UNSTOPPABLE ━━Percy Jackson

Galing kay -beifong

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❝No puedo dejar de mirar esos ojos oceánicos ❞ ⇝ Basado en la... Higit pa

━━━ Unstoppable
01. Problema a futuro
━━ Acto I. Alma frágil ━━
02. Percy Jackson aka pececito
03. Que comience la odisea
04. Una promesa que solo la muerte puede romper
05. En medio del caos
06. Más preguntas que respuestas
07. Los límites de la hospitalidad
08. Iluminas mi camino
09. Poder creciente
10. Energía que se agota fácilmente
11. Sembrando dudas peligrosas
12. Sacrificio
13. Hacia la tormenta
14. Demuestra tu valor
15. Tregua perdida
16. Sentimientos encontrados
17. Intervención divina
18. Masticar el cristal roto
19. Dolor de un corazón ajeno
20. Blackjack
21. Entra al vacío, alma frágil
22. Bajo las estrellas
23. Lazos irrompibles
24. Calma que precede a la tempestad
25. La herencia de las sombras
26. Los hijos de la noche
27. Solo quieren crueldad
28. Las desgracias no vienen solas
29. La misericordia de una madre
30. Máscara de porcelana frágil
31. Presenta nuestros respetos
32. La sombra de una leyenda
33. Un legado familiar
34. El hedor de la traición
35. Secretos que matan
━━ Acto II. Voluntad de Hierro ━━
36. En tierra extraña
37. Aún más profundo
38. Demonios al asecho
39. Una dinastía maldita
41. La muerte está en el aire
42. Antes morir que perder el honor
43. Corazón de guerrera
━━ Acto III: Dulce Venganza ━━
44. La trampa está tendida
45. Deserta si te atreves
46. Respuestas en las cenizas
47. Lobo solitario
48. Nacidos para la batalla
49. El final del viaje
50. En busca de una voz propia
51. La venganza se sirve fría
52. Vencer o morir
53. Prepárate para la gloria...
54. Epílogo
Curiosidades

40. Este no es mi sitio

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Galing kay -beifong

















CAPÍTULO CUARENTA

Este no es mi sitio




A medida que atravesábamos afanosamente la polvorienta llanura, la niebla se volvio tan densa que tuve que resistir el deseo de apartarla con las manos. El único elemento que nos permitía seguir el camino de Aclis eran las plantas venenosas que brotaban por donde ella caminaba.

Cuando finalmente llegamos, la niebla se disipó y nos encontramos en una península que sobresalía por encima de un vacío oscuro.

— Aquí estamos.

Aclis se volvió y nos miro de reojo. La sangre de las mejillas le goteaban en el vestido. Sus pálidos ojos estaban húmedos e hinchados, pero de algún modo llenos de emoción.

— Ah... genial —dijo Percy— ¿Dónde es "aquí"?

— Es el borde de la muerte definitiva —respondió Aclis— Donde la Noche se junta con el vacío debajo del Tártaro.

Avance muy lentamente y me asomé por el precipicio.

— Creí que no había nada debajo del Tártaro.

— Oh, desde luego que sí —Aclis tosió— Hasta el Tártaro tuvo que surgir de alguna parte. Este es el borde de la oscuridad primitiva, mi madre. Debajo se encuentra el reino del Caos, mi padre. Aquí están más cerca de la nada de lo que ha estado jamás ningún mortal. ¿No lo notan?

Sabía a qué se refería. El vacío parecía tirar de mí, extrayéndome el aliento de los pulmones y el oxígeno de la sangre. Miré a Percy y vi que tenía los labios teñidos de morado.

— ¿No notan la Niebla de la Muerte? —pregunto Aclis— Incluso ahora pasan a través de ella. ¡Miren!

Un humo blanco se acumulo alrededor de mis pies. A medida que se enroscaba por las piernas, me di cuenta de que el humo no me estaba rodeando. Provenía de mí. Mi cuerpo entero se estaba disolviendo. Levanté las manos y vi que eran borrosas y poco definidas. Ni siquiera sabía cuántos dedos tenía. Con suerte, todavía los diez.

Miré a Percy y contuve un grito.

— Estás... ah...

No podía decirlo. Parecía muerto. Tenía la piel amarillenta y las cuencas oculares oscuras y hundidas. Parecía que hubiera estado metido en una cripta fría y oscura durante décadas, marchitándose poco a poco. Cuando se volvió para mirarme sus facciones se volvieron momentáneamente borrosas.

— No te preocupes, tú te ves preciosa —me dijo Percy con los ojos llorosos— Como siempre.

Sabía que él me veía de la misma manera que yo lo estaba viendo. Y con ese aspecto me fue imposible recordar que ser semidiós incluía la posibilidad de morir. Tenerlo frente a mi y verlo literalmente estar desapareciendo, me oprimió el corazón de una manera horrible. Verlo en ese estado era demasiado doloroso.

— Descuida, rojita, me cuesta moverme, pero estoy bien —me dijo, seguramente se percató de la horrible sensación que estaba sintiendo.

Aclis se rió entre dientes.

— Desde luego, no estás nada bien.

Percy frunció el entrecejo.

— Pero ¿pasaremos desapercibidos? ¿Podremos llegar a las Puertas de la Muerte?

— Bueno, tal vez —dijo la diosa— si vivieran lo suficiente, cosa que no ocurrirá.

Aclis extendió sus dedos nudosos. A lo largo del borde del foso crecieron más plantas, extendiéndose hacia los pies de Percy como una alfombra mortal.

— Verán, la Niebla de la Muerte no es solo un disfraz. Es un estado. No podía ofrecerles este regalo a menos que después sufrieran la muerte... la auténtica muerte. El sufrimiento es inevitable. El dolor es...

—Sí, sí —gruñó Percy— Pasemos a la pelea.

Sacó a Contracorriente, pero la hoja estaba hecha de humo. Cuando lanzó una estocada a Aclis, la espada se limitó a atravesarla flotando como una suave brisa.

Una sonrisa se dibujó en la maltrecha boca de la diosa.

— ¿No se los había dicho? Ahora no son nada más que niebla: una sombra antes de la muerte. Tal vez si tuvieran tiempo podrían aprender a dominar su nueva forma, pero no lo tienen. Y como no pueden tocarme, me temo que cualquier pelea contra mí será bastante desigual.

Sus uñas se convirtieron en garras. La mandíbula se le desencajo y sus dientes amarillos se alargaron hasta transformarse en colmillos. Aclis se abalanzó sobre Percy y las garras de la diosa le arañaron el pecho.

Percy se tambaleó hacia atrás. No estábamos acostumbrados a esta forma por lo que era difícil moverse. Quise acercarme a él, pero por cada paso que daba sentía que perdía una hora. Aclis gruñó, lista para atacar nuevamente.

Concéntrate, Mera, me reprimí mentalmente. Esta niebla no puede ser muy diferente a la tuya.

Trate de hacer un orbe de magia y cuando se la avente a Aclis, la golpeó como si se tratase de una almohada. Solo sirvió para llamar su atención porque no le hizo ningún daño. Al menos comenzar a usar mi magia me ayudó a moverme mejor. Empezaba a entenderle a esto, así que cuando Aclis quiso atacarme pude esquivarla para que no me arrancara el rostro.

— ¡Adorable! —gritó Percy— ¡Tierna y abrazable!

Alrededor de la diosa empezaron a crecer plantas venenosas que estallaban como globos demasiado llenos. Salió un chorrito de savia verde y blanca que se acumuló en el suelo y empezó a correr hacia Percy.

— ¡Eh, diosa de la felicidad! —grite.

Traté de llamar su atención, ya no podía acercarme a ella puesto que estaba rodeada de veneno. Le lanzaba orbes de magia, pero la diosa del sufrimiento estaba centrada en Percy e ignoraba por completo mis golpes.

Percy trató de retroceder. Lamentablemente, el icor venenoso fluía por todas partes y hacía que el suelo echara vapor y el aire quemará. Se vio atrapado en un islote de tierra apenas más grande que un escudo. No tenía adónde ir.

Cayó sobre una rodilla, parecía que no podía hablar y entonces me encontré desesperada, lanzándole orbes de magia a la diosa que no hacían nada más que acariciarla. La preocupación no me dejaba concentrarme y adaptarme por completo a esta nueva forma.

— Alimentaras a la oscuridad eterna —le dijo Aclis— ¡Morirás en los brazos de la Noche!

— ¡Percy! —le grite, en un intento en vano por mantenerlo coherente— ¡Vamos, pececito, levántate!

Mejor controla esto de una buena vez, me regaño mi subconsciente. ¡Sálvalo!

Y cuando estuve a punto de volver a lanzar un orbe de magia, el torrente de veneno que salía por todas partes cesó. Los gases se alejaron de Percy y retrocedieron hacia la diosa. El lago de veneno corrió hacia ella en pequeñas olas y riachuelos.

Aclis chilló.

— ¿Qué es esto?

— Veneno —dijo Percy— Es su especialidad, ¿no?

Se levantó tambaleándose. A medida que el torrente de veneno corría hacia la diosa, los gases empezaron a hacerla toser. Los ojos le empezaron a llorar todavía más. Y de pronto, Aclis se atragantó.

— Yo...

La ola de veneno llegó a sus pies y chisporroteo como gotas sobre hierro caliente. Ella gimió y retrocedió dando traspiés.

A juzgar por el rostro de Percy se veía que quería presenciar como la diosa se ahogaba en su propio veneno. Quería ver cuánto sufrimiento podía aguantar la diosa del sufrimiento y cuando por fin estaba a punto de lograrlo un orbe de magia roja impactó contra la mujer lanzándola varios metros más adelante.

Esta vez mis poderes estaban devuelta. Cuando la diosa se levantó de nuevo lo único que hizo fue correr muy rápido. Avanzó con dificultad por el sendero, cayó de bruces y volvió a levantarse, gimiendo mientras se internaba en la oscuridad a toda velocidad. En cuanto hubo desaparecido, los charcos de veneno se evaporaron y las plantas se marchitaron.

Percy me miró parpadeando, aun enojado pero sorprendido de que yo hubiera intervenido.

— No me malentiendas, yo hubiera hecho lo mismo —dije encogiendo los hombros— Pero eso no va contigo, Percy Jackson. No dejaré que el odio y el rencor te hagan perder la cabeza. Esos no son tus ideales y no vas a mancharlos por culpa de una anciana.

— ¿Y los tuyos sí?

Reí con ironía.

— Te sorprenderías —exprese recordando a mi legado— Ya estoy maldita, Percy y no dejaré que tú también lo estés —él quiso responderme, pero lo interrumpí— Aclis dijo que alimentaríamos a la noche, ¿a qué se refería?

La temperatura bajó. El abismo que se abría ante nosotros pareció respirar. Percy tomó mi brazo y me hizo retroceder del borde cuando una presencia emergió del vacío: una figura tan enorme y tenebrosa que entendí el concepto de «oscuro» por primera vez.

— Me imagino —dijo la oscuridad, con una voz femenina suave— que se refería a la Noche, con mayúscula. Después de todo, soy única.





















Alzándose por encima del abismo, su figura de cenizas y humo era del tamaño de la Atenea Partenos, pero mucho más viva. Su vestido era de un negro vacío, mezclado con los colores de una nebulosa espacial. Su cara resultaba difícil de ver salvo los puntos de sus ojos, que brillaban como quásares. Cuando sus alas batían, oleadas de oscuridad se extendían sobre los precipicios. 

El carro de la diosa estaba hecho de hierro estigio e iba tirado por dos enormes caballos totalmente negros a excepción de sus puntiagudos colmillos plateados.

— Oh, miren, ¿pero que tenemos aquí? Meira Kyle, la persona que más quería ver — me dijo Nix, posando sus ojos sobre mí, lo que causó que diera uno o quizás dos pasos hacia atrás— Noah te manda saludos.

— ¡¿Él está bien?! —pregunté enseguida, mis ojos brillaron de ilusión.

— Creo que has perdido el derecho de preguntar por él, cuando fuiste tu la que lo atravesó con una lanza —gruño furiosa— Y ya que estas aquí te haré pagar por la muerte de mi hijo.

Los caballos gruñeron y me enseñaron los colmillos. La diosa hizo restallar su látigo y los caballos se encabritaron.

—No, Penumbra —dijo la diosa— Abajo, Sombra. Esos pequeños premios no son para ti.

— Entonces, ¿no van a comerme? —cuestione aun cuando sentía que en cualquier momento iba a desfallecer.

— Por supuesto que no. No dejaría que mis caballos los comieran, como tampoco dejaría que Aclis los matara. Son unos premios demasiados valiosos. ¡Antes me mataría yo misma!

— ¡Oh, no se mate! —grité, encontrando una abertura en su armadura— No damos tanto miedo...

La diosa bajo su látigo.

— ¿Qué? No, no me refería...

— ¡Eso espero! —miré a Percy con una sonrisa forzada— No queríamos asustarla, ¿verdad?

— Ja, ja —dijo Percy débilmente— No, claro que no.

Los caballos vampiro parecían confundidos. Se encabritaban, resoplaban y chocaban sus cabezas oscuras.

Nix tiró de las riendas.

— ¿Es que no saben quién soy? —pregunto impaciente.

— Es usted la Noche —dije— Lo sé porque Noah me habló de su madre, además de que es oscura y todo eso. Aunque el folleto no decía mucho sobre usted.

— ¿Qué folleto? —Nix guiño los ojos por un instante.

Me toque los bolsillos fingiendo buscar algo.

— Teníamos uno, ¿verdad?

— Sí —me contestó Percy.

Seguía observando a los caballos mientras apretaba fuertemente la empuñadura de su espada, pero tuvo la inteligencia de seguir mi ejemplo. Por mi parte, tenía que confiar en que no estuviera empeorando las cosas... aunque, sinceramente, no veía cómo podían ir peor.

— En fin —dije— Supongo que el folleto no era gran cosa porque usted no aparecía destacada en la visita. Hemos visto el río Flegetonte, el Cocito, las arai, el claro venenoso de Aclis, hasta unos titanes y gigantes, pero Nix... no, usted no figuraba.

— Sí —se unió Percy, a quien le estaba empezando a gustar la idea— Hemos venido de visita al Tártaro... en plan de destino exótico, ¿sabe? En el inframundo hace demasiado calor.

— Pero tú mataste... —comenzó Nix mirándome.

— ¡Así es! —convine con Percy e interrumpí de manera inmediata a la diosa— Entonces reservamos la excursión al Tártaro, pero nadie nos dijo que nos encontraríamos a Nix. En fin, supongo que no les parecía importante.

—¿Que no les parecía importante?

Nix hizo restallar su látigo. Sus caballos respingaron y chasquearon sus colmillos plateados. Oleadas de oscuridad brotaron del abismo, y a mí se le removieron las entrañas, pero no podía mostrar miedo.

Empujé hacia abajo el brazo de Percy con el que sostenía su espada y le obligué a bajar el arma. Aquella diosa superaba a todos los adversarios con los que me había enfrentado. Nix era mayor que cualquier dios del Olimpo, cualquier titán o cualquier gigante, incluso mayor que la cara de tierra.

— Bueno, ¿cuántos semidioses más han venido a visitarla? —pregunte inocentemente.

— Ninguno. Ni uno solo. ¡Es inaceptable! —bramó la diosa.

— A lo mejor es porque no ha hecho nada para salir en las noticias —me encogí de hombros— ¡Entiendo que el Tártaro sea importante! Todo este sitio se llama como él. Ojalá y conociéramos al Día...

— Oh, sí —terció Percy— ¿El Día? Debe de ser impresionante. Me encantaría conocerla y pedirle un autógrafo.

— Eh, creo que yo prefiero a las arai —dije.

¿Cómo olvidarlas? Si me dieron la paliza de mi vida, susurré internamente.

—¡Son mis hijas! —gritó Nix— ¡Soy la madre de todos los terrores! ¡Las mismísimas Moiras! ¡La Vejez! ¡El Dolor! ¡La Muerte! ¡Y todas las maldiciones! ¡Miren como soy noticia!

Nix hizo restallar su látigo otra vez. La oscuridad se cuajó a su alrededor. A cada lado apareció un ejército de sombras: más arai con alas oscuras; un anciano ajado que debía de ser Geras, el dios de la vejez; y una mujer más joven vestida con una toga negra que tenía unos ojos brillantes y una sonrisa de asesina en serie: Eris, la diosa de la discordia. Y siguieron apareciendo más: docenas de demonios y dioses menores, todos hijos de la Noche.

— Eh, Meira Kyle — Eris sonrió de forma demoníaca, casi podía decir que me estaba saludando— ¿Ya te has dado cuenta de lo que eres? —su sonrisa cambio, tratando de parecer angelical, cosa que no le funciono para nada.

Apreté la mandíbula, pero no tenía manera de refutarle nada. A pesar de todo, Eris no se había equivocado con respecto a la visión que me había mostrado. Sin embargo, no podía salirme del tema.

— Si, no está mal —le reconocí a Nix, ignorando completamente a Eris y luego mire a Percy— Bueno, se está haciendo tarde. Deberíamos comer en uno de los restaurantes que nos ha recomendado el guía turístico. Luego buscaremos las Puertas de la Muerte.

— ¡Ajá! —gritó Nix triunfalmente— ¿Quieren ver las Puertas de la Muerte? Se encuentran en el centro mismo del Tártaro. Los mortales como ustedes nunca llegaran a ellas, salvo por los pasillos de mi palacio: ¡la Mansión de la Noche!

Señalo detrás de ella. Flotando en el abismo, casi cien metros más abajo había una puerta de mármol negro que daba a una especie de habitación grande.

— Supongo que podríamos hacer una foto, pero una de grupo no saldría bien —expresé— Nix, ¿qué tal si le hacemos una con su hijo favorito? ¿quién es?

Enseguida el recuerdo de Noah me golpeó, apachurrándome el pecho.

Sus hijos susurraron. Docenas de horribles ojos brillantes se volvieron hacia Nix. La diosa se movió incómoda, como si el carro se estuviera calentando bajo sus pies.

—¿Mi hijo favorito? —preguntó ella— ¡Todos mis hijos son aterradores!

Percy resopló.

—¿De verdad? He conocido a las Moiras. He conocido a Tánatos. No daban tanto miedo. Tiene que haber alguien en este grupo que sea peor.

—El más oscuro —dije— El que más se parezca a usted.

—Yo soy la más oscura —dijo Eris— ¡Guerras y conflictos! ¡He provocado toda clase de muertes! ¡Tú lo sabes, Meira Kyle!

—¡Yo soy todavía más oscuro! —gruñó Geras— Yo debilitó la vista y emboto el cerebro. ¡Todos los mortales temen la vejez!

—Sí, sí —dije, tratando de hacer caso omiso al castañeteo de mis dientes— No veo nada lo bastante oscuro. ¡Son los hijos de la Noche! ¡Enséñenme algo oscuro!

La horda de arai empezó a gemir, batiendo sus correosas alas y agitando nubarrones. Geras extendió sus manos secas y oscureció todo el abismo. Eris escupió una sombría lluvia de municiones a través del vacío.

—¡Yo soy el más oscuro! —susurró un demonio.

—¡No, yo! ¡Contemplen mi oscuridad!

Si mil pulpos gigantes hubieran expulsado tinta al mismo tiempo en el fondo de la fosa oceánica más profunda y desprovista de luz, no habría habido una negrura más intensa. Podría haber estado ciega perfectamente. Agarré la mano de Percy y me armé de valor.

—¡Esperen! —gritó Nix, súbitamente presa del pánico— No veo nada.

—¡Sí! —gritó orgullosamente uno de sus hijos— ¡He sido yo!

—¡No, he sido yo!

—¡He sido yo, idiota!

Docenas de voces empezaron a discutir en la oscuridad. Los caballos relincharon alarmados.

—¡Basta ya! —chilló Nix— ¿De quién es este pie?

—¡Eris me está pegando! —gritó alguien— ¡Madre, dile que deje de pegarme!

—¡Yo no he sido! —chilló Eris— ¡Ay!

Los sonidos de refriega aumentaron de volumen. Apreté la mano de Percy.

—¿Listo?

—¿Para qué? —tras una pausa, volvió a hablar— Por los calzoncillos de Poseidón, ¿no lo dirás en serio?

—¡Que alguien me dé luz! —gritó Nix— ¡Grrr! ¡No puedo creer que haya dicho eso!

—¡Es una trampa! —chilló Eris— ¡Los semidioses están escapando!

—Ya los tengo —gritó una arai.

—¡No, es mi cuello! —dijo Geras con voz ahogada.

—¡Salta! —le dije a Percy.

Nos tiramos a la oscuridad intentando alcanzar la puerta situada más abajo. Nuestros pies tocaron el suelo firme y el dolor me recorrió las piernas, pero avance dando traspiés y eche a correr, arrastrando a Percy detrás de mí. No podía ver de todas formas, así que cerré los ojos.

Los sonidos de los hijos de Nix se alejaron, lo cual era buena señal. Percy seguía corriendo a mi lado, tomándome de la mano. Eso también era bueno. Delante de nosotros, a lo lejos, empecé a oír un sonido palpitante, como si los latidos de mi corazón resonaran amplificados. Seguimos corriendo sin abrir los ojos, algo me decía que no era bueno mirar este lugar.

Los latidos aumentaron y las vibraciones recorrieron mi espalda. El aire tenía un olor más fresco... o, como mínimo, no tan sulfuroso. Se oía otro sonido, más próximo que las profundas palpitaciones... un sonido de agua corriendo.

— ¡Espera! —me dijo Percy deteniéndome— Sigo sin mirar, pero estamos a un paso de caer al agua. Percibo un río o puede que sea un foso. Nos cierra el paso. La otra orilla esta a unos seis metros.

— ¿Hay un puente o...?

— Creo que no —respondió— Y al agua le pasa algo raro. Escucha.

Me concentré. Miles de voces gritaban dentro de la estruendosa corriente, chillando de angustia, suplicando piedad.

¡El dolor!, se lamentaban. ¡Hagan que pare!

—El río Aqueronte —deduje— El quinto río del inframundo. Es el río del dolor. El castigo definitivo para las almas de los condenados: asesinos, sobre todo.

¡Asesinos!, dijo el río gimiendo. ¡Sí, como tú!

La cabeza se me lleno de imágenes de mi padre y de la familia Grayson, el día que habían muerto debido a mi imprudencia. Luego... me mostró la imagen de Noah, siendo atravesado por mi lanza.

— ¡Fue un accidente! —chillé, tratando de creerme mis propias palabras.

¡Tienes las manos manchadas de sangre!, dijo el río gimiendo. ¡Debería haber habido otra solución!

¿Qué otra opción tenía? Yo no quería lastimar a mi familia, mucho menos asesinar a Noah, pero él no iba a dar el brazo a torcer.... Aun así, no sabía si su alma había hallado paz. Podría ser una de las almas torturadas que arrastraba la corriente en ese momento.

¡Tú lo asesinaste!, gritó el río. ¡Tírate y comparte su castigo!

Percy me agarró del brazo.

—No hagas caso.

—Pero...

—Lo sé —la voz de él sonaba quebradiza como el hielo— A mí me están diciendo lo mismo. Creo... creo que este foso debe de ser la frontera del territorio de la Noche. Si lo cruzamos, estaremos fuera de peligro. Tendremos que saltar.

— Bueno... —dije tratando de calmarme— ¿Listo para volar otra vez, pececito?

— Ni se te ocurra —terció— No voy a dejarte sola. Tú vienes conmigo.

Sus brazos me rodearon enseguida, llenándome de calidez y seguridad. Ojalá no estuviéramos en esta situación porque podría haberme quedado así por muchas horas. Rodeé su cuello y lo único que pude hacer fue imaginar cómo es que Percy lo consiguió.

—Puedes abrir los ojos —dijo luego de unos segundos, jadeando— Pero no te va a gustar lo que vas a ver.

Parpadeé. Después de la oscuridad de Nix, hasta la tenue luz roja del Tártaro parecía deslumbrante. Mire hacia Percy.

— Mmm, creo que te equivocaste —dije— Porque definitivamente me gusta lo que veo.

Él me sonrió y beso mis labios.

— Bueno ya se que soy extremadamente guapo, pero yo me refería a eso.

Señaló hacia delante. Delante de nosotros se extendía un valle gigantesco. El ruido resonante provenía de todo el paisaje, como si un trueno retumbara debajo del suelo. Bajo las nubes venenosas, el terreno ondulado emitía destellos púrpura con cicatrices de color rojo y azul oscuro.

—Parece... parece un corazón gigantesco.

—El corazón de Tártaro —murmuró Percy.

Estaban tan lejos que tardé un momento en darme cuenta de que también estaba mirando a un ejército: miles, tal vez decenas de miles de monstruos, congregados en torno a un oscuro puntito central. Incluso desde el linde del valle, podía percibir cómo su poder atraía a mi alma.

—Las Puertas de la Muerte.

—Sí.

Estaba a punto de preguntarle a Percy cómo había saltado tan lejos cuando oí el ruido de un desprendimiento de rocas en las montañas situadas a mi izquierda. Forme dos orbes de magia. Percy levantó a Contracorriente. Una mancha de brillante pelo blanco apareció sobre la cumbre y al igual que unos familiares ojos de jade puro. 

—¿Damián? ¿Bob? —me alegré tanto que casi me pongo a saltar— ¡Gracias a los dioses!

— ¡Amigos!

El titán se dirigió a nosotros pesadamente. Las cerdas de su escoba se habían quemado. Su uniforme de conserje estaba lleno de nuevos arañazos, pero parecía encantado. Sobre su hombro, Bob el Pequeño ronroneaba casi tan fuerte como el corazón palpitante de Tártaro.

— ¡Los hemos encontrado! —Bob nos abrazo a los dos con suficiente fuerza para aplastarnos las costillas— Parecen unos muertos humeantes. ¡Eso es bueno!

— Me alegra verte de nuevo, Mel —dijo Damián con una sonrisa luego de que Bob nos dejará en el suelo. Posó una mano sobre mi hombro— Sabía que lo lograrías.

— ¡Eh, gracias por la confianza hacia mi también! —se quejó Percy.

Damián solto una sonrisa, y yo no pude evitar lanzarme a abrazarlo. Se sentía bien tener una familia de nuevo, además era como si papá estuviera conmigo. Se parecían demasiado, excepto por la edad, eso estaba claro.

— También me alegra tanto que estes bien —dije sobre su hombro y él me devolvió el abrazo.

—¿Seguiremos juntos ahora? —preguntó a mi espalda Bob.

— Claro que sí, grandulón —le respondió Percy.

— Antes de continuar, ¿me permiten un segundo con Mel? —pidió Damián a los chicos.

Ambos me miraron y asintieron con suavidad mientras avanzaban unos cuantos pasos para dejarnos a solas.

— ¿Qué sucede? —pregunte preocupada— ¿Te paso algo? ¿Es sobre Bob? Porque te juro que...

— No, no es eso —me interrumpió. Soltó un suspiro pesado— Es solo que... Meira, no pertenecemos aquí. Este no es nuestro sitio. Así que prométeme que harás algo para cambiar tu destino. Para evitar que llegues a este lugar.

Estaba a punto de prometérselo, pero el me interrumpió nuevamente.

— Pero no mediante alianzas erróneas, no dejes que te manipulen porque seguramente lo harán y en su momento para ti será fácil caer... Pero antes de todo tenemos honor. Nuestro legado es leal. Así que se leal a tus creencias. Prométeme que meditarás tus acciones y si crees que ese es el camino correcto entonces tómalo, pero no lo hagas si se trata de una decisión apresurada —pidió mirándome directamente a los ojos— Y Mel, ten cuidado.

— No te voy a fallar, Damián —dije firme—Te lo prometo por la Laguna Estigia.

— En ese caso, Puertas de la Muerte, allá vamos —dijo con un brillo de esperanza adornándole los ojos.











No puedo creer que ya vamos a acabar el Acto II 😱 Si no me equivoco faltan dos o tres capítulos más. 

¡Estoy emocionada, gente!

¿Que les pareció el capítulo? ¿Qué sabrá Damián que no es capaz de decírselo a Mera?  ¿De verdad quiere ayudarla?

Preguntas, preguntas y más preguntas... pero pronto vendrán las respuestas. Se los prometo.

Les agradezco todo su apoyo! ❤️

¡Hasta el siguiente capítulo!
—B.

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