Senni (IV)

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SENNI

Ante la Garganta de la Bestia

De nuevo tenía que esperar los acontecimientos desde el otro lado del frío cristal. Las posadas se habían convertido en una parada habitual en su vida; hacía siglos desde la última vez que Akodo Senni visitó las tierras Yasuki. En ese entonces, los Yasuki pertenecían a la Grulla y los mercaderes recorrían los caminos sin el temor a que cualquier bandido les rajara el cuello y les robase las botas.

Ahora su papel estaba en las sombras; no era una labor muy diferente a la que realizaba en aquellos tiempos, pero no tenía que esconderse, ni preparar un plan para entrar sin que la guardia lo supiera.

—Los habran matado —comentó Selim en voz alta; Rurik lo miró con rabia, con sus ojos verde esmeralda—. O se habran matado entre ellos.

—Les dejé muy claro lo que debían hacer, sé que no fallaran, es su última oportunidad —contestó Senni, sin mirar al vampiro; le gustaba mirar por la ventana, esperando que el encantador de serpientes y el chico del Cangrejo aparecieran de un momento a otro. Habían pasado tres días desde la fecha acordada y no habían tenido noticias de ellos

—¿Crees que van a hacerte caso? He visto el odio que hay entre ellos. No puedes suprimir el odio de tu alma

Rurik dio una palmada en la mesa. El enano de barba pétrea estaba leyendo un libro y Selim tenía una voz poderosa, una voz llena de desprecio.

—Intento estudiar. Ve con el monje si quieres hablar con él, pero no grites para que te escuche —se quejó el mago de la tierra—. Tan importante soy como vosotros y si no estoy preparado no pienso poner un pie en Oriente.

Selim se levantó de mala gana y escupió al suelo; el personal de la posada no hizo nada, Senni sabía que estaban totalmente intimidados por las formas del vampiro y. además, Senni tenía la certeza de que la mujer joven que los atendió el primer día no volvería y el vampiro había tenido algo que ver.

—El odio es como un animal, si lo alimentas crece y si lo dejas morir de hambre sus huesos quedarán para siempre —Selim se acercó a Senni y se apoyó en la pared que tenía al lado—. ¿Donde has escondido tú, tus huesos?

Senni no se inmutó; a diferencia de Kasai, Selim no podía ver en el pasado del semidragón, lo que lo convertía en un simple bravucón que no sabía de lo que hablaba. Continuó con la espada recta, mirando por la ventana, esperando que alguno de sus compañeros pusiera fin a la espera. Al principio deseaba que el elfo y el humano volvieran, ambos, sanos y salvos pero había llegado un punto que le bastaba con que volviera uno, sin importar si la misión había tenido éxito o no.

—No me compares contigo, Selim —le recriminó—. Tú lo único que conoces es el odio, tú y yo somos diferentes.

—Ambos hemos sido repudiados y perseguidos. Conozco tu historia monje, he vivido mucho más que tú, para mi no eres más que un bebe rosado y babeante.

—¿Cuantos años llevas así? —preguntó el monje; no le importaba realmente, pero en la monotonía que representaba la posada, saber el tiempo que llevaba ese monstruo caminando entre los vivos era un aliciente que no podía dejar pasar.

Selim rio como un loco.

—Es gracioso —comentó; Rurik arrugó el pergamino que estaba estudiando y miro a ambos hombres con exasperación. Selim lo miró y le sonrió, sus blancos colmillos parecían brillar más aun a la luz de las velas que el posadero había puesto en cada mesa—. Puedo recordar el sabor del primer pastel que hice, puedo recordar la sensación que tuve al matar por primera vez, incluso recuerdo los llantos y suplicas de la primera mujer que tomé...pero no recuerdo cuanto tiempo llevo así.

El legado de Rafthel I: El señor del sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora