Edwin (VII)

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  • Dedicado a Danny Garrido
                                    

Los dominios de la enfermedad

El ambiente era irrespirable.

La mayoría de los magos y clérigos que se aglutinaban para sanar a los enfermos llevaban bastas mascaras para evitar contraer cualquier mal.

—¿Es contagioso? —preguntó Edwin, temeroso de caer enfermo—. Nosotros no llevamos mascaras.

Leo le restó importancia con un largo suspiro. El pequeño zorro evitaba cruzar la mirada con Sura; la chica lo miraba continuamente, sus grandes ojos azules eran una tentación para Edwin, sentía una sensación de paz absoluta cuando se cruzaba con ellos.

—Estoy segura de que no enfermaremos —dijo Sura, con voz dulce y melosa.

El pequeño esperó a que la voz de su interior le contara algo o le diera la razón a la chica, pero nada más lejos de la realidad; la voz de su cabeza no funcionaba cuando él quería, aunque Edwin se empeñara en no reconocerlo.

—Si enfermáis o no...mientras no me toque a mi —el tono de voz de Leo no consguía tranquilizar al pequeño zorro, miedoso por naturaleza—. Huele a enfermedad, lo único que quiero es terminar pronto de aquí y continuar en el colegio.

Leo era un hombre perezoso, hipocondriaco e irritable. No estaba conforme con la tarea que le habían encomendado, cuidar de Edwin y Sura; El ayudante de Rhaban mantenía la idea de que debía ser el maestro nigromante el que se encargará de ellos.

Marthen estaba atendiendo a los enfermos más graves y que realmente sí eran contagiosos. Esa era la versión oficial que daba el colegio; la realidad era mucho menos amable. Rhaban Marthen no cuidaba a los que podían presentar un grave riesgo para su salud, era un hombre jovial y risueño, pero no un samaritano.

—¡Ed! —voceó el profesor de nigromancia—. Ya estás aquí —Leo lo miró con irritación, habían andado mucho hasta llegar a las tiendas de campaña donde atendían a la gente, a Edwin le dolían los pies, había caminado mucho tiempo. Rhaban seguramente habría usado la magia para llegar más rápido; su espesa barba todavía olía a la deliciosa comida del colegio.

—Profesor, yo también estoy aquí —se quejó con desgana su ayudante.

—Leonard, a ti te veo todos los días y tú no eres el alumno estrella del hombre del momento —dio un codazo a Edwin—. Quizás Helden tenga pensamiento de dejarte en herencia su puesto.

Edwin miró los ojos de un enfermo que había detrás de Rhaban. Las palabras de Sura cobraban fuerza, la voz de su interior también creía que eso era algo más que una simple racha de fiebres.

—Todavía me queda demasiado para llegar al lugar del profesor Helden —dijo Edwin con humildad, aunque sabía que, si se lo proponía, llegaría al lugar del maestro de abjuración en pocos años.

—Quizás no llegue nunca —dijo Sura con tono sombrío. Sus palabras inquietaron a Edwin, que no sabía si tomarlo como una ofensa o como un reto.

 Marthen hinchó el pecho y se coloco delante de Sura, tratando de imponer su figura.

—Tú debes de ser Sura, también he oído hablar de ti —reconoció el nigromante—. Este niño quizás pueda sorprenderte, su recomendación la ha tramitado un buen amigo mio.

Sura sonrió cálidamente al nigromante y miró hacia un hombre que a los pocos segundos comenzó a toser sangre. Marthen se apartó y Leo fue rápidamente a socorrerlo.

—Un nuevo síntoma —cabiló Rhaban en voz alta—. Es interesante.

—Dijiste que nada de sangre —dijo Edwin, apartando la vista al instante; el solo recuerdo del color carmesí le provocaba nauseas.

El legado de Rafthel I: El señor del sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora