UNSTOPPABLE ━━Percy Jackson

By -beifong

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❝No puedo dejar de mirar esos ojos oceánicos ❞ ⇝ Basado en la... More

━━━ Unstoppable
01. Problema a futuro
━━ Acto I. Alma frágil ━━
02. Percy Jackson aka pececito
03. Que comience la odisea
04. Una promesa que solo la muerte puede romper
05. En medio del caos
06. Más preguntas que respuestas
07. Los límites de la hospitalidad
08. Iluminas mi camino
09. Poder creciente
10. Energía que se agota fácilmente
11. Sembrando dudas peligrosas
12. Sacrificio
13. Hacia la tormenta
14. Demuestra tu valor
15. Tregua perdida
16. Sentimientos encontrados
17. Intervención divina
18. Masticar el cristal roto
19. Dolor de un corazón ajeno
20. Blackjack
21. Entra al vacío, alma frágil
22. Bajo las estrellas
23. Lazos irrompibles
24. Calma que precede a la tempestad
25. La herencia de las sombras
26. Los hijos de la noche
27. Solo quieren crueldad
28. Las desgracias no vienen solas
29. La misericordia de una madre
30. Máscara de porcelana frágil
31. Presenta nuestros respetos
32. La sombra de una leyenda
33. Un legado familiar
34. El hedor de la traición
35. Secretos que matan
━━ Acto II. Voluntad de Hierro ━━
36. En tierra extraña
37. Aún más profundo
38. Demonios al asecho
40. Este no es mi sitio
41. La muerte está en el aire
42. Antes morir que perder el honor
43. Corazón de guerrera
━━ Acto III: Dulce Venganza ━━
44. La trampa está tendida
45. Deserta si te atreves
46. Respuestas en las cenizas
47. Lobo solitario
48. Nacidos para la batalla
49. El final del viaje
50. En busca de una voz propia
51. La venganza se sirve fría
52. Vencer o morir
53. Prepárate para la gloria...
54. Epílogo
Curiosidades

39. Una dinastía maldita

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By -beifong


















CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

Una dinastía maldita




Simplemente no podía creer que Bob hubiera regresado a salvarnos. Ni tampoco que nos llevará a la casa de un gigante. Mucho menos que ese gigante nos ayudará, dándonos una poción para curar todas las heridas que nuestro cuerpo había sufrido, además de dejarnos descansar en su choza.

Desperté sobresaltada pasándome las manos por los brazos, como si aun las llamas estuvieran quedándome la piel y yo tratara de quitarlas. Pero en un segundo descubrí que ese dolor ya no estaba presente. Afortunadamente Percy despertó minutos después, revelándome que él le había rogado a Bob que me salvara.

Aun cuando el titán nos ayudará, todavía tenía ese mueca de incertidumbre en su rostro, como si estuviera debatiéndose si lo que hizo fue lo correcto.

El propietario de esta casa era nada menos que del gigante Damasén, quién había nacido para oponerse al dios de la guerra. Sin embargo, como nunca se enfrentó a los dioses, sus padres Gaia y Urano lo maldijeron y lo aventaron al Tártaro por la eternidad.

Nos ofreció comida, agua y el calor (algo que ahora comenzaba a asustarme) de la chimenea de su hogar. Nunca creí que un titán y un gigante fueran a convertirse en aliados. Pero la vida daba muchas vueltas y nos podía en caminos demasiado confusos como para darles crédito a la primera vez.

Mi corazón se removió cuando Bob y Damasén nos contaron de lo mucho que les gustaría volver a ver el sol y las estrellas, y no solo oscuridad y desolación.

Estaba en deuda con ellos y por ese motivo hice todo lo posible por convertir ese sueño en realidad. Mis manos se movieron y la Niebla comenzó a cubrir el interior de la casa, la bruma verde pronto se convirtió en un paisaje. Una extensa pradera nos daba la bienvenida, casi podía sentir el aire fresco que mecía el pasto chocar contra mi rostro, ahuyentando el calor de Tártaro. Una luna llena y brillante vigilaba la noche, junto con un montón de estrellas en el cielo nocturno. Casi parecía que en verdad habíamos logrado salir y nos encontrábamos en ese lugar.

Bob y Damasén contemplaron el cielo con anhelo.

— Lamento no poder darles más —dije con tristeza.

— El poder de la ilusión que tienes es increíble —aduló el gigante— Y con eso me basta. Nos has pagado con el mejor regalo que pudiéramos pedir, hija de la magia. Tu deuda está saldada. Gracias.

Antes de que pudiera responderle un fuerte grito me desconcentro y la niebla verde desapareció. Al igual que la ilusión.

— ¡EL HIJO DEL DIOS DEL MAR! ¡ESTÁ CERCA!

La voz de Polibotes resonó por todo el lugar. Damasén se movio con rapidez y nos lanzó dos mochilas de piel de drakon. En ellas había ropa, comida y bebida. Bob tambien llevaba una mochila, pero más grande.

Antes de que partiéramos una revelación cruzo mis pensamientos.

— Tienes que venir con nosotros —le supliqué al gigante— La profecía dice: «Los enemigos en armas ante las Puertas de la Muerte». Pensábamos que se refería a los romanos y los griegos, pero no es así. El verso se refiere a nosotros: unos semidioses, un titán y un gigante. ¡Te necesitamos para cerrar las puertas!

Un drakon rugió en el exterior.

— No, muchacha —murmuró— Mi maldición está aquí. No puedo escapar de ella.

— Sí, sí puedes —repuse— No luches contra el drakon. ¡Piensa en una forma de romper el ciclo! Busca otro destino.

— Aunque pudiera, no puedo abandonar este pantano. Es el único destino que puedo imaginar.

— Siempre hay otro —dije con seguridad— Cuando estés listo, ven a buscarnos. Te llevaremos al mundo de los mortales con nosotros. Y esta vez no será una ilusión, verás la luz del sol y las estrellas de verdad.

El suelo se sacudió, indicando que ya no quedaba más tiempo. No esperamos más y nos encaminamos hacia el pantano, con los gritos de guerra de Damasén detrás de nosotros.



















Avanzamos dando traspiés en la oscuridad, el aire era denso y frío, y en el suelo se alternaban las parcelas de rocas puntiagudas con los charcos de fango. Hasta caminar tres metros resultaba agotador. Había partido de la choza del gigante sintiéndome otra vez fuerte, con la cabeza despejada y el estómago lleno de cecina de drakon que iba en las mochilas con provisiones. Ahora comenzaba a sentir molestias en las piernas. De nuevo comenzaba a cansarme.

Casi estaba a punto de bajar la guardia cuando algo salto hacia mí. Una aura roja envolvió al extraño y lo lancé contra la pared más cercana. En seguida, los tres lo teníamos rodeado, pero antes de que dijéramos algo, el susurro casi asustado:

— ¿Qué eres? —hablo en mi dirección, sus ojos fruncidos me veían con recelo.

Parpadeé pasmada mientras observaba a la persona que tenía enfrente. Era un chico, quizás un poco más grande que yo. Su cabello negro lo traía peinado hacia atrás y a pesar de que la luz volvía hacerse presente en el pequeño cristal de Percy no pude distinguir el color de sus ojos con claridad. Sin embargo, sus rasgos se me hacían familiares. Así que me encontré observándolo con detenimiento. Se parecía... no, debía ser sólo mi imaginación.

El extraño se levantó de un salto y en un movimiento apuntó su lanza hacia nosotros, dispuesto a atacar de ser necesario.

— ¿Qué eres? —volvió a repetir. Su voz demandaba una respuesta, pero a la vez sonaba tranquila.

— ¿A qué te refieres? —cuestioné confundida.

El hizo un gesto con la cabeza, señalando mi mano derecha. Para ser más específicos al brazalete que llevaba en la muñeca.

— Es arma que llevas, ¿dónde la conseguiste? —dijo— ¿Qué haces aquí si no estás muerta?

Percy levantó en alto a Contracorriente, había dado un paso hacia adelante amenazando con contar en dos al chico que tenía enfrente si éste se atrevía a moverse.

— No tiene por qué responderte —bramó.

El chico lo miró frunciendo el ceño, pero pronto volvió a mirarme y esta vez pude ver el color de sus ojos. Verdes como el jade, sin embargo, su mirada estaba apagada como si el brillo hubiera sido cubierto por un velo negro. Reflejaban cansancio, rencor y tristeza, y lo emanaba con tan intensidad que pronto sentí sus emociones uniéndose a las mías.

— Esa arma en su tiempo también fue mía —explicó, bajando su arma y dejándome atónita. Ahora que lo mencionaba su lanza era una réplica exacta a la mía— Creí saber porque estabas aquí, pero veo que me equivoque.

— Quieres decir que... ¿Quién eres? —cuestioné cuando de nuevo encontré las palabras. En mis manos, los orbes de magia que había formado pronto se desvanecieron y la oscuridad ganó un poco más de terreno.

— Bueno, si tú existes eso quiere decir que eres la hija de mi hermano. Estoy seguro de que no han pasado muchos años como para que seas su nieta.

— ¿Tío Damián? —exclamé confundida— ¿Qué haces aquí?

La sonrisa que formó sus labios figuró más una mueca que otra cosa, pero estaba cargada de nostalgia.

— ¿De verdad no lo sabes? —dijo con sorpresa cuando notó que mi pregunta iba en serio— ¿Aun no sabes cómo funciona Vinmor? ¿Todavía no has ido...?

— No —lo interrumpí, removiéndome incomoda— Estoy en eso. Solo que, como te habrás dado cuenta, me encontré con un pequeñísimo problema. El Tártaro. Pero aún no respondes mi pregunta.

— Puedo contarte todo —dijo, pero luego miro a mis acompañantes— Si es que no te incomoda que diga todo de nuestro legado en voz alta.

Mire a Percy y a Bob, ambos seguían en posición de pelea. El primero aún no bajaba su espada, mientras que el titán tomaba con fuerza su escoba demoledora de monstruos.

— Solo será un segundo —les pedí.

No les di tiempo de contestar, tomé del brazo a Damián y lo arrastré a unos metros lejos de los demás. Una distancia prudente para que pudiéramos conversar tranquilos. Él me miraba con una ceja levantada.

Dioses, ahora que lo tenía cerca pude verlo mejor y casi me lanzo a abrazarlo. Era tan parecido a papá que el sentimentalismo me golpeó con fuerza. Nunca lo había conocido, mi padre no tenía fotos, ni de él ni de mi abuelo, lo que era bastante extraño. Y cuando le preguntaba por ellos su rostro se mostraba desolado y me abrazaba con fuerza, y esa era la única respuesta que obtenía.

— ¿Por qué no quieres que lo sepan? —preguntó ladeando un poco la cabeza. Un gesto que al parecer venía de familia. 

— Porque me harían muchas preguntas. Preguntas de las que yo no tengo respuesta. Además, estamos en medio de una guerra y Vinmor podría ayudarnos a detenerla, pero no quiero darles falsas ilusiones si es que no logró llegar hasta Esparta.

— Tú tampoco deberías tenerlas, Portadora de Vinmor...

— Meira, por favor.

— Escucha, Meira, sé que la lanza puede parecer algo increíble y en su momento así fue, pero lo que pareció ser un regalo al final termino siendo una maldición. Nuestra maldición.

— ¿De que estas hablando? —pregunté frunciendo el ceño— Habla claro porque no estoy entendiendo nada de lo que dices.

— Meira, estoy muerto y en el Tártaro —dijo— ¿Tú por qué crees?

— ¿Qué cosa monstruosa hiciste? —cuestione comenzando a alejarme— En el Tártaro sólo están las almas...

— Que han hecho cosas terribles. Demonios lo sé —exclamó tomándome del brazo. Impidiéndome dar otro paso atrás— Pero estas malinterpretando las cosas.

— ¡Entonces dímelo! —pedí frustrada— ¡Por Hades! ¡Dímelo y déjate de enigmas!

— Déjamelo resumírtelo con unas simples palabras: O mueres siendo un héroe o vives lo suficiente para convertirte en villano —Damián soltó mi brazo y dio un paso hacia atrás— Y nosotros, Meira, siempre terminamos como villanos.

Alzó los brazos y varios cientos de personas emergieron de las sombras, sus cuerpos parecían sólidos como si en verdad existieran, pero al mismo tiempo era como si se tratasen de fantasmas. Sus ojos no veían hacia ningún lugar en particular, estaban perdidos en la penumbra. Y aún cuando nunca en mi vida los había visto supe que ellos fueron, en su tiempo, los portadores y portadoras de Vinmor, la descendencia de Leónidas.

Mi legado.

Di un vistazo rápido a todos, eran demasiados como para observar con detenimiento a cada uno. Nadie parecía pasar de los veinte años y los que lo hacían los podía contar con los dedos de una sola mano, incluso los niños superaban esa cifra. La imagen que se me presentaba no hacía nada más que darme dolores de cabeza. No entendía porque Damián me mostraba todo esto.

— Todos y cada uno de ellos fueron enviados al Tártaro, pero como es de esperarse este no es un lugar donde las almas como las de nosotros sobreviven —explicó— Además, como podrás notar nadie en su vida mortal llegó a pasar de los treinta años, excepto...

Damián se hizo a un lado y una lágrima resbalo por mi mejilla en cuanto vi a la persona que escondía. Era mi padre, con la misma mirada perdida en la oscuridad, pero a diferencia de los demás el parecía estar hecho de niebla blanca, él si figuraba ser un fantasma. Alcé la mano para tocar su mejilla, mis dedos traspasaron su rostro y su cuerpo se disolvió.

— Él fue el único de todos que no llegó a este lugar. Con excepción de Leónidas, claramente —Damián se acercó a pasos lentos y posó una mano sobre mi hombro. Su rostro miró hacia abajo debido a la diferencia de estaturas— Nosotros no somos los malos, Meira. Solo tuvimos mala suerte.

— ¿Por qué? —fue todo lo que pude decir.

— Nos arrojaron al Tártaro por rebelarnos, pero no fue nuestra culpa. Ellos nos veían como una amenaza y cuando no tuvimos otra opción nos declaramos sus enemigos mortales. Solo nos estábamos protegiendo y aún cuando no hicimos nada nos cazaron hasta casi extinguirnos —reveló con furia— Tú eres la última descendiente de Leónidas. Si tu mueres, nuestro legado se acaba.

— ¿Quién? —demandé— ¿Quién nos está haciendo esto?

Mis puños se cerraron con fuerza y por la luz roja que iluminó el rostro de Damián supe que el brillo de mis ojos se hizo presente involuntariamente. Por todos los dioses, en este lugar había niños, chiquillos que seguramente ni siquiera sabían porque los habían cazando. Yo pude ser uno de ellos, mi padre pudo ser uno de ellos, pero a juzgar por la mirada de la persona que tenía enfrente él no tenía la respuesta del por qué su hermano no estaba en este lugar. Yo tampoco tenía idea de porque aún no terminaba como ellos. ¿Cuánto tiempo me quedaba para los cazadores me encontraran y me aventaran aquí?

— Si no has ido a Esparta me temo que no puedo contarte nada más —dijo con pesar— Si te enteras antes de tiempo puede ser peligroso para ti. Ya has llegado muy lejos, Meira, se que podrás salir de aquí. Eres especial.

— De nada me sirve ser especial si terminaré en un lugar como este —dije con resignación, mientras pasaba una mano por mi rostro.

— Tal vez puedas cambiar tu destino —expuso— Cámbialo y cambiaras el de nuestro legado. El de las siguientes generaciones.

— Ven con nosotros —pedí de pronto— Vamos a las Puertas de la Muerte. Si logramos adentrarnos en ellas, podremos salir. Volveremos al mundo de los mortales. El legado no tiene que acabar en mí.

— Meira, no creo...

— Si los monstruos pueden, ¿por qué tu no? Y si lo que te maldecía era Vinmor puedes estar tranquilo porque tú ya no llevas ese peso. Vive una segunda vez, Damián, y demuéstrales a esos cazadores que la sangre espartana no se rinde.

Sus ojos que con anterioridad se mostraron apagados ahora brillaban con emoción, como si los hubiera pulido, el verde volvió a destellar en ellos otra vez. La desolación que mostraba su rostro se desvaneció y en su lugar mostró determinación. Pude volver a ver al guerrero que una vez fue.

— Tienes razón, nuestro legado no se rinde —dijo con firmeza— Te acompañare, no solo porque quiero salir de aquí sino porque también haré todo lo posible para que tú regreses al lado mortal.

No pude evitar sentirme feliz, incluso en el Tártaro. Cuando regrese con Percy y Bob ambos miraron a Damián como el próximo en ser cortado en dos, pero les explique lo necesario para que aceptaran que se nos uniera a nuestro pequeño equipo. Después de todo cualquier refuerzo era bien recibido.

Las siguientes horas nos la pasamos en silencio, siguiendo a Bob quien era el que lideraba el camino. Entonces la oscuridad se dispersó emitiendo un gran suspiro, como el último aliento de un dios moribundo. Delante de nosotros se abría un claro: un campo árido lleno de polvo y piedras. En el centro, a unos veinte metros de distancia, había una espantosa figura de mujer arrodillada, con ropa andrajosa, miembros esqueléticos y piel de color verde correoso. Tenía la cabeza agachada mientras sollozaba en voz baja, y el sonido quebrantó todas mis esperanzas.

Mi di cuenta de que la vida era inútil. Nuestros esfuerzos no servían de nada. Aquella mujer derramaba lágrimas como si llorara la muerte del mundo entero.

— Ya hemos llegado —anunció Bob— Aclis puede ayudarnos.

Si la mujer sollozante era lo que Bob entendía por ayuda entonces no tenía ningún interés en recibirla. Sin embargo, Bob avanzó y nos sentimos obligados a seguirlo.

— ¡Aclis! —gritó Bob.

La criatura levantó la cabeza, y tuve que obligarme a no salir corriendo.

Su cuerpo era horrible. Parecía una víctima de la hambruna: miembros como palos, rodillas hinchadas y codos nudosos, uñas de manos y de pies rotas. El polvo cubría su piel y se amontonaba en sus hombros, como si se hubiera duchado en el fondo de un reloj de arena.

Su cara era desoladora. Sus ojos hundidos y legañosos lloraban a mares. Su largo cabello gris estaba enredado con mechones grasientos, y tenía las mejillas llenas de raspazos y manchadas de sangre como si se hubiera arañado.

No soportaba mirarla a los ojos, de modo que bajé la vista. Sobre sus rodillas había un antiguo escudo: un maltrecho círculo de madera y bronce con un retrato pintado de la propia Aclis sosteniendo un escudo.

—Ese escudo —murmuró Percy— Eso es. Creía que era una leyenda.

— Oh, no —dijo gimiendo la mujer— El escudo de Hércules. Él me pintó en la superficie para que sus enemigos me vieran durante los últimos momentos de vida: la diosa del sufrimiento. Como si Hércules supiera lo que es el auténtico sufrimiento.

— ¿Qué hace aquí su escudo? —pregunté.

La diosa me miró con sus húmedos ojos lechosos, de las mejillas le empezaron a chorrear sangre y mancharon su desgastado vestido de puntos rojos.

— Él ya no lo necesita, ¿no? Vino aquí cuando su cuerpo mortal se quemó. Un recordatorio, supongo, de que ningún escudo es suficiente. Al final, el sufrimiento se apodera de todos nosotros. Hasta de Hércules y su sangre que lo procede —murmuró hacia mí y Damián, quien se encontraba detrás.

—Bob —dijo Percy— No deberíamos de haber venido.

— Aclis controla la Niebla de la Muerte —insistió— Ella puede ocultarlos para que puedan llegar a las Puertas de la Muerte y regresar al mundo de los mortales.

— ¡Imposible! —repuso Aclis— Los ejércitos de Tártaro los encontraran. O los mataran.

— Entonces supongo que su Niebla de la Muerte será inútil —dije tratando de sonar aburrida— No puedo creer que no tenga el poder suficiente para ocultar a dos semidioses con su Niebla de la Muerte. Incluso la mía funciona mejor.

La diosa enseñó sus dientes amarillos y sentí mis piernas volverse gelatinas. Estaba aterrada, pero era el único y estúpido plan que se me ocurría.

Percy se aclaró la garganta.

— Ejem, Meira...

Le lancé una mirada de advertencia: Sígueme el juego. Él se dio cuenta de que me estaba muriendo de miedo, pero no teníamos otra alternativa. La carta ya se había puesto sobre la mesa.

— Quiero decir... ¡Mera tiene razón! —dijo— Bob nos ha traído hasta aquí porque pensábamos que podría ayudarnos. Pero supongo que está demasiada ocupada mirando ese escudo y llorando. Lo entiendo perfectamente. Es igualito a usted.

— ¡La Niebla de la Muerte no sirve para ayudar a nadie! —bramó Aclis— Envuelve a los mortales de sufrimiento cuando sus almas pasan al inframundo. ¡Es el mismísimo aliento del Tártaro, de la muerte, de la desesperación!

— Impresionante —dijo Percy— ¿Nos pone dos raciones de eso?

Aclis siseo.

— Pídanme algo más razonable. También soy la diosa de los venenos. Podría concederles la muerte.

En la tierra se abrieron flores alrededor de la diosa: brotes de color morado oscuro, naranja y rojo que desprendían un olor dulzón. Me empezó a dar vueltas la cabeza.

—Muy amable por su parte —dijo Percy— Pero ya he tenido suficiente veneno en este viaje. Bueno, ¿puede ocultarnos con su Niebla de la Muerte o no?

— Piense en esto —intervine— Si fracasamos, disfrutara contemplando a nuestros espíritus desvanecerse entre horribles dolores. En cambio, si tenemos éxito imaginé en todo el sufrimiento que infligirá a todos los monstruos aquí abajo. Queremos cerrar las Puertas de la Muerte. Eso provocará muchos llantos y gemidos.

Aclis consideró esa información.

—Disfruto del sufrimiento. El llanto también me gusta.

—Entonces, asunto arreglado —dijo Percy— Háganos invisibles.

Aclis se levantó con dificultad. El escudo de Hércules se fue rodando y se paró en una parcela con flores venenosas.

— No es tan sencillo —dijo la diosa— La Niebla de la Muerte vendrá cuando más cerca estén del final. Solo entonces se nublarán sus ojos. El mundo se desvanecerá.

— ¿El camino hacia donde es exactamente? —cuestione con fastidio.

La diosa gruñó ofendida y comenzó a caminar en la penumbra arrastrando los pies.

— ¡Eh! —gritó Percy a Aclis— ¿Dónde está nuestro amigo?

— ¿Y Damián? —añadí cuando me di cuenta de que también había desaparecido. Era raro llamarle tío cuando era casi de mi edad, así que solo decía su nombre.

— Ellos no pueden seguir este sendero —contestó la diosa—Vengan, pequeños insensatos. Vengan a experimentar la Niebla de la Muerte.

Liberé un suspiro de agotamiento y agarré la mano de Percy.

— Bueno... ¿qué puede salir mal?

La pregunta era tan ridícula que Percy se rió.

— Pero, por favor, que nuestra próxima cita sea en un lugar más bonito.

— Hecho —dije riendo.

Seguimos las polvorientas huellas de la diosa a través de las flores venenosas, adentrándonos cada vez más a la niebla.








Introduciendo a:
Ben Barnes as Damián Kyle.
No lo puse al principio porque sería spoiler jaja

———

Una actualización sorpresa para no dejarlas con la intriga.
Además, tenía muchas ganas de que ya leyeran esta parte.

Este capítulo es muy revelador, ustedes ya saben por donde va la historia o están igual de perdidas que Mera?  xd

Si están igual que nuestra protagonista, no se preocupen que ya vendrá el momento para dar explicaciones y desenredar este hilo que envuelve a la historia.

Por el momento espero que hayan disfrutado el capítulo.

Y como siempre, pero no menos importante, gracias por todo💕

¡Hasta el siguiente cap!
—B.

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