Sombras en la Niebla

By Nyhlea

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[Ganadora Terror/Paranormal Watty 2019] 21 de diciembre, 2016. Un grupo desaparece en el bosque entre la espe... More

Antes de comenzar...
Sombras en la Niebla
Dedicatoria
Prólogo
Primera Parte | Un pueblo maldito
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Segunda Parte | La dama del infierno
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Tercera Parte | El castigo del monstruo
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Cuarta Parte | La mortalidad de las ilusiones
Capítulo 30

Capítulo 23

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By Nyhlea

I

La luz se reflejaba en algo al final del tubo. Me acerqué para ver mejor y tomé entre mis dedos una sucia llave pequeña, parecida a la que usábamos para los casilleros o los candados de las bicicletas. Sólo por si acaso, la guardé en mi bolsillo y limpié la sangre en la tela del pantalón.

Ni siquiera me tomé el tiempo de recuperar mis cosas, tan sólo cojeé hasta la puerta y salí al pasillo, el cual había vuelto a la normalidad: oscuridad llena de puertas. Miré por sobre mi hombro y vi que el lugar donde había estado era una habitación sucia de hotel. Todo el resto estaba desaparecido, incluso mis prendas de ropa.

¿Lo había imaginado todo?

Recordaba el mapa en mi cabeza. No encontraría nada útil en las habitaciones, no necesitaba comprobarlo, por lo que cojeé directamente al final del pasillo, hacia el otro lado por el que yo había llegado. Allí estaban las escaleras de servicio, las que conectaban directamente con la cocina. Quizás aún quedaban cosas para comer y algún cuchillo para defenderme si algo seguía saliendo mal, si debía defenderme.

O atacar.

Luego de la pelea, mi cuerpo debía de sentirse pesado y adolorido, pero no era así. Me sentía extrañamente ligero y, si no tocaba las zonas o no pisaba con demasiada fuerza, no sentía mayor molestia. La muerte del viejo me había liberado de alguna manera y eso sonaba escalofriante al tiempo que excitante.

Sólo había una cosa que me molestaba: la tonalidad negra que reptaba hasta mis brazos, por encima del codo. La piel allí ardía y temía lo que pudiera ocurrir si cortaba justo ahí. Eso y el color de la herida que me había dejado la criatura del gimnasio. Pero no debía concentrarme en ello, tenía que salir para poder encontrarme con Vera y Hazel y escapar de ese pueblo maldito.

La puerta a las escaleras se abrió con facilidad. Descendí con cuidado y llegué a otra puerta, la que tampoco estaba cerrada. Ni siquiera lo pensé al entrar a la cocina, la que estaba vacía a simple vista. Revolví cajones y puertas completas, buscando algo que no se hubiera descompuesto en el tiempo. Tan sólo encontré un poco de comida enlatada, la que devoré deteniéndome a respirar. Estaba hambriento, sediento y cansado. Las primeras dos pude resolverlas por un momento, pero no tardé mucho en devolverlo todo en conjunto con una sustancia viscosa y maloliente.

El viejo lo había dicho: estaba envenenado y mi tiempo corría a una velocidad vertiginosa. Tendría que ocuparme de ello si quería vivir una noche más. Entonces, recordé lo que él había dicho sobre el tercer piso y su ocupante.

Limpié el vómito de mis labios con el reverso de mi negruzca mano, sintiendo el sudor frío cubrir mi piel por completo. Comenzaba a sentirme mareado y débil, extremadamente débil, lo que era un gran contraste con como me había sentido luego de salir de esa habitación. Pero no debí detenerme a analizar cómo me sentía, por lo que volví a levantarme con ayuda de una de las encimeras de la amplia cocina.

Escondí uno de los cuchillos de carne en mi pantalón antes de volver hasta la puerta, dirigiendo una última mirada. Me fijé en la ventana que daba al comedor y la puerta a su lado, la que estaba bloqueada con un pasador en la parte superior. La dejaría cerrada por el momento, para que nada pudiera entrar. Seguramente saldría por allí llegado el momento.

Subí uno a uno los escalones que me llevaron al segundo piso. Luego, atravesé el pasillo sin fijarme mucho en los números que estaban a un lado de las puertas. Tenía que apresurarme y aferrarme a la idea de que el viejo no me había mentido en un acceso de delirio, que efectivamente se encontraba un médico en la suite.

Tropecé y caí apoyado en las palmas de mis manos. En un acceso de arcadas, volví a vomitar más de ese líquido apestoso. Incluso vi un poco de sangre y pequeños movimientos de lo que asemejaban parásitos. No sabía como funcionaba el veneno o lo que fuera de las criaturas de ese pueblo, pero eso no podía ser nada bueno.

Afirmado en las paredes, logré avanzar el último tramo hasta la escalera que me llevaría al último piso, donde la puerta había estado cerrada antes, pero ahora estaba abierta de par en par. La desconfianza tendría que haberme advertido de no entrar allí y terminar con el último tramo de escaleras, pero estaba muriendo lentamente, ahogado por el veneno que me generaba más arcadas que volvieron a expulsar más de esa sustancia.

Logré llegar arriba y me recargué contra el brillante pomo de la puerta, la que no parecía deteriorada en lo absoluto y se encontraba al final de un corto pasillo iluminado por una solitaria ampolleta. Intenté abrir, pero estaba cerrada a cal y canto. Ya no quedaban oportunidades, iba a morir en ese solitario lugar luego de haber vencido a dos seres que habían buscado mi muerte con desesperación. ¿Tan patética iba a ser? No luchando, sino ahogado en mi propio vómito.

Me dejé caer contra la muralla e incliné mi cuerpo para escupir la agria saliva que se había acumulado en mi boca. Debía de estar ardiendo en fiebre y el sudor empapaba mi ropa. El delirio convertía mi cabeza en una bruma espesa e inexorable, enturbiándome la lógica.

En ese momento, lo único en lo que podía pensar era en el suave tacto de Maya y en como había dejado escapar la oportunidad de volver a estar a su lado, de tenerla al alcance de mis manos. Y Vera había sido la culpable de ello.

Una rabia burbujeante se unió a la sensación y el odio me envolvió en mis últimos minutos de vida. Se aferró a mí, recordándome que tenía la razón de vivir que significaba Maya y destruir a Vera. No sabía porqué, pero quería hacerlo. Mas no quedaba ya tiempo para ello.

Estaba muriendo.

II

—No te creo, deja de mentir —rio Maya, golpeándome en el hombro.

—No lo hago —aclaré, llevando un montón de papas fritas a mi boca.

Les faltaba sal, pero no iba a decirle eso. La haría sentir mal.

—¿Realmente hizo eso? ¿Acaso es tonto? Es obvio que Vera le rechazaría, no hay mucha ciencia en eso —dijo, ya más tranquila.

Imitó mi gesto de tomar un pequeño puñado y nuestras manos se rozaron, acelerando mi corazón. Nunca tenía la oportunidad de estar a solas con ella, ya que Pax no lo permitía y mi padre mucho menos, pero ahora ninguno de los dos podía evitarlo. Incluso parecía como si hubiéramos salido en una cita común y corriente.

Me fijé en el hoyuelo que se formaba con su sonrisa y en ese mechón rebelde que no seguía la forma de los otros. Sus orejas perforadas en distintos lugares y el brillo del sol en la piel de su cuello. Algo en como gesticulaba cuando le desagradaba una idea o cuando algo le agradaba de sobremanera, me hacia querer verla por horas.

—Por algo Pax no quiere hacer lo mismo.

Maya frunció los labios y masticó una papa con lentitud, pensativa.

—¿Qué tiene Vera, de todos modos? —cuestionó, recargando su peso en una muñeca, estirando las piernas desnudas para que le diera mejor el sol de la primavera—. Todos se vuelven locos cuando ella aparece.

—No todos —admití—. Supongo que se podría decir que me pregunto lo mismo. —Me encogí de hombros y comí lo último que quedaba en el plato.

Estábamos en el porche delantero de su casa, viendo a los niños pasear en bicicleta y los adultos charlar alegremente. Éramos dos adolescentes normales, hablando de cosas normales en una tarde de fin de semana.

—¿Acaso el gran Blaise Arser es inmune a sus encantos? —inquirió, enarcando una ceja y lanzándome su servilleta arrugada en una bolita—. No te creo.

—¿Por qué te mentiría sobre eso?

—Para tener tus opciones abiertas —soltó, provocando que me atragantara con mi saliva—. ¿Ves? Si me dices cosas como esa, entonces debes pensar que eso me tendrá enloquecida por ti al no cumplir con el común denominador.

Ella siempre fue así, pero, antes de su desaparición, me sorprendió lo sincera que se había vuelto. No tenía reparo en decir lo que pasaba por su cabeza. Éramos como el agua y el aceite, tan distintos que me sentía atraído por Maya de una forma que me hacía pensar en ella como una fuerza gravitatoria por sí misma.

—Eres todo un espécimen, Blaise. —Llevó sus dedos sucios a sus labios y los lamió, quitando la poca sal y aceite que se había quedado en ellos—. Supongo que por eso no puedo evitar querer estar cerca de ti —se sinceró, con una sonrisa inocente.

En eso quizás también éramos distintos; mientras ella representaba un planeta nuevo y lleno de vida, yo tenía la atracción de un peligroso agujero negro que destruía todo lo que buscaba tocar. Pero el misterio de ellos era lo que atraía a Maya a una distancia peligrosa.

Si ella supiera toda la verdad, ¿seguiría atraída hacia mí? ¿O era acaso la idea de lo que yo representaba lo que le gustaba? Somos máscaras al final del día, nuestro verdadero ser es un monstruo del que nadie quiere saber. Las personas que lo quieren terminan destruidas de forma irremediable o son desechadas como recuerdos de lo que ocultamos. Mis demonios podrían hacerle eso a Maya, pero lo peor era que no me importaba. Eso sí, cuando eso ocurriera, sería muy tarde para ambos. Alguno tendría que morir.

—¿Acaso te estas declarando? —bromeé, quitando la tensión de mi cuerpo.

—Sueñas —dijo con una media sonrisa, marcando otra vez su hoyuelo—. ¿Quieres limonada? Creo que me queda un poco más dentro.

Agradecí el cambio de tema por la oscuridad de los pensamientos que había atraído el otro. La vi levantarse y tomar el cuenco vacío, y la seguí dentro de la casa. Allí la observé lavar las cosas y tomar el jarro con la limonada del refrigerador. Analicé sus movimientos al servir los vasos y entregarme uno de ellos, el cual ya se había humedecido en el exterior por lo frío del contenido.

—¿Siempre eres así de observador?

—Lo siento, no quería hacerte sentir incómoda —me apresuré a decir, maldiciendo mi descuido.

—No es algo malo. Llama la atención —aclaró, sentándose en la mesa de la cocina e invitándome a hacer lo mismo a su lado—. Todo tú llamas la atención —añadió—, pero no es una declaración, Blaise —rio—. A veces, la atracción es algo que va de otros modos.

—Lo sé.

—¿Lo sabes? —Elevó ambas cejas, sorprendida.

La atracción que yo sentía hacia ella nada tenía que ver con algo romántico o sexual, pero no podía decirle eso. Si admitía mi atracción por ella, sospecharía con facilidad que nada bueno llevaba consigo.

—Creo haberla sentido un par de veces en la vida.

—¿Y la sientes ahora?

.

—No —mentí, sorbiendo el líquido amarillento—. ¿Tú la sientes hacia mí?

—No del todo —dijo, dolida—. Pero bueno, ¿me vas a contar más sobre la declaración de Chace o no?

Sonreí y terminé de narrar lo que Pax me había contado a mí. Vi como Maya reía como una niña ante la historia y me sorprendí a mi mismo sonriendo mientras la veía. Y así fue como pasó el resto de la tarde, hasta que llegó el momento de volver a casa y comer con mi familia.

Esa noche, soñé que tenía la misma sonrisa antes de que sacara el cuchillo que utilizaría para desollarla viva. Pero no fue como el resto, fue diferente. Nunca sabría explicarme con claridad sobre las sensaciones que experimenté durante ese vívido sueño y tampoco con la mezcla de emociones con la que desperté.

Extraño, también, que fuera el último recuerdo que tuve mientras moría sólo en ese pasillo de un hotel abandonado.

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