Sombras en la Niebla

By Nyhlea

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[Ganadora Terror/Paranormal Watty 2019] 21 de diciembre, 2016. Un grupo desaparece en el bosque entre la espe... More

Antes de comenzar...
Sombras en la Niebla
Dedicatoria
Prólogo
Primera Parte | Un pueblo maldito
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 9
Capítulo 10
Segunda Parte | La dama del infierno
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Tercera Parte | El castigo del monstruo
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Cuarta Parte | La mortalidad de las ilusiones
Capítulo 30

Capítulo 8

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By Nyhlea

I

—¡Lo dejaste morir, maldito hijo de puta! —el grito de Hazel llegó hasta mis oídos antes de que se me abalanzara con las uñas como garras. Estuvo a punto de arañarme, pero unos hombres la detuvieron antes de que lo lograra.

Me quedé en silencio, observándola luchar contra ambos, pero no podía hacer mucho. Los días sin comer la habían dejado débil y sus quemaduras eran una molestia muy dolorosa; no pasó mucho antes de que se rindiera.

—Lo dejaste morir —balbuceó, mientras agachaba la cabeza y colgaba con sus brazos tomados por los dos hombres—. Era sólo un niño, demonios.

Las lágrimas de Hazel lograron llevarme a un estado donde toda mi atención estaba sobre ella. Incluso la bestia se había acallado, ahogado por la tristeza que emanaba de esa chica.

¿Realmente mis manos estaban manchadas con la sangre de Theo? Ya fuera directa o indirectamente, ¿era yo culpable de su muerte?

—¿Blaise?

Una voz llamó mi atención, a lo que yo giré la cabeza. Ahí, entre el público que miraba inquieto a la chica, estaba Pax. El chico no tardó en hacerse paso entre todos para llegar a mi lado y colgarse de mi cuello.

—¡Pensé que estabas muerto! —gritó.

Me quedé anonadado, sin poder creer que realmente hubiera encontrado a mi amigo en ese lugar. Mientras él me observaba de arriba abajo para ver mis heridas y comprobar que estuviera bien, los demás comenzaron a dispersarse, menos un grupo pequeño de personas. Dos de ellos llevaban a Hazel de los brazos, una mujer me observaba vacilante y otro hombre comenzó a acercarse a nosotros. Se notaba desde lejos que era él quien imponía respeto y orden en un lugar como este.

Se acuclilló a mi lado, con lo que Pax se separó de mí para mirarle mejor, expectante a lo que me fuera a decir. Yo no confiaba en ese hombre. Incluso no lograba ver un castigo visible en él.

Extendió su mano en mi dirección y yo la tomé con firmeza, demostrándole que no había nada en él que me hiciera temer. Las cosas de afuera no podían compararse con un simple ser humano atrapado en aquel infierno.

—Blaise Arser, ¿no? —Comenzó, volviendo a levantarse en su sitio. Yo no le seguí, aún no lograba recuperar del todo el aliento—. Pax nos habló de ti cuando llegó, esperando a que hubieras tenido su misma suerte.

No sabía decir si había sido un caso de peor o mejor suerte. No confiaba en los humanos, por lo menos las criaturas eran más predecibles.

Con un gran esfuerzo, me levante para quedar más o menos a su altura, pero yo lo lograba pasar por unos centímetros.

—Podrían dejar ir a la chica —dije en cambio, mirando de soslayo a una Hazel que se había rendido ya hace rato.

—Me temo que eso no será posible. Verás, Blaise, ella no es bienvenida en este sitio —señaló, mirando brevemente por encima de su hombro derecho—. No tenemos problemas con la gente de este pueblo, pero sí cuando llevan el infierno a cuestas.

—Creo que cada persona en este sitio lleva un infierno a cuestas —indiqué, mirando a Pax quien no dudo en bajar la vista—. Dime, ¿cuál es tu castigo?

—¿Mi castigo? —preguntó, algo confundido—. No es algo que se vaya preguntando por ahí como si quisieras saber mi nombre.

No podía confiar en un tipo que no mostraba señales de estar sufriendo lo que los demás en ese lugar, por lo que se lo hice saber. Pax se notaba incómodo, pero el hombre sólo sonrió cuando le expliqué lo que pensaba.

—Mi nombre es Mikael y lamentablemente mi castigo afecta mis órganos internos. —Dejó escapar un suspiro entre sus labios y sacó algo de su bolsillo. Era un pañuelo blanco, notoriamente manchado con sangre vieja y seca—. Ahora que confías un poco más en mí, déjame decirte que esa chica no sabe en lo que se ha metido. Debería estar agradecida, no gritándote en la cara.

—¿A qué te refieres? —inquirí, levantando una ceja en su dirección.

—Mikael, ¿qué hacemos con ella? —preguntó uno de los hombres, interrumpiéndolo cuando estaba abriendo su boca para responderme.

Lanzó un suspiro cansado y asintió en su dirección, antes de volver a dirigir toda su atención hacía mí.

—Hablaremos en otra ocasión.

II

Pax me mostraba las instalaciones mientras me hacía preguntas de dónde había estado esos días y con quién, como también qué había hecho. Le respondía con brevedad, mientras mi mente maquinaba como sacar a Hazel de donde la tuvieran y salir de ese lugar. No era que sintiera lástima por la chica, pero era la única que podría ayudarme con sus conocimientos de ese pueblo.

—Ayer pasó Maya por aquí —dijo Pax, logrando obtener mi total atención.

—¿Maya? ¿Dónde se fue? —No quería sonar desesperado, pero no resultó demasiado bien.

—La vi por unos segundos, pero estoy seguro de que era ella —explicó, mirando pensativo hacia arriba—. Pregunté a los que están por aquí y todos me dijeron que suele venir a traer suplementos para los que más sufren los castigos.

—¿Tú ya has sufrido el tuyo? —pregunté, apoyándome contra la pared e intentando que mi corazón dejara de latir con tanta fuerza al pensar que por fin podría ver otra vez a Maya. Pax sospechaba algo, pero no sabía mis verdaderas intenciones con la castaña.

—No, ¿tú?

Negué con la cabeza y miré hacia el pasillo, donde una mujer ayudaba a un adolescente que lloraba a mares con sangre saliendo por sus oídos. Pax siguió mi mirada y profirió un suspiro lastimero.

—Las cosas aquí no son muy fáciles, como ves.

—Tenemos que irnos de aquí —dije, cambiando por completo el tema—. Quizás aún tenemos oportunidad, quizás basta que tengamos el castigo para quedar atrapados.

—¿Irnos? —preguntó, alterado—. ¿Viste acaso esa cosa que custodia el pueblo? ¡Es un monstruo! Es incluso peor que cualquier cosa que te hayas encontrado entre la niebla —señaló, negando con efusividad con la cabeza.

—No lo entiendes, Pax, si nos quedamos aquí, sufriremos como ellos.

Él pareció pensárselo un momento, sin dejar de mirar a la anciana que continuaba ayudando al chico. No sabía en qué estaba pensando, pero tenía fe en que quisiera ayudarme.

—Vale, ¿qué propones?

—Primero, tenemos que encontrar a Hazel y sacarla de aquí. No sé que pueden estar haciendo con ella o si la sacaron a la calle, pero hay que encontrarla. Además, ella parece conocer el pueblo como la palma de su mano y si la ayudamos de seguro nos ayudará a nosotros —comencé, pero Pax me interrumpió antes de que continuara.

—Ella te odia, Blaise, ¿de verdad crees que aceptará ayudarte de algún modo? —Enarcó una ceja y comenzó a jugar con sus pies en el suelo.

—Pero a ti no, deberás buscar cómo convencerla.

Guardamos silencio por unos segundos, sólo ambientados por los sonidos de las personas que estaban alrededor de nosotros. Algunos me miraban con curiosidad, pero la mayoría sólo se limitaba a hacer lo suyo.

—¿No tienes siquiera la duda de por qué no quieren que esté en este lugar? —preguntó, acercándose para hablarme en un tono más bajo—. Quizás deberíamos primero averiguar y luego ver si la ayudamos. No sabes si es peligrosa.

—Tú no viviste con ella estos días, sé que no es peligrosa. Es una chica asustada que sólo tenía a ese niño en su vida. No recordaba nada de su pasado —digo, sin poder mirarlo a los ojos.

Era extraño que algo como eso viniera de mí, por lo que no podía mirarlo a los ojos sin quedar completamente expuesto. ¿Acaso me había vuelto débil al ver tanto sufrimiento humano? ¿Era capaz de descongelar mi corazón y sentir algo real? No, por supuesto que no. Era la única forma de manipular a Pax a que quisiera ayudarme.

—Te creo. —Puso su mano sobre mi hombro y me dio una media sonrisa—. Entonces, iremos y le preguntaremos directamente a ella.

—Si no me quita los ojos en el proceso.

III

El plan era primero recuperar fuerzas, por lo que Pax me guió hacia donde se encontraban las mesas de agua y comida, como también duchas que habían logrado hacer funcionar de algún modo que desconocía.

Estábamos sentados comiendo algo cuando se me ocurrió hacerle la pregunta.

—Dices que has visto a Maya, pero ¿qué hay de mi madre?

Levantó los ojos de su plato para observarme con la mitad de una zanahoria en conserva en la boca. Tragó con fuerza y observó hacia el techo, con gesto pensativo.

—La verdad es que no. —Lanzó un largo suspiro y apoyó su cabeza sobre su mano derecha, observando a un grupo de chicas que comían entre murmullos—. Pero tienes que pensar que este pueblo es grande, además de que todos parecen haber ido perdiendo la memoria con el pasar del tiempo. Quizás podríamos preguntar por ella, pero dudo que alguien la recuerde o que ella recuerde algo de nosotros.

—No necesito que recuerde, necesito saber si está con vida —mentí.

Los ojos oscuros de Pax me escrutaron y vi un brillo extraño en ellos. Era una sensación inexplicable, pero era como si él ya no confiara en mí. Quizás tenía las mismas dudas que yo con respecto a los efectos que les daba este pueblo maldito a las personas.

—Hay alguien en este pueblo, alguien que dicen que sabe todo sobre todos. Ella podría ayudarnos a buscar a Maya y a tu madre, al igual que a salir —murmuró, tapando levemente su boca con el dorso de su mano.

—¿Le conoces?

—No, sólo rumores de pasillo. —Se dejó caer contra el respaldo de la silla y bufó, notablemente hastiado—. De todos modos, es mejor que nada, ¿no lo crees?

Lo observé en silencio unos minutos, pensando con calma que debía de tener más de una opción si quería salir con vida de este lugar.

—No tenemos el tiempo suficiente, tenemos que actuar con rapidez. Mientras más estamos aquí, más seremos absorbidos por esto. —Abarqué todo el lugar con la mirada y, para mi pesar, encontré que uno de los hombres de Mikael me observaba desde una de las puertas del comedor.

No me sentía a salvo con esos tipos observándome. No confiaba en ellos, había visto demasiadas películas y series de televisión para saber que había una alta probabilidad de que esos tipos no tuvieran buenas intenciones con la gente que se encontraba entre esas paredes.

—Iré por una ducha y luego buscaremos a Hazel —mentí, levantándome de la mesa—. Nos vemos en la entrada.

No esperé a que me respondiera, sino que caminé hacia donde el hombre hacia como si no me hubiera visto, pero no tardó mucho en fijar sus ojos en mí. Pasé por su lado, sin quitarle mi atención, para luego salir por las puertas dobles al pasillo.

Mi intención no era meter en problemas a Pax. Si algo salía mal, entonces yo sería el único al cual podrían culpar y Pax no perdería el asilo que ese lugar le proporcionaba. Especialmente porque no sabíamos si había de forma efectiva una escapatoria de ese pueblo. No tenía intención de ayudarlo, pero tampoco de que me acompañara. Lo conocía muy bien como para saber que no me serviría de ayuda.

Lancé un bufido sonoro y doble a la derecha, para ir hacia la entrada. Ellos habían desaparecido por una puerta que antes era para las enfermeras, por lo que seguramente debía estar en algún lugar por allí. Esperé a que nadie me viera y me escabullí entre las personas, que parecían perdidas en sus pensamientos. No tenía duda de que muchos de ellos se habían vuelto completamente locos.

No tardé mucho en volver al hall de entrada, donde las puertas dobles de vidrio me permitían ver la niebla espesa que parecía devorar las calles allí afuera. Pronto volvería, pronto.

Avancé por la puerta que decía en grandes letras acceso restringido y cerré con cuidado a mi espalda. El pasillo era más oscuro que los demás y más estrecho, teniendo un par de puertas a cada lado. Comencé a avanzar, pero un ruido me alertó de que alguien venía hacía mí, con lo que me tuve que ocultar en una de las habitaciones. Era una especie de camarín, donde viejos y gastados casilleros se alineaban en largas hileras.

Procuré no hacer ruido cuando me oculté en uno de ellos. Mantuve la respiración mientras uno de los hombres de Mikael pasaba por mi lado, dando pasos lentos pero firmes. Me habían oído y, si me encontraban, estaría en serios problemas.

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