UNSTOPPABLE ━━Percy Jackson

-beifong

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❝No puedo dejar de mirar esos ojos oceánicos ❞ ⇝ Basado en la... Еще

━━━ Unstoppable
01. Problema a futuro
━━ Acto I. Alma frágil ━━
02. Percy Jackson aka pececito
03. Que comience la odisea
04. Una promesa que solo la muerte puede romper
05. En medio del caos
06. Más preguntas que respuestas
07. Los límites de la hospitalidad
08. Iluminas mi camino
09. Poder creciente
10. Energía que se agota fácilmente
11. Sembrando dudas peligrosas
12. Sacrificio
13. Hacia la tormenta
14. Demuestra tu valor
15. Tregua perdida
16. Sentimientos encontrados
17. Intervención divina
18. Masticar el cristal roto
19. Dolor de un corazón ajeno
20. Blackjack
21. Entra al vacío, alma frágil
22. Bajo las estrellas
23. Lazos irrompibles
24. Calma que precede a la tempestad
25. La herencia de las sombras
26. Los hijos de la noche
27. Solo quieren crueldad
28. Las desgracias no vienen solas
29. La misericordia de una madre
30. Máscara de porcelana frágil
31. Presenta nuestros respetos
32. La sombra de una leyenda
33. Un legado familiar
34. El hedor de la traición
35. Secretos que matan
━━ Acto II. Voluntad de Hierro ━━
36. En tierra extraña
37. Aún más profundo
38. Demonios al asecho
39. Una dinastía maldita
40. Este no es mi sitio
41. La muerte está en el aire
42. Antes morir que perder el honor
43. Corazón de guerrera
━━ Acto III: Dulce Venganza ━━
44. La trampa está tendida
45. Deserta si te atreves
46. Respuestas en las cenizas
47. Lobo solitario
48. Nacidos para la batalla
49. El final del viaje
51. La venganza se sirve fría
52. Vencer o morir
53. Prepárate para la gloria...
54. Epílogo
Curiosidades

50. En busca de una voz propia

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-beifong























CAPÍTULO CINCUENTA

En busca de una voz propia

━━




Deja tu corazón atrás,
a la deriva.
Es mejor ser el cazador
que la presa.

Tienes que ser tan frío
para triunfar en este mundo.
Sí, tienes un talento natural






      TRAICIÓN.

Aquella palabra resonaba con fuerza una y otra vez en mi cabeza, recordándome lo estúpida que había sido, lo absurda que seguramente me había visto hace unas horas frente a la arpía, mientras ella escupía veneno y me dejaba completamente en ridículo.

Estaba enojada, sin embargo, tampoco lograba quitarme la culpa, pues la imagen de mis... bueno, de los tripulantes del Argo II seguía intacta en mi mente. Seguía viendo sus ojos cargados de terror, mientras temblaban y se alejaban de mi persona por miedo a ser desintegrados y eso, en definitiva, no era algo que me enorgulleciera. Aún cuando ellos me hubieran escondido algo tan importante, mi cabeza no olvidaba que también hubo momentos en los que ellos me apoyaron y estuvieron para mí...

¡Por Hécate! Odiarlos resultaba sumamente difícil al igual que doloroso.

Mis sentimientos eran un torbellino, separados en dos bandos completamente opuestos que peleaban por poder declararse vencedores. Me concentré en Annabeth tratando de que mi furia no se desvaneciera cual cubo de hielo expuesto a un sol intenso, pues creí que al pensar en ella me sería más fácil seguir enojada debido a que siempre habíamos tenido nuestras diferencias y era la que más me sacaba de mis casillas.

No obstante, mis pensamientos se contradecían impidiéndome dar con mi objetivo porque también recordaba que Annabeth había dado marcha atrás a la orden de su madre, que me había dado un voto de confianza a pesar de que sabía que yo podría acarrear problemas y que la daga que empuño aquella ocasión nunca llegó a lastimarme, por lo que seguramente se habría ganando una gran reprimenda por parte de su madre.

Sacudí mi cabeza, pensar en las cosas buenas que ella había hecho por mi no era parte del plan. Pero mi corazón se negaba a desaparecer el cariño que sentía hacia ellos. Era tan terco como yo y por esa razón supe que quizás nunca lograría deshacerme de ese sentimiento por completo.

Escondida bajo la Niebla observé como el Argo II levantaba anclas para volver a elevarse en el cielo nocturno y perderse en las alturas. Suspiré, relajada de que nadie viniera tras de mí. Necesitaba pensar, saber que haría a continuación y no ver a nadie por un par de días. Estaba cansada de toda esta mierda que me rodeaba. La mala suerte se me pegaba al cuerpo como una segunda piel que por más que intentara no parecía dispuesta a desprenderse de mí.

Al parecer no hay descanso para los que están malditos.

Continué caminando, dirigiéndome sin querer a las antiguas ruinas de Esparta. Era lo único que me quedaba, un hogar que siempre estaría y me daría cobijo cuando así lo deseara. Tragué con fuerza, el corazón se me agrietaba más con cada paso, sentía que pronto una parte se desprendería en cualquier instante, no obstante, había algo que también impedía que eso pasara. Percy me había lastimado de una manera que jamás pensé que lo haría, pero también de alguna manera se había asegurado de que, aun después de todo, siguiera sintiendo su amor latiendo fuerza. Y eso sin duda empeoraba las cosas porque por más que me esforzara seguía estando jodidamente enamorada de él.

Y me odiaba por eso, por no poder ser lo suficientemente fuerte por esfumar todo rastro de amor hacia Percy. Aunque sabía que algo dentro de mí no quería hacerlo. No tenía las agallas para tomar el collar que me había obsequiado y lanzarlo lejos.

El viento corrió con fuerza, levantando el polvo y haciendo que tuviera que cubrirme con el brazo para impedir que me entrara en los ojos. Cuando bajé mi mano vi a la persona que menos deseaba ver en estos momentos.

— ¿No tienes a alguien más a quien molestar? —mascullé con cansancio—. Si vienes a burlarte mejor vete.

— Vengo a darte mis condolencias.

Utilizó un tono de voz que fue perfecto para demostrar compasión. Si no fuera porque la conocía demasiado bien podríamos decir que le hubiera creído. Lastima para ella que ese no era el caso.

— ¿Qué quieres, cara de tierra? —gruñí, deseosa porque ella se esfumará y me dejará sola.

— Tan encantadora como siempre. Y sabes muy bien qué es lo que quiero —sonrió como solo ella sabía hacerlo, con malicia—. Yo puedo ayudarte a cumplir tu venganza.

Rodeé los ojos, mientras empujaba las palabras "de acuerdo" para mis adentros. Apreté la mandíbula con fuerza. Damián me hizo prometerle qué pensaría las cosas antes de actuar quizás él había previsto que algo como esto pasaría, pero con la cara de tierra parloteando en mi oído me era difícil hacerlo. Decidí que era mejor ignorarla, en el mejor de los casos ella se iría. Pasé de largo por su costado dispuesta a terminar con esto y tener al fin la paz que ansiaba con tanto esmero, pues sentía que estaba a punto de explotar, por segunda ocasión en el día.

— ¿No me digas que estás enojada conmigo? —susurró, volviéndose a formar frente a mi e impidiendo que diera un paso más—. Me odiaste todo el tiempo, pero te recuerdo que fui yo la que te dijo la verdad desde un principio. Que fuiste demasiado estúpida para no creerme fue tu problema no el mío.

La mire con furia y vergüenza, mis mejillas se tiñeron de un rojo suave al darme cuenta de que sus palabras eran la verdad absoluta.

— Decidiste darle la espalda a la razón para dejarte llevar por tu corazón. Agh, qué patético. Si me hubieras hecho caso no estarías aquí lloriqueándole al hijo de Poseidón —se burló, consciente de que sus palabras estaban abriendo aún más la herida que tenía en el pecho—. No seas ilusa, querida Meira, personas como tú no tienen un final feliz. No si eliges el bando equivocado.

— Como si tu no me hubieras lastimado —le recordé—. No pienso ser tu peón.

— ¿Qué tal mi mano derecha? —sugirió—. Vamos, Meira, se que quieres hacerlo. Se que deseas vengarte de los dioses. ¿O acaso tengo que recordarte una vez más lo que te hicieron? —ofreció, ansiosa por hacerlo. No me dio tiempo de decirle algo, ella continúo hablando—. Te cazaron desde el día que naciste. Y le lanzaron una casa entera a ti y a tu familia. No debes estar muy contenta cuando fue por eso que Noah quiso matarte. Debiste verlo cuando mencionaba tu nombre, quería reducirte a cenizas. Pero de haber sabido la verdad seguramente él seguiría vivo y seguirían siendo amigos inseparables, quizás algo más...

— ¡Basta! No te atrevas a seguir hablando de Noah —la callé con rabia—. Fuiste tú la que lo envenenó. Si le hubieras dicho la verdad...

— ¿Para qué? —me interrumpió, acercándose más—. ¿Para qué hubiera ido directo a los dioses y estos se encargarán de hacerlo cenizas? —adivinó con una sonrisa—. ¡Oh, ya sé! ¿Para qué hubiera ido contigo a contarte todo y tú simplemente no le creyeras? Admítelo, hechicera, decirle la verdad solo lo habría empeorado.

Una lágrima rodó por mi mejilla al sentirme impotente. Gaia tenía razón una vez más.

— Basta de llorar, Meira. Mejor ponte de pie y has pagar a todos lo que te hicieron daño. Tus lágrimas no solucionaran nada, pero tu lanza y tus poderes sí. Hazlo por todos tus hermanos caídos, por la traición de los que se hacían llamar tus amigos te hicieron y por la maldición que cayó sobre ustedes por culpa de dioses egoístas. ¡Ellos quieren verte en el Tártaro! ¿Y tú se los vas a permitir?

¡No! ¡Por supuesto que no! Bramó mi interior con firmeza. Apreté mis puños con fuerza, tragándome las palabras, no estaba dispuesta a seguirle el juego. Sabía que ella solo estaba provocándome, lo único que Gaia quería era que le ayudará a cumplir sus planes.

— Tu tenacidad y lealtad me sorprenden, escupe hechizos. Ni la traición parece convencerte. Pero —si tuviera ojos seguramente hubieran brillado ante la nueva idea que surgía en su mente—, el amor que sientes hacia tus amigos quizás logre convencerte. ¿Nunca te has puesto a pensar como sería el mundo sin los dioses?

Mi atención se fijó de inmediato sobre ella, mientras Gaia bailaba a mi alrededor. Casi podía jurar que había varias de ella formando un círculo del cual me era imposible de salir. Sabía que era una muy mala idea seguir escuchándola, pero no realice ningún esfuerzo por detenerla.

— No habría más misiones, ni peligro constante porque ya no habría semidioses. Ellos no nacerían para estar destinados a ser perseguidos de por vida —susurró con un tono de voz casi hipnotizante—. Solo existirían mortales, personas normales que vivirían sin tener un blanco en la frente. ¿No crees que los semidioses están casados de todo el peligro que acarrean solo por ser hijos de un ser divino, a quienes ni les importa lo que pase con ellos? Después de todo los dioses son los que los mandan a hacer el trabajo sucio. Una vida normal, ¿crees a tu querido pececito le gustaría vivir así?

El círculo de Gaias se cerró más y comenzaron a dar vueltas demasiado rápido hasta que de pronto sus siluetas borrosas se convirtieron en imágenes. No pude evitar quedarme embobada cuando vi mi propio reflejo en ellas. Estaba en un parque tomada de la mano con Percy y nos veíamos tan felices que me fue imposible no sonreír y anhelar ese momento. La imagen cambio, solo para mostrarme una dónde nosotros dos estábamos en una casa y una mujer con sonrisa amigable nos ayudaba a preparar galletas azules, sin duda era la madre de Percy. Mi novio se le veía feliz de estar con ella, en su hogar, sin guerras de por medio, sin miedo a que un monstruo ataque su casa y lastime a sus seres queridos. El último retrato se me mostró, estaba con papá y mi tío Damián y junto a mis abuelos reíamos mientras comíamos en el comedor.

La cabeza comenzó a dolerme, una punzada fuerte en la sien me sacudió. Una parte de mi quería gritar que sí, que deseaba esa vida, que estaba dispuesta a darles a todos la libertad que ellos querían, pero ¿de verdad lo deseaban? ¿O, pese a todos los problemas, los semidioses no deseaban cambiar sus vidas a una completamente mundana? Me alejé de esos pensamientos. Esto no estaba bien, no podía decidir la vida de los demás pese a lo prometedora que se veía. Además, ¿qué me aseguraba que en verdad todo sería felicidad? Lleve ambas manos a mi cabeza tratando de aligerar el dolor que no hacía más que aumentar.

— ¡Ya déjame en paz! —grité de dolor, expulsando un halo rojo que inundó el lugar entero desvaneciendo a la cara de tierra y sacudiendo el suelo.

Caí de rodillas, estaba exhausta aún cuando no hubiera hecho nada. Mi frente estaba empapada de sudor, el cual me escurría por el rostro y mojaba mi cabello al igual que mi ropa. Me pase una mano por el rostro tratando de quitarme el aturdimiento.

El suelo crujió bajo mis pies una vez más y un hoyo se formó en la tierra segundos después llevándome al vacío. Grité con fuerza y busqué con desesperación algo con lo que pudiera sostenerme, pero al no encontrar nada la gravedad hizo su trabajo. Solo pude sentir caer al agua y eso disminuyó en seguida el calor que mi cuerpo estaba sintiendo. Salí a la superficie, había caído en una especie de fuente, arriba el enorme agujero dejaba entrar la luz de la luna y daba una perfecta vista a las estrellas.

El lugar entero figuraba ser la habitación de un palacio. Piedra pulida era el material con el que estaba hecho, grandes columnas del mismo material se alzaban imponentes para sostener el techo. Detrás de mí la escultura de un león gigante y majestuoso daba la sensación de proteger el salón, debajo de sus patas un chorro de agua caía al estanque donde yo había aterrizado. Frente a mí una alfombra roja pegada al suelo servía para señalar el camino hacia una enorme puerta de madera de dos hojas. Salí del estanque y dando un chasquido para secarme me encaminé hacia la entrada.

En cuanto estuve del otro lado hice desaparecer los dos orbes de magia que había formado en caso de cualquier incidente. Me maravillé en seguida, doce hermosas estatuas me saludan al frente, seis de cada lado dejando en medio un camino para llegar hasta el final del pasillo donde un pódium de mármol era custodiado por dos antorchas que ardían levemente, sobre la piedra parecía que había un libro abierto en el cual se mostraba una clase inscripción. Detrás se encontraba una estatua gigantesca, no tuve que acercarme para saber quién era, se podía reconocer a Leónidas desde cualquier ángulo de esta sala.

La habitación me dejó pasmada porque además de las estatuas que tenía enfrente había muchas más que llenaban el lugar entero. Estaban colocadas en círculos que ascendían en una espiral perfecta hacía un techo que parecía no tener fin. Cuando alzaba la vista solo podía ver los rostros de personas; hombres y mujeres que sin duda tenían portes de guerreros, y todos tenían una cosa en común: una lanza.

Di un paso adentrándome más a la pieza, observando con asombro y detenimiento a las esculturas que estaban por delante. Todos poseían la misma postura de firmeza, viendo hacía en frente y manteniendo a Vinmor a su costado derecho plantado en el suelo de piedra de manera vertical, mientras la sujetaban con fuerza. Sonreí en cuando divisé a mi tío Damián entre ellos.

Seguí observando las demás estatuas acercándome cada vez más a la del rey de Esparta. Cuando llegué al final contemplé la última escultura que quedaba a la izquierda. Era una mujer, vestida como todo una guerrera de la antigua Grecia: con su peto, brazales, y grebas adornándole el cuerpo delgado pero musculoso que poseía. Su cabello trenzado descansaba en su hombro derecho. Algo llamó por completo mi atención, ella figuraba ser la única que había sido esculpida con algo más que reposaba sobre su hombro izquierdo. Un águila.

En cuanto leí su nombre la reconocí, Leónidas me habló de ella en nuestro primer encuentro.

— Kassandra, la portadora del águila.

Una voz habló detrás de mí haciendo que diera un brinco del susto. Di media vuelta encontrándome con Leónidas. Su lanza y su peculiar escudo no veían con él, solo traía su distinguida capa roja descansando tras su espalda. Y aún sin armas, se veía como una persona con quien no deseabas tener problemas. La postura de rey al igual que la de guerrero espartano se negaban a desprenderse de él.

— ¿Por qué ella es diferente? —cuestioné, ansiosa por obtener una respuesta. La curiosidad era algo que me caracterizaba bastante bien—. Parece ser la única con un águila en el hombro.

— Todos los que están en el centro son especiales —explicó Leónidas dando una mirada rápida a las doce estatuas con una expresión de orgullo adornándole el rostro—. Verás, cada uno de ellos hizo algo importante para nuestro legado, siempre buscando el bien para nosotros. El águila demuestra valentía, fuerza, pasión pero sobre todo poder y Kassandra personificó demasiado bien esas palabras, tanto que obtuvo un amigo con las mismas cualidades.

El rey de Esparta se acercó más a la guerrera de piedra, inclinándose un poco señaló la inscripción que se hallaba debajo del nombre de la mujer.

"𝑼𝒏 𝒅í𝒂 𝒆𝒔𝒕𝒂 𝒍𝒂𝒏𝒛𝒂 𝒚 𝒎𝒊 𝒍𝒊𝒏𝒂𝒋𝒆 𝒍𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒔𝒕𝒓𝒖𝒊𝒓𝒂́𝒏. 𝑨 𝒑𝒂𝒓𝒕𝒊𝒓 𝒅𝒆 𝒆𝒔𝒕𝒆 𝒅í𝒂 𝒆𝒍 𝒄𝒍𝒂𝒏 𝒅𝒆𝒍 𝑳𝒆𝒐́𝒏 𝒄𝒂𝒛𝒂𝒓𝒂́ 𝒂 𝒍𝒐𝒔 𝒅𝒊𝒐𝒔𝒆𝒔"

— Kassandra fue quién le declaró la guerra a los Olímpicos, luego de saber que sus antecesores habían tratado, sin éxito, buscar el perdón de los dioses mediante rezos y ofertas de realizar misiones peligrosas que Zeus y los demás necesitaban que se hicieran —relató Leónidas con un poco de agonía en su voz—. Jamás pensé que aceptar a Vinmor fuera algo malo, de hecho, en su momento creí que era una bendición.

» En fin, como te podrás imaginar ni humillándonos dio la solución para que dejáramos de estar malditos por lo que Kassandra optó por una opción completamente opuesta. Estaba furiosa de servir a los dioses cuando fueron ellos los responsables de nuestra maldición. La portadora del águila se declaró enemiga de los Olímpicos y estos le respondieron mandándole semidioses para destruirla, por supuesto que ellos no iban a ser tan idiotas como para confrontarla cara a cara.

— ¿Por qué no? —pregunté—. Ellos la superaban en número. Y aún cuando nosotros tenemos el poder para destruirlos solo podemos usar la lanza una vez. ¿Qué los detuvo?

— El miedo —dijo con simpleza—. La profecía no hizo más que volverlos locos e impacientes por destruir todo sucesor mío. En un principio ellos no parecían estar demasiado preocupados por desaparecernos, pero luego el Oráculo habló y solo desató caos entre los dioses.

Leónidas me hizo un gesto para que lo siguiera, sus pisadas fuertes resonaron en toda la habitación y se detuvo frente al pódium que estaba delante de su estatua. La inscripción en el libro casi parecía brillar bajo la luz de las antorchas.

"𝑬𝒍 𝒍𝒊𝒏𝒂𝒋𝒆 𝒅𝒆𝒍 𝑳𝒆𝒐́𝒏 𝒂𝒍𝒃𝒆𝒓𝒈𝒂 𝒖𝒏 𝒑𝒐𝒅𝒆𝒓 𝒊𝒏𝒎𝒆𝒏𝒔𝒐, 𝒒𝒖𝒆 𝒊𝒏𝒄𝒍𝒖𝒔𝒐 𝒔𝒐𝒃𝒓𝒆𝒑𝒂𝒔𝒂 𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒐𝒔 𝒅𝒊𝒐𝒔𝒆𝒔 𝒈𝒓𝒊𝒆𝒈𝒐𝒔. 𝑶𝒉, 𝒒𝒖𝒆 𝒍𝒐𝒔 𝑶𝒍í𝒎𝒑𝒊𝒄𝒐𝒔 𝒎𝒂𝒏𝒕𝒆𝒏𝒈𝒂𝒏 𝒂𝒍𝒊𝒂𝒏𝒛𝒂 𝒄𝒐𝒏 𝒆𝒍𝒍𝒐𝒔 𝒐 𝒅𝒆 𝒍𝒐 𝒄𝒐𝒏𝒕𝒓𝒂𝒓𝒊𝒐 𝒍𝒂 𝒎𝒖𝒆𝒓𝒕𝒆 𝒅𝒆 𝒅𝒐𝒔 𝒅𝒊𝒐𝒔𝒆𝒔 𝒔𝒆 𝒅𝒂𝒓𝒂́ 𝒆𝒏 𝒖𝒏 𝒑𝒂𝒓𝒑𝒂𝒅𝒆𝒐. 𝑳𝒂 𝒕𝒓𝒂𝒊𝒄𝒊𝒐́𝒏 𝒔𝒆 𝒑𝒂𝒈𝒂 𝒄𝒂𝒓𝒐 𝒚 𝒂 𝑽𝒊𝒏𝒎𝒐𝒓 𝒍𝒂 𝒑𝒊𝒆𝒅𝒂𝒅 𝒏𝒐 𝒔𝒆 𝒍𝒆 𝒉𝒂 𝒆𝒏𝒔𝒆𝒏̃𝒂𝒅𝒐, 𝒑𝒖𝒆𝒔 𝒆𝒍 𝒄𝒐𝒔𝒕𝒐 𝒅𝒆𝒍 𝒅𝒆𝒔𝒉𝒐𝒏𝒐𝒓 𝒏𝒐 𝒆𝒔 𝒂𝒍𝒈𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝑬𝒔𝒑𝒂𝒓𝒕𝒂 𝒑𝒂𝒔𝒆 𝒑𝒐𝒓 𝒂𝒍𝒕𝒐.

𝑷𝒆𝒓𝒐 𝒄𝒖𝒊𝒅𝒂𝒅𝒐, 𝒅𝒆𝒔𝒄𝒆𝒏𝒅𝒊𝒆𝒏𝒕𝒆 𝒅𝒆 𝑳𝒆𝒐́𝒏𝒊𝒅𝒂𝒔, 𝒄𝒐𝒎𝒆𝒕𝒆 𝒖𝒏 𝒆𝒓𝒓𝒐𝒓 𝒚 𝒖𝒏 𝒔𝒆𝒎𝒊𝒅𝒊𝒐́𝒔 𝒔𝒆𝒓𝒂́ 𝒕𝒖 𝒑𝒆𝒓𝒅𝒊𝒄𝒊𝒐́𝒏"

— Ahora entiendo porque mandaron a semidioses a por nosotros —expresé cuando terminé de leer—. Nunca había visto una profecía tan larga. Pero ¿por qué los dioses no mantuvieron una alianza? Literalmente la profecía les indica que lo hagan.

— ¿No leíste lo primero? Somos más fuertes que ellos. Los dioses no estaban dispuestos a permitir que alguien así existiera. Quizás pensaron que en algún momento nosotros nos volveríamos en su contra y les quitaríamos el poder —me indicó Leónidas—. Si habían sido capaces de crearnos, ellos asumieron que también podían destruirnos. Y la ligera posibilidad que un semidiós pudiera hacerlo solo aumentó sus ánimos de intentarlo.

— No puedo creer que mi madre me haya ocultado todo esto.

El enojo volvía a hacerse presente, al parecer todos habían decidido por mí y por sus propios intereses.

— Deberías estar agradecida con ella, no molesta —me reprimió Leónidas bajo una mirada severa—. Gracias a Hécate sigues respirando.

— ¿A qué te refieres?

— Hécate te mantuvo a ti y a tu padre ocultos bajo la Niebla y por ello los dioses nunca los encontraron. Por eso tu padre fue quien vivió por más tiempo. Sin embargo, cuando tu poder se desató ni siquiera tu madre pudo esconder algo como eso. Los dioses volvieron a tener miedo, pues la suposición que mi linaje por fin había terminado se vino abajo —dijo—. El otro día te pregunte porque estabas en el campamento romano y no en el griego y la respuesta es porque Hécate le pidió a la loba Lupa que te aceptará en el Campamento Júpiter, pues los dioses jamás iban a encontrarte ahí. Sus personalidades romanas que adoptaban estando en ese lugar les impedían recordar lo que hicieron cuando eran griegos. Si me lo preguntas creo que fue algo muy hábil de su parte.

— Gracias, Leónidas. Ahora me siento la peor hija del mundo —dije.

— Debes controlar tus emociones, Meira. El enorme poder que alberga en ti te hace demasiado inestable, por eso Damián te pidió que pensaras muy bien las cosas antes de actuar.

— Y eso hago. Por eso sigo aquí y no en el Olimpo.

Una sensación de preocupación se instaló en mi pecho. No entendía de qué se trataba, pero eso me impedía pensar sobre mi siguiente movimiento con precisión.

— ¿Y por qué sigues aquí? —me cuestionó Leónidas, ladeando la cabeza—. Estoy seguro de que eres tú la que llevará la muerte ante los Olímpicos. Si a nosotros como mortales nos dio un poder enorme no me quiero ni imaginar lo que Vinmor te hizo al ser una semidiosa. Eres una verdadera pesadilla para los dioses.

Aparté mi mirada de él, llevando una mano a mi cuello para sobrarlo y aligerar un poco el estrés que estaba sintiendo. Tenía la respuesta a su pregunta, pero no estaba segura de que fuera la correcta.

— Meira, está más que claro que estás preocupada por tus amigos y sé que te estás debatiendo sobre si dejarlos ir solos a Atenas fue una buena idea. Algo que es completamente razonable porque la muerte no discrimina a nadie y ellos van directo a una batalla.

— Vaya, tú sí que sabes subirme los ánimos —dije con sarcasmo, él frunció el ceño en respuesta. Reacio a obtener solo ese comentario espero a que yo dijera algo—. ¡Está bien, tienes razón, me preocupo por ellos! Algo estúpido e irrelevante, ya lo sé. ¿Algún otro sinónimo que quieras incluir?

Leónidas sonrió de lado y sus irises oscuros me observaron con detenimiento, mostrándome la sabiduría que había detrás de ellos debido a los tantos años vividos.

— Nunca dije que fuera malo —dijo—. Y si me permites decírtelo, creo que una parte de mi piensa que estuvo bien que tus amigos se tardarán en decirte la verdad.

Mis ojos pronto encontraron los suyos, lo mire con incredulidad y enfado.

¡No podía estar hablando en serio!

O estaba en una pesadilla. O esto en definitiva se trababa de una maldita broma.












La cara de tierra no se rinde, ¿eh?

Aquí les cuento un poco más sobre la historia que el legado de Leónidas tuvo con los dioses.  Así como también el papel fundamental que tuvo Hécate en la vida de Mera.

¿Que piensan sobre lo último que dijo Leónidas? ¿De verdad habrá sido buena idea que Percy y los demás le escondieran la verdad a Mera?
Nuestra protagonista está impaciente porque el rey de Esparta se retracte, pero un espartano nunca retrocede. Ya veremos qué pasa...

Lamento no haber podido actualizar antes, pero me surgió un bloqueo terrible del que apenas voy saliendo.

Déjenme saber que les pareció este capítulo. Se los agradecería mucho ❤️

Gracias por todo.
—B.

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