Our Last Sunset [✓]

By saraahoconnor

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BIOLOGÍA "SUMMER MEMORIES" #1 COMPLETA. Leah invierte su tiempo en bailar sobre sus puntas, siempre ha sido s... More

Capítulo 1: la realidad
Capítulo 2: actuación
Capítulo 3: bienvenida a Australia
Capítulo 4: explorar
Capítulo 6: ella
Capítulo 7: preparativos
Capítulo 8: confianza
Capítulo 9: amigos
Capítulo 10: diversión
Capítulo 11: nervios
Capítulo 12: promesa
Capítulo 13: primera clase
Capítulo 14: pasado
Capítulo 15: ¿un baño?
Capítulo 16: Luna Park
Capítulo 17: helado
Capítulo 18: a dormir
Capítulo 19: ¿es una cita?
Capítulo 20: no te rindas
Capítulo 21: pingüinos
Capítulo 22: ¿te acuerdas de mí?
Capítulo 23: miedo
Capítulo 24: festival
Capítulo 25: picnic sorpresa
Capítulo 26: año nuevo, vida nueva
Capítulo 27: acampada
Capítulo 28: ¡son bebés tortuga!
Capítulo 29: no me respondías
Capítulo 30: increíble
Capítulo 31: barco
Capítulo 32: locura
Capítulo 33: llamada
Capítulo 34: confesión
Capítulo 35: la última semana
Capítulo 36: adiós
Capítulo 37: de vuelta
Capítulo 38: regalo sorpresa
Capítulo 39: ilusión
Capítulo 40: rota
CONTINUARÁ

Capítulo 5: casualidad

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By saraahoconnor

Ese día me levanté pronto, no podía dormir. El cambio horario me estaba empezando a dar problemas. Me vestí con unos pantalones cortos de deporte y una camiseta básica. Salí a dar un paseo por el barrio, di varias vueltas por las casas de los vecinos para conocer más o menos la zona, y saber ubicarme cuando tuviera que ir a ayudar con los preparativos. Hice varías fotos con el móvil y se las mandé a Sophie. En Londres eran las nueve de la noche, así que aún estaba despierta. La echaba de menos. A ella y a Lisa y Kendall. A todas mis compañeras de ballet, en general. Ellas eran mis únicas amigas, las únicas con las que me relacionaba. Sin darme cuenta, había llegado a la playa. Estaba tan absorta en mis pensamientos que no me di cuenta. Mi móvil vibró con su respuesta y me senté en un banco para leerla.

Sophie:
Allí todo es precioso, qué tal los chicos?

Ese mensaje llevaba incluido al final un emoji con una carita pícara. Negué con la cabeza repetidas veces, mi amiga era una gran admiradora de los chicos, y una fanática del amor.

Yo:
Te recuerdo que solo llevo aquí un día.
Pero de momento me gustan.

Ese último mensaje fue un poco repentino. No pensaba mandarlo, pero entonces me acordé del chico de la playa. Era definitivamente muy guapo, así que... ¿por qué no decírselo a Sophie y que se muriera de la envidia?

Sophie:
Me encantaría estar allí contigo y verles también.

Este mensaje traía una carita triste. Pero no quería que la conversación tomara ese rumbo, si había algo que odiaba era que la que gente a la que quería estuviera triste por mi culpa.

Yo:
Intentaré conseguir buenas fotos, les verás no te preocupes.

Le mandé varios corazones y bloquée el móvil. Me puse en pie y me acerqué a una valla de madera que separaba la playa de la calle. Había alguien haciendo surf, y quería observarlo mejor. Apoyé los codos en la madera y sujeté mi cabeza con las manos. El paisaje era precioso. Las olas rompían con fuerza, el sol estaba terminando de salir, dándole el cielo un aspecto anaranjado. Había una suave brisa muy agradable y los pájaros paseaban por la arena de la playa, aprovechando que aún no había nadie.

El chico surfeaba las olas sin ninguna dificultad, debía tener años de práctica a sus espaldas. Aunque bueno, ¿aquí los niños no nacen con una tabla de surf bajo el brazo? Se movía con mucha agilidad y cogía sólo las olas que consideraba buenas. Al cabo de un rato de estar sobre la cresta de las olas, se sentó en la tabla supongo que a descansar. Y entonces, como si supiera que yo estaba allí, se giró y me miró fijamente. Era el chico de la pelota.

Enseguida me vi la vuelta y volví sobre mis pasos, alejándome de allí. ¿Qué hacía tan pronto despierto? ¿Me habrá reconocido? Había unos cuantos metros entre ambos. Cuando volví a casa eran casi las ocho de la mañana. Mi abuela ya estaba despierta preparando el desayuno.

—¡Buenos días! No sabía que habías salido.

Mordió su tostada y se sentó en un taburete. Todavía llevaba su pijama y unos rulos en la cabeza. Verla de esa manera me hizo gracia.

—Sí, me levanté pronto y fui a dar una vuelta. La playa es preciosa estando vacía. Aunque, bueno... ahora que te veo tú estás aún más guapa —admití, burlándome de sus rulos.

—Por graciosa ahora te haces tú el desayuno.

Me sonrió y después le dio un sorbo al café. Tomé nota de sus palabras y me tosté pan para desayunar yo. Seguimos hablando en el proceso, y consiguió hacer que me olvidara de Londres con sus bromas.

—Que sepas que estaré divina cuando me quite esto. Querrás probarlos.

Me empecé a reír de lo que había dicho. ¿Yo ponerme rulos? No gracias, Dios me libre. Una vez me puse uno de pequeña y se me enredó tanto el pelo que me tuve que cortar el mechón.

—No creo que los use, pero no tengo ninguna duda de que eres la abuela más guapa del barrio.

—¿De dónde crees que has sacado tú esa belleza? Obviamente de mí.

Me estuvo contando anécdotas graciosas y la vida de los vecinos. Dijo que así me sería más fácil acordarme de ellos y no confundirlos cuando fuera a ayudar. El matrimonio Green venía de Estados Unidos, y eran los creadores de estas fiestas. La mujer es bióloga, razón por la que se mudaron aquí, y por la que donan el dinero a las ONGs. El marido trabaja en una empresa y tienen tres hijos. Dos chicos y una chica de ocho, seis y cuatro años respectivamente.

Luego están los Thompson. Ellos son originarios de aquí y tienen dos hijos, uno de mi edad, es decir, de diecisiete, y el otro de nueve. Que es casualmente el niño de las galletas. También están las Campbell, un matrimonio de lesbianas majísimas según mi abuela, con una hija llamada Maddy. Dijo que esas tres familias eran las que más se volcaban con el evento y que por eso debía conocerlas un poco por encima.

Me acerqué a ayudar a en torno a las seis. Gracias a mi paseo de esta mañana fui a tiro hecho hasta la casa. Al parecer era la de la familia Green, según ponía en el buzón. Había gente de todas las edades llevando cajas, palés de madera y cojines de un lado a otro. Todo el mundo sabía lo que tenía que hacer, menos yo.

—Hola, tú debes de ser Leah, la nieta de Kimberly.

Una señora rubia, de unos cuarenta y algo me envolvió en un abrazo. Me sorprendí de su efusividad, aunque no me importó. Le sonreí de manera tímida. Odiaba ser así.

—Yo soy Courtney, pero puedes llamarme Court. Ven, te diré con qué nos puedes ayudar.

Empezó a caminar hacia un pequeño solar en el que tenían muchos palés de madera convertidos en unos sofás preciosos. Por el suelo había bastantes cables que terminaban en una pequeña plataforma que debía hacer de escenario.

—Puedes ayudar a Jimmy a poner las luces y el decorado del escenario, ¿te parece bien? —señaló a un chico de unos veinte años subido a una escalera. Este se giró y me saludó con la mano. Qué majo.

—Por supuesto.

Courtney se marchó y yo me acerqué a la escalera. El chico era pelirrojo y estaba algo rellenito, pero no mucho. Me pareció muy tierno. Era la típica persona a la que te entraban ganas de abrazar.

—¿Cómo puedo ayudarte? —le pregunté. Él bajó de la escalera.

—Seguro que eres más flexible que yo y llegas a aquella esquina. Hay que colgar las luces ahí.

Flexibilidad, uno de mis puntos fuertes gracias al ballet. Sería pan comido... espera. Yo ya no bailaba, y la flexibilidad era lo primero que desaparecía. Mierda. Me subí a la escalera de metal que Jimmy sujetaba para que no se fuera a mover. Me tendió el extremo de las luces y me incliné sobre la escalera para colgarlas. De momento, mi cuerpo no había olvidado todo lo que aprendió en el estudio con Maggie.

—Tu abuela siempre hablaba mucho de ti, me alegro de que por fin vinieras a verla.

Le dediqué una mirada rápida. Vaya, no sabía nada sobre eso.

—Sí, yo también.

Pensé que sería una buena opción desviar la atención de mí, así que le pregunté:

—¿A qué te dedicas?

—Trabajo en una empresa de electrónica. Se creen que por eso me pueden encasquetar las luces todos los años.

Me uní a su risa, me caía bien, era cómodo trabajar con él.

—Bueno, por lo menos puedes ponerlas como más te gusten, y a la gente siempre es algo que le suele encantar. Las luces bonitas en una noche oscura.

Me tendió otra tanda de cables con mini leds y también los puse mientras hablábamos de cosas banales. Al final, esto podía llegar a ser divertido.

Me duché y me puse el pijama. Mientras estaba bajo el chorro de agua llegué a la conclusión de que debía disfrutar del tiempo aquí. Había venido para olvidarme de Londres y todo lo que aquello suponía, así que debía hacer amigos, pasármelo bien y crear buenos recuerdos. Me prometí a mí misma que mañana me pondría a ello. ¿Cómo? No tenía ni idea. Nunca se me dio bien acercarme a la gente, pero siempre hay una primera vez para todo.

Sonó el timbre y me acerqué yo a abrir. La abuela estaba ocupada en la cocina y no le venía bien. Abrí la puerta y casi se me salen los ojos de las órbitas. Estaba allí, ¡él estaba ahí! De pie en el porche, con las manos en los vaqueros y sus bonitos ojos. Y yo estaba en pijama, el cual consistía en una simple camiseta de tirantes con unos pantaloncillos bastante cortos. Oh, mierda. Su sonrisa se congeló al verme y presa del pánico le cerré la puerta en las narices. Oh Dios mío. ¿Qué acababa de hacer? Volví enseguida a abrirla. Él volvió a sonreír.

—Kimberly sigue viviendo aquí, ¿verdad? —ladeó la cabeza ligeramente y frunció el ceño.

—Sí, soy su nieta. ¿Necesitas algo?

No podía verme pero me apostaba una mano que tenía las mejillas coloradas. ¡Acababa de cerrarle la puerta en la cara al pobre chico! Él solo venía a ver a mi abuela. Espera ¿qué? ¿Por qué todo el mundo viene a ver a mi abuela?

—La verdad es que venía a por...

—¡Cameron! Que alegría verte, hijo. Pasa, pasa.

Mi sociable abuela llegó a la puerta y la abrió de par en par para que pudiera pasar. Yo me hice a un lado y bajé la vista cuando pasó por mi lado. Era más alto que yo y olía a una mezcla de colonia y mar. Cuando conocí a Alex no me puse así de tonta, ¿qué me pasaba? Supongo que con él me sentía más a gusto porque sabía que siempre podríamos hablar de ballet. Pero Cameron... de él no tengo ni idea de nada y eso me asusta, no sé por dónde proceder.

—Aquí tienes las galletas que le prometí a tu hermano. Dile que si no le veo mañana ayudando en la preparación de la fiesta no le daré más.

Cameron soltó una risilla por lo bajo. También parecía algo incómodo. Cuando mi abuela se dio la vuelta para recoger unos trastos, nuestras miradas chocaron. Yo la aparté porque me sentía realmente expuesta. ¡Me daba mucha vergüenza que me viera con el pijama sin conocerme de nada! Sí, vale, ayer me vio en bikini, pero por lo menos estábamos en igualdad de condiciones. Y pensé que no le vería más. Resultó no ser así.

—Muchas gracias, la verdad es que son las mejores que he probado nunca —admitió.

Así que el chico surfero además de ser mi vecino también le gustaban las galletas de mi abuela. Aunque, bueno, ¿a quién no? Era como si cogieras un pedacito de cielo, le pusieras chips de chocolate y lo dejaras en un plato.

—Dile que no se atiborre, o sino el sábado no podrá comer más —bromeó mi abuela.

—Descuida.

Con un movimiento de cabeza se despidió de ella y caminó hasta la puerta. Una vez en el porche, yo estaba a punto de cerrar cuando de pronto me miró sobre su hombro.

—Hasta mañana, Leah.

Bajó los tres escalones y desapareció entre las casas y los árboles. Cerré la puerta y me apoyé sobre ella. ¿Cómo el destino había sido tan cruel de hacer eso? Pero si parecía más nieto de mi abuela que yo. Hablando ella, se limpió las manos en un trapo mientras me miraba con esa cara que ponen todas cuando saben que les ocultas algo. Esa sonrisilla maliciosa y diablesca.

—¿Qué? —espeté.

—No, nada. Tan solo pareces un poco trastornada por la visita de ese chico.

Elevó las cejas, dejando en el aire una insinuación indecente.

—Sí, porque ayer en la playa sus amigos me lanzaron un balón y él vino a recogerlo. Solo me ha sorprendido lo pequeño que es Melbourne.

—Ajá.

Con un resoplido le di un beso en la mejilla y me fui a dormir. Pero esa noche, mirando al techo, la imagen de esos ojos azules me perseguía.

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