POR FA, ¡NO TE VAYAS!

By AnaMikeyla

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Los chismes no pueden faltar en una pijamada entre amigas. Cristina, Eleonora y Yuji lo saben muy bien. ¿A c... More

Presentación.
Capítulo 1: La Pijamada.
Capítulo 2: Highway to hell.
Capítulo 3: Defensoras de las causas perdidas.
Capítulo 4: Privilegiada.
Capítulo 5: La vida fuera de las redes sociales
Capítulo 6: Triángulo de zorras
Capítulo 7: Velada bajo las estrellas.
Capítulo 8: Cita.
Capítulo 9: La Corazonada.
Capítulo 10: Ese vestido rojo.
Capítulo 11: Yuji.
Capítulo 12: Una bandita.
Capítulo 13: Eleonora.
Capítulo 14: Aprendiendo.
Capítulo 15: Lightning
Capítulo 16: Un simple beso.
Capítulo 17: Acuerdo.
Capítulo 18: La decisión correcta.
Capítulo 19: Un buen día de playa.
Capítulo 20: Te quiero.
Capítulo 21: Primera cita.
Capítulo 22: Último día en el infierno.
Capítulo 23: Hoy no.
Capítulo 24: Miedos.
Capítulo 25: No quiero.
Capítulo 26: La promesa.
Capítulo 27: ... es mejor.
Capítulo 28: Momentos mágicos.
Capítulo 29: Libertad.

Capítulo 30: Porfa, no te vayas.

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By AnaMikeyla

Bajo por el elevador para encontrarme con papá. Mis manos tiemblan y desconozco el motivo. Siento algo en mi pecho, algo muy extraño. Es como si me encontrara preocupada, un mal presentimiento que espero estar mostrando únicamente por lo inusual de la situación.

Al ver a mi padre, él abre sus brazos y no dudo en tomarlos, aunque con extrañeza.

—Pa...

—Cariño —pronuncia y me separa lo suficiente de él hasta que podemos intercambiar miradas—. Te voy a decir algo y necesito que lo tomes con calma porque todo está bien.

Mi rostro desorientado lo enfoca.

—¿Eso significa que esto no es una sorpresa?

—Lo mejor será que permanezcas en el hotel, Clotilde te ha hecho una maleta con lo necesario para cinco días...

Sonrío confundida.

—Pa, ¿qué está sucediendo?

—Hubo un accidente.

—¿Un accidente? ¿De qué estás...? —pregunto sin lograr comprender lo que quiere decir, pero mis neuronas se conectan y llegan a la única conclusión que parece lógica—. Papá, no...

—Lachlan tuvo un accidente —confirma.

El pinchazo que siento en mi pecho es tan grande, que parece convertirse en un gigantesco hueco.

—Necesito verlo —susurro con el juicio nublado y la mirada perdida, intentando pasar a papá pero sus brazos me detienen.

—Cristy, él estará bien. Lo están atendiendo y te prometo que te llevaré a visitarlo cuando sea el momento, ahorita no es posible.

—¿Qué sucedió? ¿Sabes cómo está? ¿En dónde está? Pa, quiero verlo, quiero estar con él...—suelto con desespero.

—Lo sé, cariño. Lo sé —Se acerca a mí una vez más y acaricia mi cabello mientras me esconde entre su pecho—. Tuvo un accidente en el rzr. Al parecer un animal se interpuso en su camino y al esquivarlo, se impactó contra un muro de contención y él salió del vehículo.

Su narración hace que no pueda creer que todo está bien. 

¿Cómo sería posible? Más allá de un milagro.

—Llévame con él, pa... ¡Llévame con él ahora!

—Vengo del hospital, Cristina. No dejan entrar a nadie aún y tampoco hay informes, lo único que me dijeron es que lo estaban estabilizando.

—Quiero estar ahí para verlo en cuanto sea posible, por favor, pa... ¡por favor!

No tardo en convencerlo. Me lleva en su camioneta hacia el hospital al que han trasladado a Lachlan. Mi mente se pierde en el camino, pensando lo peor y lo mejor. Estoy muy preocupada y las ganas de llorar me martirizan. Mi garganta duele, me estoy aguantando los nudos que se crean en ella.

Tengo miedo.

Cada vez que mi padre abre la boca para decirme lo que sabe, yo no puedo evitar pensar lo peor.

Bajo de la camioneta corriendo y entro al hospital directamente a preguntar por él; no tienen informes aún.

—Te lo dije —dice papá, tomando asiento en la sala de espera.

—Quiero estar aquí cuando haya cualquier noticia.

Y espero.

Ambos esperamos por esa noticia que no quiere llegar. Es como si fuéramos un repelente, un entorpecedor.

Observo el hospital y recuerdo el miedo, la angustia y la tristeza que me carcomió con mamá. Ahora, una vez más está sucediendo. No quiero que la historia se repita, no lo podría soportar de nuevo, no con mi Lachlan.

Una mujer de cabello rubio, tacones puntiagudos, cara afilada y una coleta muy alta, llega a recepción. Es imposible no prestarle atención cuando es tan guapa, y nuestra sorpresa es grande cuando escuchamos cómo pregunta por Lachlan con preocupación en la recepción.

Me acerco pronto cuando a ella también le dicen que aún no hay noticias.

—Hola —pronuncio débil y ella me observa, sus ojos se ven rojos y angustiados. Al instante, me parece familiar. ¿La he visto en otro lado? Creo que sí, pero no estoy segura de dónde—. Estamos esperando noticias de Lach desde hace horas y...

—Disculpa, ¿quién eres? —me pregunta realmente curiosa.

—Cristina, yo... soy amiga de Lachlan.

Ella asiente y alza la mirada hacia mi padre un momento, quien me respalda un par de metros.

Quiero hacerle la misma pregunta, pero Raúl llega con ella y eso lo imposibilita.

—¿Qué te dijeron?—le pregunta a la mujer, luego me mira a mí y la sorpresa en su cara es genuina—. Cristina, hola.

—Hola, aún no hay noticias—me atrevo a decir.

La mujer lleva la uña de su pulgar y la choca contra sus dientes, soltando un suspiro mientras gira su cuerpo para empezar a caminar de un lado a otro.

—No puede ser, mi niño... —suelta afligida en un susurro. 

La observo.

¿Será ella...?

—Tranquila, Camila. Él estará bien.

—Paul, un placer —se presenta mi padre al acercarse, extendiendo su mano para presentarse con ellos.

—Sí, lo sé —responde Raúl—. Me llamaste hace rato para darme la noticia.

—¿Cómo pasó? ¿Qué sucedió?—pregunta ella.

Pero mi padre no puede responder porque en ese momento un doctor se acerca a nosotros.

—Buenas tardes —menciona y ya le prestamos nuestra total atención—. Iniciaré diciendo que el paciente sufrió lesiones graves. El fuerte impacto ocasionó que su brazo izquierdo y su pierna derecha se fracturaran. Para esto, hemos enyesado ambas extremidades y con el tiempo no habrá mayor problema, sin embargo, las fracturas son lo más simple en este caso. La contusión en su cabeza no le permite despertar, su cerebro está muy inflamado y hemos tenido que inducirlo a un coma para permitir que su cuerpo se estabilice. Se encuentra muy lastimado y, desgraciadamente, lo único que podemos hacer, es esperar a que mejore para que despierte.

—¿Puedo pasar a ver a mi hijo?—cuestiona la mujer, obteniendo mi atención mientras me abrazo a mí misma.

—Por supuesto.

Ella avanza junto al doctor y yo también quiero hacerlo, pero mi padre me detiene cuando doy el primer paso y lo miro.

—Después de ella será tu oportunidad —susurra.

Raúl suelta un suspiro y mira hacia el techo del hospital antes de verme.

—¿Podemos hablar? —le pregunta mi padre y así, ambos se alejan de mí para charlar. 

No sé qué tanto le pueda estar diciendo mi papá a Raúl, pero noto la tensión de la plática y no me quedaré con la duda. Me acerco lo suficiente para alcanzar a escuchar un poco y lo que oigo, me petrifica.

Todo cobra sentido para mí, incluso lo conocida que se me hizo la mujer de buen porte.

Lachlan es hijo de Roberto Soler.

Y no es que lo conozca, pero el caso del gobernador corrupto fue muy sonado a lo largo de todo el país. Lo encarcelaron por varios delitos que cometió y... ahora todo tiene sentido.

¿Cómo es que nadie sabía nada sobre Lachlan?

¿Por qué no usa redes sociales y mantiene un perfil tan bajo en un pueblo que incluso el mismísimo Dios ha olvidado?

Él se ha estado escondiendo.

No lo digo yo, lo está diciendo Raúl. Le cuenta a mi padre con lujo de detalle cómo es que Lachlan huyó dentro de todo su huracán familiar hasta encontrarse con él y, desde entonces, ha vivido bajo su custodia.

No me importan las reglas del hospital, yo quiero y voy a ver a Lachlan. Avanzo sin un rumbo específico, simplemente siguiendo mi instinto. Pero mi juicio y mi vista se nublan varios minutos más tarde, cuando veo al fondo del pasillo cómo un par de enfermeros sostienen a la mamá de Lachlan, quien llora desconsoladamente gritando el nombre de su hijo hasta desgarrarse la garganta mientras señala la puerta de la habitación frente a ella con desespero.

Mi corazón duele.

Y me está doliendo muchísimo.

No puedo quedarme así. 

No puede irse, no puede dejarme. 

¡Necesito verlo!

Atravieso con desespero el pasillo. Mis ojos van cerrados y aguantando las lágrimas que se estancan en ellos mientras imagino tantas cosas, desde nuestros besos acompañados de suaves caricias, las divertidas charlas sin sentido llenas de ironía y brutal sarcasmo, hasta todas las lecciones de vida que me ha dado y el gran amor que siento por él, ese que es sólo suyo. 

Le ruego a la vida, le ruego al señor... que no se vaya.

Recuerdo nuestras tardes sentados en la playa o en esa banca de madera blanca disfrutando de los fascinantes atardeceres que sólo nuestro pequeño hogar ofrece, también cuando me regaña por ser tan imprudente y, por supuesto, la forma en que me dedica su amor incondicional.

Mis lágrimas no dejan de salir y es que, tengo mucho miedo de perder a la persona que más he querido por elección. El terror me carcome tan solo de pensar que se irá, que ya no estará a mi lado...

Los enfermeros se encuentran tan ocupados con esa hermosa mujer destruida que no se percatan de que yo entro a la habitación 301, para encontrarme con una devastadora escena en la que los doctores luchan por la vida de Lach, de mi Lachlan.

—Por fa, ¡no te vayas! —grito entre llanto cuando por fin lo tengo frente a mí y las palabras logran salir. Me derrumbo a su lado, sosteniéndome de su mano porque no puedo soportar más todo esto que siento al verle yéndose, alejándose de mí mientras los doctores le obligan con desespero a quedarse.

No quiero que se vaya.

Los guardias llegan por mí y me alejan en contra de mi voluntad.

Pataleo, grito e intento zafarme de su agarre con histeria, pero es en vano. Mi padre llega pronto y ahora son sus brazos los que me sostienen.

No sé qué está sucediendo adentro.

No sé qué está pasando con mi Lach.

Y eso me está matando.

Aguardo en la sala de espera minutos, horas, días... semanas.


—Este será nuestro año.

Le miro con tristeza. 

Sinceramente, es la única mirada en mi repertorio desde hace tres semanas.

—Yuji, este no es el inicio de ciclo que esperé o imaginé siquiera alguna vez.

Ella se coloca frente a mí y sostiene mis manos, viéndome fijamente, dándome ese apoyo de mejor amiga que sólo ella puede y sabe darme.

—La vida es así, Cristina. Las cosas que suceden no están escritas, las vas escribiendo tú y nunca, jamás de los jamases, será lo que quieres o esperas. Justamente así es como esa miserable nos da lecciones.

—Pero ¿por qué? —suelto e intento aguantar el llanto al que le urge salir desde mi estómago—. Primero pierdo a mamá, luego a Eleonora y ahora Lachlan se encuentra entre la vida y la muerte colgando de un simple y muy delgado hilo...

—Amiga, te amo. Sé que no es mucho, pero es sincero. Siento mucho que la vida te esté dando estas pruebas, pero...

—Quiero regresar el tiempo y seguirme sintiendo miserable por recibir ataques por ese estúpido Instagram en lugar de esto... —Suspiro con fuerza para guardar las lágrimas detrás de mis ojos rojos—. Tantas veces pedí que ese infierno terminara y ahora me doy cuenta de que en realidad, estaba en la gloria cuando eso estaba sucediendo.

—Cris, hoy iniciamos un nuevo camino. La universidad nos traerá cosas nuevas, distracciones, oportunidades que no podemos perder.

—Lo único que no quiero perder, es a Lachlan.

—Y no lo harás. Lachly es fuerte, te juro que despertará. Sólo debemos tener paciencia y esperar un poco más.

Sujeto la mano de Yuji y me doy las fuerzas necesarias para entrar juntas a ese enorme edificio que, para ser honesta, no me brinda nada durante todo el semestre. Estoy distraída, con la mente en otro lugar. Ese mismo al que voy cada día en cuanto se escucha el timbre de salida.

—¡Hola, Diana! —saludo sonriente a la recepcionista y ella me corresponde.

—¡Buenas tardes, Cris! —me saluda Max, un enfermero—. ¿Adivina quién perdió en las cartas?

—Fabiola —suelto sonriente—. La pobre es muy mala.

He hecho amigos en el hospital. 

No es difícil cuando prácticamente vivo aquí.

También tuve la oportunidad de conocer un poco a la mamá de Lach, quien se la pasó en el hospital día y noche durante las primeras semanas. Después, tuvo que irse porque tiene una familia a la cual atender. Vive con su esposo y una hija de él un poco más pequeña de edad llamada Dana. 

—¿Cómo ha estado hoy?—le pregunto a Regina con un semblante menos divertido, ella es su enfermera de planta.

—Tan bien portado como siempre —responde intentando bromear, lo que significa que no hay noticias nuevas.

Suspiro y entro a la habitación, tomando asiento a su lado. Sujeto su mano y deposito un beso en ella antes de tomar el libro que le he estado leyendo.

—Hola, Lach. Parece que tu novia no va a reprobar cálculo. El profesor me dio oportunidad de presentar un examen y pretendo pasarlo, al menos con siete —Sonrío—. Empecemos la lectura, necesitas ejercitar ese flojo cerebro que no se digna a despertar. Capítulo 29...

Capítulo 30, 31... 38... y 45. Lo terminamos un par de semanas más tarde... y aún no despiertas.

Dejo caer un libro más que ha llegado a su fin y me desparramo sobre la silla. Las vacaciones han terminado y tengo tarea de literatura, pero catalogo como una tarea más importante el estar aquí en el hospital.

Necesito salir a caminar por los pasillos porque mi espalda duele de cansancio, además, me hace falta un café. Llego a la máquina y avanzo entre los pasillos como si fuese una turista hasta que un hombre me aborda, deteniendo mi recorrido.

—Buenas tardes, señorita.

—Hola —respondo y doy un sorbo a mi bebida sin prestarle mucha atención, ya que ésta se encuentra sobre las gotas que se me han derramado del vaso; intento limpiarlas.

—¿Le importaría indicarme en dónde queda la habitación 230?

Alzo la mirada con una amplia sonrisa porque justamente es la habitación a un costado de Lachlan, por lo que puedo darle las instrucciones fácilmente. Sin embargo, mi pecho se oprime y quedo sin aliento al reconocerlo.

Otro look y otro estilo de ropa, pero su mirada es la misma.

Es ese hombre.

Es Roberto Soler.

Aunque quiero, no puedo disimular. Sé que él se ha dado cuenta de que sé quién es y su sonrisa también se esfuma. Su mirada cambia y ya no parece tan amigable. Observo a mis alrededores dispuesta a gritar por ayuda si es necesario, pero no se me permite hacerlo.

—Veo que me conoces.

No digo nada al momento, retrocedo un paso y me tomo mi tiempo para responder.

—Con todo respeto, no creo que deba estar aquí. Si quiere saber sobre Lachlan, puedo decirle que él está bien...

—Oh, pero qué infortunio —suelta cínicamente y sonríe.

¿Cómo se atreve?

Mi sangre empieza a hervir de coraje.

—Váyase de aquí —ordeno sin despegarle la mirada.

—Toma —me extiende un papel con un número de teléfono escrito en tinta azul—. Llámame cuando muera.

Da media vuelta y empieza a caminar en una dirección contraria. Mi pecho sube y baja en consecuencia y las lágrimas amenazan con salir.

¿Cómo es posible que haya escuchado eso?

¿De su propio padre?

Me llena de rabia pensar que alguien puede hablar así sobre mi Lach mientras él lucha desde esa cama, cuando lo único que yo pido cada segundo del día, es verlo despertar. Arrugo el papel por instinto y lo boto sin importarme un carajo. Con lágrimas en los ojos, camino de vuelta hacia la habitación, pero antes, advierto a los trabajadores necesarios sobre ese hombre para que no le permitan entrada y mucho menos visitar a Lachlan. 

Llego a la habitación y me abalanzo sobre él, recostándome a su lado en la camilla y sosteniéndolo con fuerza.

—¡Despierta, por favor! No tienes idea de la falta que me haces... ¡Te necesito! ¡Te quiero conmigo! ¡Quiero una vida contigo! No puedes dejarme con los hubiera, no puedes abandonarme en este mundo tan retorcido. ¡No te vayas, Lach! ¡Por fa, no te vayas! Te quiero tanto, te adoro, ¡te amo! Hiciste que me enamorara de ti en tan poco tiempo y no puedes simplemente borrarte de mi vida. ¡No te dejaré! ¡No lo permitiré! Eres todo lo que siempre he querido, ¡eres lo que quiero querer por el resto de mi vida! —suelto con desespero, desahogando el sentimiento que tengo atorado en mi interior. Descanso sobre su pecho, escuchando la respiración que le brindan las máquinas y poco a poco me voy tranquilizando, analizando la situación hasta que recobro fuerzas para hablar de nuevo—. Entiendo que esto es tan difícil para ti como para mí. Sé que si no despiertas es porque aún no puedes hacerlo, pero te suplico que hagas un esfuerzo, por Raúl, por tu madre... y si no es mucha molestia... quédate conmigo.

Estoy tan cansada, que mi cuerpo pierde la batalla y caigo dormida entre sus brazos. 

Tengo un hermoso sueño en el que lo veo a él y me sonríe después de hacerme esa estúpida mirada con la que me hace ver lo mal que estoy.

—No sabes todo lo que estoy dispuesta a dar por volver a tenerte así conmigo —digo con un nudo en mi garganta, guardándome las lágrimas.

—¿Tanto me extrañas, bonita?

—No te imaginas lo difícil  que la estoy pasando sin ti.

—No deberías, Cristina.

—Lo sé, pero tú no estás conmigo para regañarme así que no puedes quejarte de mí.

—No necesito estar contigo para que actúes como tú sabes que debes hacerlo, ya estás grande.

—Pero te quiero conmigo.

—¿Y si no vuelvo? ¿Estarás así por el resto de tu vida?

—Tienes que volver, yo sé que volverás.

—Eso está en mí, no en ti, ni en lo que creas o esperes. No seas ingenua.

—Tengo esperanza...

—Debes estar preparada para cualquier escenario, Cristina.

—Y tú debes estar preparado para volver, ¿o es acaso que no quieres estar conmigo?

—Quizá quiero más poder descansar.

Las palabras se quedan atoradas, no puedo sacarlas a pesar de que intento hacerlo con todas mis fuerzas.

¿Qué está diciendo?

—¿Estás sufriendo?

Él no responde, sólo me mira tan dulcemente con ese intento de sonrisa que lo hace ver muy tierno.

—Lach...

—Vive tu vida, Cris.

—Pero...

—Conmigo o sin mí, vive tu vida. 

—Lachlan...

—¿No crees que es lo que yo más deseo para ti? Quiero verte feliz, quiero verte emocionada, compartiendo cada día que vives con tus tantos seguidores en esas absurdas redes...

—Ya no hago eso —respondo cabizbaja, mirándole como si me decepcionara.

—Ya no haces nada, y eso me lastima más que estar tirado en esa cama —suelta crudo—. ¿Me prometes que saldrás a vivir tu vida sin detenerte por mí?

—No.

—Cristina —me advierte.

No lo soporto más y lo estrecho con fuerza entre mis brazos, permitiendo que el agua brote de mis ojos; gota tras gota sin descanso. Él acaricia mi cabello y menea nuestros cuerpos suavemente de un lado a otro y yo lo atesoro.

—Te quiero mucho, Cris —susurra a mi oido.

El alboroto a mi alrededor me obliga a abandonar aquel maravilloso momento que no había tenido la dicha de poseer, porque en los seis meses que habían pasado, jamás había soñado con Lachlan.

Intento comprender qué sucede. El ruido, los gritos, el zangoloteo. Unos brazos me mueven y es cuando reacciono. 

Las máquinas a las que Lachlan está conectado están haciendo fuertes ruidos y los doctores junto a los enfermeros se miran tensos, preocupados y concentrados en su trabajo.

Se está yendo...

Lachlan se está yendo.

Mi corazón se rompe en mil pedazos y no puedo detenerlo.

Me abrazo a mí misma y caigo lentamente hasta sentarme sobre el frío suelo del hospital. Llorando sin piedad y murmurando mi más grande deseo.

Por fa, no te vayas...

¡Muchas gracias por acompañarnos en esta primera parte de la aventura!

Pero no será el final, continuaremos con una segunda y última parte en la que sabremos qué sucederá con Cristina y su amor.

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