Infames (Borrador)

By Donatella1212

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Demetrius tiene problemas con las mujeres, como cualquier chico de veintitrés años. A pesar de tener un traba... More

Prólogo
Reparto
Demetrius
El bar
Evolución
El universo
La intrepidez
La pesca
El paquete
El contenido
La gemela
Rubí
Retroceder
Las ventajas de Matheus
El deseo oculto
La cita fallida
Live and let die
La muerte
Auto sabotaje
El vendedor
Corazón sombrío
El crucero
Incorregible
Primer beso
Demasiado tarde
Negocio redondo
Respuestas mudas
Aceptando culpas
Lo oculto
Pre fiesta
Una noche en un millón
El grito
Bad obsesión
Frustración
Lo que realmente es
Mejor no hablar de ciertas cosas
El plan
La noche
La discusión
La ansiedad
Falacia
Paciencia
Disputas
La tortura psicológica
El chat
No hay nada como la familia
La desgracia
Días temerarios
Trascender
Mis deseos
El arte de los negocios
La sexualidad pasó de moda
Las aves
Sonidos
Hechizada
La verdad sobre Matheus
Los logros y las dificultades
Lo que no queremos creer
Los preparativos
Vivir en pecado
Llamada telefónica
Cocinando contigo
Nochebuena
La frustración
Las doce
La vida me absorbe
Al final es todo o nada
Momentos
La armonía de los celos
Blasfemias
Mathilde se come al mundo
Las acciones de Patty
Las consecuencias
Perdiendo la razón
Garabatos amenazadores
El profeta
El santo desorden
A la hora convenida
Dulce llegada
Ella se fue
El suicidio
Un sueño
Como un fuego artificial
Si fuese por el sexo
Auténtico dolor
El traje
La debilidad no está en las mujeres
Relación directa con la ilusión
Matheus el suavizado
Casamiento y café negro
Nostalgias de último nomento
A orillas de la debacle
El principio del fin
Sacude tus cimientos
La toxicidad de los tiempos modernos
Absorbido por un secreto
La conducta excéntrica de Monique
Aire fatuo
Contradicciones de la vida
Gélida como la nieve
Se marchó toda la dignidad
Fallos en la amistad
Algo se rompió
La gente cambia
Pony
La vida normal
La bendición
Maternidad y dudas
El misterio de la vida misma
Opiniones y derechos
El positivismo
Fin
Epílogo
Booktrailer
Portada

Recuerdos y víboras

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By Donatella1212

Matheus estaba histérico y a la vez feliz por haber tenido un logro a medias en el restaurante. Empecé a pensar seriamente en una clase de objeto conmemorativo para mi cuñado, que diga: El mujeriego del año. Cuando se lo dije, él me salpicó con agua fría en el rostro y dijo que le tenía animosidad.

Yo pasaba los días encerrado en mi oficina intentando encontrar una forma de que los clientes usen la computadora como recurso para obtener cupones de descuento, mientras que el rubio y Boyd estaban de franco. Me habían dicho que irían a un centro de carreras de caballos y luego al casino. Ellos dos siempre actuaban bajo la discreción de las apariencias convencionales. Son personas que no son de clases dispares, y por ello, supongo, que tenían química.

Por otro lado, también estaba pensando en hacer una misa para papá y otra para el tío Lalo, entonces decidí llamar por teléfono a mi madre para ver lo que pensaba al respecto.

—Mamá, he pensado mucho en esta idea —expliqué—. Sería muy bueno, verdaderamente apropiado honrar las memorias de nuestros seres queridos. Además, los vecinos podrán asistir.

Mi madre se mostró entusiasmada.

Queria darle a mamá algo que nunca le había dado y se trataba de la paz mental. Ella siempre fue una mujer lacónica. Su cariño era abstracto, pero se podía sentir tan solo con una mirada.

Recuerdo una noche de lluvia torrencial en que estábamos sentados en la alfombra peluda de la sala. La estufa eléctrica encendida calentaba el ambiente. Papá había dicho que quizás algún día esto mismo se repita en veinte años y estaríamos juntos frente al calefactor con sus nietos, observando por la misma ventana un gran aluvión como en ese preciso instante.

Hoy día, ya no podemos compartir esas especulaciones sobre el futuro. Mi mediocre persona asumía que nada de eso sucedió mientras él estaba con vida. Ya no podemos mirarnos y sonreirnos como ayer.

Cuando llegué a casa, abrí la caja de madera donde había guardado todas las cartas con los pésame. Nunca había remitido esas notas de afecto. Después de todo eran cartas depresivas y medrosas, al leerlas por primera vez, me dije a ni mismo: «Intenta ser feliz con el presente... No juzgues a la gente por insensateces.»

Mathilde estaba cantando a viva voz mientras preparaba la cena y de pronto me vió con cara larga.

—Si no dejas de ponerte triste te saldrán erupciones en todo el cuerpo, pero sobre todo en el pecho. Y no querrás soportar el tratamiento.

—¿De qué hablas, amor?

—¿Recuerdas esas manchas rojizas que me habían salido por el estrés? —inquirió mi esposa.

—No.

Mathilde demostró impotencia por no entender de lo que me estaba explicando. No añadió nada más y se sentó en el taburete de la cocina.

—Ya lo recordé, perdón. Fue cuando falleció Rubí.

La noche parecía espectral, sobre todo porque habíamos invocado a los recuerdos de nuestros amados familiares fallecidos.

—Sí, acudí todas las semanas durante veinte días al consultorio del dermatólogo. Incluso un día me habias acompañado. El médico me untaba una emulsión de color amarillento verdoso y luego me cubría con pequeños parches de gasa.

De pronto sonó el teléfono. Matheus quería venir a casa para jugar a la lotería. Mencionó que habían ganado ese juego de mesa en una feria. Mathilde se llevó las manos a la nuca y luego corrió a apagar la hornalla.

—¡Qué bueno que la sopa de verduras no se quema!  —gritó.

—Nena, estoy famélico. Mi estómago está chillando. Sírveme la sopa caliente —dije en un tono risible.

—Jodete. Esperemos cinco minutos más. Así comemos todos juntos.

—¡Cielo!, ¿Ahora te cae bien tu nueva cuñadita?

—¡Ay, me dejaste temblando! —dijo mostrándome la mano— mirá cómo tiemblo con lo que me decís.

—Amor, es un chiste.

—¡Pero cállate!

—Si, pero... la pobre de Monique va ser reemplazada por tu archienemiga.

—¿Y qué?

—Solo digo...

—Las dos son mujeres. ¿Qué diferencia hay?

—Mathilde, no tires indirectas, ni digas nada grave por favor.

—¡Ay, si, pobre Monique? —dijo irónicamente —, seguro que en estos momentos esta comiendo la salchicha del salchichero.

—¡Mathilde! —dije ojiplático.

—Monique...tan dulce que es... ¿por qué no me dejas de joder con tantas pavadas? Ya soy mayor de edad y no necesito a nadie que me diga que decir.

—Mathilde...—dije y puse los ojos en blanco.

—Bueno, al fin y al cabo ella no volverá con Matheus y... no estaría mal que mi hermano se case con otra. Total todas son unas víboras de mala muerte. Éstas no caminan, solo serpentean...




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