solo era un conjuro inofensivo, sobretodo para un maestro abjurador como tú.

El legado de Rafthel I: El señor del sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora