Edwin (IV)

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EDWIN

El consejo

—¿Vas a quedarte ahí todo el día? —le preguntó Helden al ver que Edwin no dejaba de mirar la fachada de la universidad.

El pequeño zorro hizo caso omiso a las palabras del mago y siguió admirando la maravilla arquitectónica que se alzaba ante sus ojos.

—¿Esta viva? —preguntó Edwin, que por primera vez en mucho tiempo no tenía una respuesta preparada en su cabeza.

Divád bufó a la vez que el maestro abjurador rió a carcajadas.

—Claro que no estúpido, tan solo es una roca que se mueve por arte de magia.

La fachada estaba hecha en piedra roja que se movía como si de el vaivén de las olas se tratase; Edwin jamás había visto algo parecido y para él era como un milagro que eso pudiese existir.

Edwin miró los rostros de sus dos acompañantes; el maestro le miraba con impaciencia mientras que el alumno lo miraba con desconfianza; Edwin sabía perfectamente que ambos no sabían si tenerle miedo y después del incidente con el baúl decidió que lo mejor sería mantener la boca cerrada durante un tiempo.

—¿Cuando sabré si me admiten? —preguntó mientras avanzaba hacía ellos—. Tengo prisa.

—Mínimo cinco años —respondió Helden, cansado de repetir la misma respuesta. Edwin había preguntado cada día esperando obtener una respuesta más esperanzadora pero el maestro abjurador no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer.

Si el exterior de la colegio había fascinado a Edwin el interior no era menos impresionante; amplios pasillos llenos de alumnos con miradas curiosas, velas que iluminaban más allá de lo que cualquier fuego hubiese iluminado jamás, el suelo de baldosas blancas y negras, como si de un tablero de ajedrez se tratase, el alto techo estaba pintado con imágenes de grandes magos del pasado.

—Es impresionante —dijo Edwin embobado.

—Todo el mundo dice eso la primera vez que viene aquí —respondió Divád con prepotencia. Edwin se había percatado de que el alumno de Helden había comenzado a tener celos de él porque su maestro le hacía más caso a él.

Los tres caminaban a la par, con Helden en medio; todo el mundo los miraba. Helden era un maestro que llamaba la atención por su forma de moverse, era un andar muy fluido, casi una danza; Divád no tenía nada por lo que debiesen mirarlo pero él era diferente.

—Todos nos miran —dijo con irritación Divád—. Ya dije que...

—...que debimos dejarlo fuera, lo sé, lo sé —restó importancia Helden—. Tranquilo, solo es una visita guiada al pequeño exterminador de tejones.

Divád rió mientras miraba al pequeño Edwin que se enrojeció por la vergüenza de recordar lo acontecido.

—No soy un cobarde —se defendió el chico.

Pero lo cierto es que era mentira; Edwin temía prácticamente a todo, no había casi ningún animal sobre la faz de la tierra que no le provocase un temor incontrolable.

—No, claro que no —dijo Helden con sarcasmo.

Edwin apretó el puño, sabía que Helden estaba en lo cierto, era un cobarde y siendo un cobarde jamás llegaría a ser un héroe como Marien y Delian, sus padres.

—Profesor... —dijo Divád confundido.

—Lo sé Did —respondió el excéntrico abjurador—. Vamos a hacerle una visita guiada a Edwin, ¿recuerdas?

El legado de Rafthel I: El señor del sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora