Sombras en la Niebla

Av Nyhlea

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[Ganadora Terror/Paranormal Watty 2019] 21 de diciembre, 2016. Un grupo desaparece en el bosque entre la espe... Mer

Antes de comenzar...
Sombras en la Niebla
Dedicatoria
Prólogo
Primera Parte | Un pueblo maldito
Capítulo 1
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Segunda Parte | La dama del infierno
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Tercera Parte | El castigo del monstruo
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Cuarta Parte | La mortalidad de las ilusiones
Capítulo 30

Capítulo 2

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Av Nyhlea

I

La tarde estaba fresca, por lo que todos llevábamos chaquetas o abrigos encima para evitar dejar entrar el frío. Caminábamos por los pequeños senderos que llevaban al claro, donde la ceremonia sería llevada a cabo. El barro y las hojas podridas se habían acumulado por estas partes, por lo que agradecía profundamente haberme puesto un par de botas de montaña que no saldrían tan dañadas del proceso. El olor tampoco era muy agradable, incluso cuando la tierra húmeda y naturaleza también estaban en el aire.

—¿Alguien sabe cuánto durara esto? —preguntó la hermana pequeña de Vera, Erika.

Ambas hermanas habían heredado el cabello platinado y los ojos claros de su padre, ya que su madre era de colores oscuros. Erika tenía un par de años menos que su desaparecida hermana, pero no lo aparentaba. Seguramente se debía a que siempre había querido ser como ella, incluso ahora que estaba presuntamente muerta.

—Suena a que no te agrada la idea de estar aquí —contestó un moreno de cabello y ojos oscuros, Chace.

—La verdad es que no. No quiero que todos nos observen con lástima mientras dan discursos vacíos de cuanto lamentan lo ocurrido —respondió, con el ceño fruncido y una mueca de desagrado en la boca.

—No creo que a alguien realmente le guste la idea de venir —intervino Pax.

Yo sólo asentí mientras esquivaba las ramas bajas que se cruzaban en mi camino.

Después de lo de la mañana, no tenía muchas ganas de interactuar con nadie. No quería hablarlo con nadie tampoco, no quería quebrar mi fachada y quedar como un loco, que se burlaran de mí por decir cosas sin sentido. Incluso lo relacionarían con una paranoia mía luego de un mal sueño o una alucinación extraña por cualquier razón, por incoherente que fuera. Admitir que algo como eso existía, sería aterrador para ellos. Negar las cosas resulta más fácil de manejar que algo desconocido y amenazador.

Entonces yo haría lo mismo y me diría a mí mismo que todo había sido una extraña alucinación o una pequeña confusión.

No tardamos mucho más en llegar en nuestro pequeño grupo de cinco personas. La otra integrante era Emma, una castaña bajita de ojos avellana que había guardado silencio todo el camino. No tenía que sentirlo para saber que aún le dolía la desaparición de su novio hace un año. Su silencio me lo gritaba en la cara.

El claro junto al río era usualmente utilizado para eventos del pueblo, como el que se estaba llevando a cabo en ese momento. Estaba en el bosque, pero extrañamente nadie que entraba en él desaparecía, por lo que estaba permitido mientras no fuera más allá del agua que corría con parsimonia.

Era casi un círculo de árboles perfecto, lo suficientemente grande para albergar cómodamente a todo el pueblo. En el centro del lugar, ardía una enorme fogata en una especie de altar de madera. A un lado, un podio que daba a filas y filas de sillas de plástico, madera y metal. Se notaba que las habían sacado de distintos centros comunitarios para rellenar el espacio. La decoración no era muy producida, ya que no estábamos ahí para celebrar algo, sino para llorar a los desaparecidos y a los muertos.

Metí un pie en el lugar y los chicos me siguieron. Me dirigí al fuego con la excusa de que hacía frío, pero no era cierta. Realmente sólo quería ver las llamas danzar y devorar todo a su paso. Había algo hipnótico en como bailaban las lenguas de fuego y acariciaban lo que luego destruían, como un amante irascible.

—Iré a saludar a los padres de Maya, ¿me acompañas? —preguntó Pax, dándome una palmada en el hombro.

—Claro.

Nunca me había gustado estar cerca de ellos. Era un poco irónico que le sonrieran al chico que había fantaseado todos esos años con desmembrar a su única hija. Además, estar cerca de ellos era lidiar con los principales guardianes de alguien que peligraba en mi cercanía. Una amenaza, nada más que eso.

Caminé tras Pax hasta que divisé una pareja vestida de negro junto al reverendo encargado de dar la pequeña misa en honor a los desaparecidos. Sus trajes estaban impecables, exceptuando el barro que tenían en sus zapatos. La madre llevaba un pañuelo en la mano, aparentemente usado, y el cabello castaño lo tenía atado en una cola tirante. Su marido, llevaba su traje negro con una corbata del mismo color. Su cabello rojizo lo tenía pulcramente peinado hacia atrás y habían aumentado las arrugas en su rostro tras un año de dolor y sufrimiento. No parecían tener cuarenta años, era como si el tiempo se hubiera acelerado para ellos.

—Señores Pemberton, nuestras condolencias —dijo Pax, con un saludo formal seguido del mío.

—Chicos, me alegro que hayan venido —dijo su padre.

—Es un horror lo que sucedió el año pasado y no sólo por Maya —murmuró su madre, con la cabeza gacha ocultando la pena de sus ojos.

Yo puse mi mejor expresión de lamentar mucho lo ocurrido y me mantuve a raya de toda la conversación, haciendo comentarios cuando los consideraba prudentes y contestando todas las preguntas con cortesía, mientras no podía evitar pensar en el parecido que tenían Maya y su madre. Seguro cuando joven ella había tenido el mismo brillo en los ojos o la sonrisa traviesa.

Finalmente se acabó la conversación y nos alejamos con Pax, hacia donde el grupo se había aumentado con la llegada de alguien nuevo. Era Jared, un chico escuálido de cabellos rubios y pequeños ojos oscuros. Era el primo de Erika.

Pax lo saludó con un apretón fraternal mientras yo le daba un asentimiento seco. No me agradaba, le encantaba meterse en cosas que no le correspondían. Más de una vez lo había visto intrusear cerca de mi casa o aparecer "casualmente" cerca de donde yo me encontraba más veces de las que creía posibles disimular.

Él era buen actor, pero yo era incluso mejor. No hay nadie más cualificado para atrapar a un mentiroso que otro mentiroso.

II

La noche estaba en su pleno apogeo, con lo que la fogata brillaba con mayor intensidad. Sus feroces llamas iluminaban tanto, que incluso opacaban las luces dispuestas por diversos sitios. Nadie quería un accidente o que alguien desapareciera y las luces ayudaban a ello.

El calor me abrazaba con fuerza y me acariciaba el rostro en mi lugar predilecto, junto a los chicos con los que solía pasar las tardes. Había tomado ese puesto en cuanto habían anunciado el pronto discurso del alcalde, padre de las hermanas Erika y Vera Fischer, y ahora lo agradecía de sobremanera; no había mejor lugar en ese momento para pasar una noche llena de tedio que junto a las vivas llamas.

Las personas a mi alrededor susurraban cosas o, en un intento de disimular, se limpiaban las lágrimas de los ojos con las mangas de sus chaquetas, a una velocidad que rayaba en lo exagerado. La mayoría estaba en grupos pequeños, dándose calor unos a otros mientras fingían poner atención al discurso barato del hombre en el estrado improvisado. Otros, estaban solos o en parejas, separados de la multitud con verdaderos rostros de aflicción. Entre estos últimos estaban los padres de Maya, el mío y Pax, quien acompañaba a una Erika que temblaba mientras se limpiaba frenéticamente los ojos, lejana a el grupo por una vergüenza palpable. Orgullosa como ninguna.

Bajé la mirada a mis pies y me removí, incomodo. No me agradaba la idea de seguir en aquel sitio más tiempo, rodeado de personas. Un instinto de supervivencia primitivo me llevaba a pensar que estaba siendo analizado. Cualquier error en mi actuación los llevaría a perseguirme con antorchas y herramientas granjeras hasta un viejo molino, el cual quemarían conmigo dentro. Los seres humanos son así, buscan explicaciones en donde no las hay, temerosos de los misterios que puede entrañar la vida. Si no hay un asesino, mirarán debajo de la cama hasta que puedan culpar a algo o alguien de lo que está ocurriendo. Mientras tanto, no descansarán tranquilos.

El discurso del alcalde llegó a su final, con lo que el pastor de la comunidad dio paso al pequeño podio, con la mirada gacha y los hombros hundidos. Comenzó diciendo cosas de lamentar lo que había ocurrido exactamente un año atrás y luego comenzó una pequeña misa improvisada. En ese momento dejé de poner atención; yo no era de las personas creyentes.

Pax se acercó con Erika de la mano, quien se aferraba como si estuviera a la deriva en un mar embravecido. Se le veía más pálida de lo normal, con sus pecas resaltadas en su bello rostro. Él no parecía ponerle mucha atención, aunque los dedos de la rubia en los suyos le fueran un gran trofeo esa noche.

—Ya van a ser las doce de la noche —indicó con cierto nerviosismo— y a Erika le gustaría irse de aquí, ¿nos acompañas?

—No, me gustaría quedarme un rato más.

La chica reparó en mi por fin y luego miro de soslayo a mi amigo, quien me miró algo confundido. No sabía porque le había dicho que no, pero realmente me quería quedar hasta más tarde. Era como si esta noche tuviera algo extraño, una extraña conexión con todas las desapariciones de todos estos años, un pedazo de tierra maldita. Era adictiva la morbosa sensación de estar allí y yo quería tener un poco más, incluso si eso implicaba seguir entre tanta gente.

—Quédate si quieres, puedo irme con papá —dijo ella, con una mueca y retrocediendo, por lo que terminó soltando su mano.

—Vale, nos vemos mañana entonces —asintió, con vacilación en su voz.

Cuando ella se fue, no pude evitar mirarlo con una ceja enarcada. No había manera en que yo pudiera entender en ese momento que pasaba por su cabeza, ya que, según yo, lo único que él siempre quiso fue estar con Vera y, por descarte, con su hermana.

Sin decir nada, se paró a mi lado, con las manos escondidas en los bolsillos y la mirada pegada en el fuego que comenzaba a menguar ligeramente.

—¿No vas a preguntar?

—No tengo que hacerlo, tú me lo dirás de todos modos. —Me encogí de hombros y pateé una pequeña rama hacia las llamas.

—Es extraño, pero siento que ninguno de nosotros deberíamos estar aquí esta noche —admitió, luego de un momento de silencio—. ¿No lo sientes? No puedo irme si quieres quedarte aquí.

—¿Por qué no? No es como si algo fuera a pasar y no estoy solo.

—Te conozco Blaise. No pasará mucho rato antes de que te vayas —sentenció, con el ceño fruncido.

—¿No es esa la idea?

—Sabes de que hablo perfectamente.

Por su tono de voz y expresión, pude adivinar que estaba molesto con la situación. No podía negarlo, yo también sentía que algo iba a suceder esa noche y no importaba cuanta gente hubiera a mi lado.

Dirigí mis ojos a la espesura del bosque que nos rodeaba, específicamente a la parte que estaba al otro lado del pueblo, y no pude evitar sentir que había algo mirándonos, esperándonos.

—Chicos, nosotros ya nos vamos. Adam va a hacer una fiesta en su casa, ¿nos vemos allá? —preguntó Chase, rompiendo la delicada atmosfera que se había formado en torno a nosotros dos.

—Claro —dijo Pax, con una sonrisa.

Vimos como nuestro grupo de amigos se iban, antes de volver a dirigir nuestras miradas al bosque, al lado contrario por donde ellos se estaban yendo. Pax suspiró por la nariz y me encaró.

—Vamos, de verdad que no creo que sea una buena idea quedarnos, especialmente porque ya todos se están yendo. —Señaló a papá, quien nos miró unos segundos antes de darse media vuelta para irse, con los ojos vidriosos por lágrimas que no dejó escapar.

—No entiendo por qué todos le tienen tanto miedo al bosque, nunca ha matado a nadie —susurré, con un poco de sorna en la voz.

—Casi un ochenta por ciento de las muertes de aquí son por este bosque —me señaló.

—Nadie sabe si están muertos, nunca encontraron los cuerpos. ¿Acaso a nadie se le ocurre que, quizás, sólo querían huir de este asqueroso lugar? —Finalmente lo encaré y me encontré con una mirada severa.

—No, porque es algo bastante obvio, ¿no te parece? —El tono de la conversación comenzaba a subir, pero ya casi todos se habían ido. Los que quedaban eran un par de funcionarios que no nos estaban poniendo nada de atención, atentos a algo que ocurría al otro lado.

Incluso las llamas comenzaban a aextinguirse mientras nosotros estábamos en lo que parecía una guerra de miradas.

—No hay nada en ese bosque o más allá que valga la pena —exclamó, señalando el bosque.

Yo seguí su dedo hasta este, donde la luz no alcanzaba a extinguir la penumbra y las sombras parecían emerger de la niebla. Pero eso no era lo extraño, lo extraño era que, exactamente un par de metros más allá del lindero del bosque, Maya nos observaba.

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