Divad (VII)

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El pozo negro de la magia

Le dolía la cabeza por la noche anterior. Era difícil asimilar todo lo que había ocurrido en la última prueba de Helden como profesor del colegio. El maestro abjurador ya había hecho oficial que formaría parte de El Priorato, confirmando que era uno de los grandes magos del mundo y coronándose como el mejor abjurador que existía en el plano material.

Helden era el único profesor del colegio que estaba capacitado para llegar tan lejos en el mundo de la magia, pero también era el único capaz de montar una celebración de tales dimensiones. Did nunca había bebido tanto alcohol, ni siquiera se había emborrado nunca; fue Helden el que lo incitó, alegando que quería disfrutar de la primera borrachera de su alumno preferido.

—Tu alumno preferido es Edwin —respondió Divad, ya algo bebido—. No sé porque no lo has traído aquí.

Divad tenía celos de Edwin, era un secreto a voces, aunque en parte también apreciaba al chico. No era malo y sus intenciones siempre eran buenas, a pesar de que él y Sura siempre se estaban metiendo en problemas, Did sabía que era la mujer la que incitaba al pequeño. No podía culparlo, pues él también estaba enamorado.

El mago se levantó y miró a su lado. Ahora era un abjurador, no podría compartir habitación con Sarah, que hoy elegiría que escuela de magia desarrollaría; seguramente la nueva maga se descansase por conjuración, que impartía el profesor Kenkar o quizás por alguna otra como transmutación. Fuera de la nueva habitación, el jaleo era increíble. Divad no podía creer que la fiesta de Helden se hubiese alargado tanto; se colocó la túnica de abjurador con mucho mimo y se miró en el pequeño espejo que tenía en la mesita de noche. Tenía un aspecto horrible. El abjurador se había dejado el pelo más largo y no había afeitado la pelusa de su barbilla.

— ¡Divad! —Escuchó el grito de Sura, entre la multitud de ruidos que provenían de los pasillos—. ¡Tenemos que salir de aquí! —Gritaba la joven a la vez que aporreaba la puerta.

Did fue a abrir con la intención de resultar lo más desagradable posible; Sura le había despertado en muchas ocasiones para salir, junto a Edwin, de aventuras. Desgraciadamente los planes de Sura nunca salían del modo que a la joven maga le hubiese gustado.

— ¿Qué? —abrió la puerta y vio como la gente corría de un lado a otro, parecían estar poseídos por algún tipo de locura, o al menos eso fue lo que Divad pensó. Después vio el humo y escuchó los lamentos—. ¿Qué está pasando? —preguntó sin saber si se trataba de una pesadilla.

—Atacan el colegio. El responsable de todo esto es Kenkar y... —Sura se mordió la lengua y agarró al nuevo abjurador por el brazo—. Tenemos que salir de aquí, debemos proteger a Edwin.

Did se soltó del agarrón de la joven de malas maneras.

—Ni hablar, voy a ayudar a los demás. Tú llévate a ese mocoso miedoso a otro lugar —dijo para demostrarle a Sura que él era el verdadero héroe, no Edwin.

El joven abjurador no podía olvidar las largas conversaciones que tenía, junto a su mentor, sobre Edwin. Odiaba cada vez que Helden comentaba las posibilidades que tendría Edwin. Cuando el niño de pasado desconocido apareció, Divad dejó de ser la mano derecha de Helden para convertirse en un proyecto de mago, en un juguete roto que busca unas manos en las que ser feliz y cumplir su función.

—Edwin tiene demasiado miedo —le decía Divad a Helden cuando este miraba al niño manco con un brillo especial en la mirada—. Yo puedo...

—...No puedes Divad. Él es quien hemos estado esperando, tú eres un mago normal, como yo. Pero él tiene un talento innato para la magia, mucho más poderoso que cualquier estudio que tú y yo realicemos juntos.

El legado de Rafthel I: El señor del sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora