El último uviem ✔ [Destinos 1]

By yosoyunodos

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Para salvar a su pueblo, Myra deberá descubrir lo que los dioses y las tenebrosas criaturas ocultan: la llave... More

Antes de leer
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Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capitulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10:
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Epílogo
Segundo libro

Capítulo 32

72 18 4
By yosoyunodos

Myra suspiró por decimoctava vez. Estaba harta de todo ese silencio, de la aparente paz que los raix mantenían. Llevaban dos días caminando con ellos y nunca emitían palabra, y si lo hacían, era en un idioma que ella no entendía. En algunas ocasiones, los veía reír, metros por delante de ella, luego de observarla. Cada vez que las sonrisas o las carcajadas se apoderaban de ellos, la palabra abquim formaba parte de la oración. Se burlaban de ella, de su hermano, de Ámbar y de Shein. En esos dos días y esas dos noches apenas habían parado por un par de horas a descansar y solo lo habían hecho porque ninguno de los cuatro podía continuar. Los habían obligado a dormir en el suelo, tan solo con un par de pieles, no les habían permitido armar sus carpas y Shein no se atrevía a mostrarles cómo hacia los refugios.

—Estoy cansado de esto —murmuró el pelirrojo en su dirección.

—Tú fuiste quien accedió a acompañarlos —replicó la princesa—. Pero sí, yo también estoy cansada.

—Solo acepté acompañarlos porque Rix ya había estado hablando con ellos, necesitamos saber cuánto saben de nosotros y qué es lo que planean saber —respondió con un tono aún más bajo. Myra lo observó con cuidado y luego dirigió su vista a los raix frente a ellos. Al único que podía reconocer era a Rix, el resto le parecía una copia tras otra de la misma criatura.

—Pero siempre hablan ese idioma extraño —dijo con voz aguda. Estaba nerviosa, no quería que esas pesadillas la escucharan, no tenía idea de que podrían llegar a hacerle si eso ocurría.

—Lo sé, pero Rix habla mucho con Clerick, tal vez él...

—Desde que desarmamos nuestro campamento que Clerick no me habla, creo que está resentido por lo que le hicimos a Rix —mencionó con pesar. Detestaba la separación que se estaba formando entre ella y su hermano. Siempre habían sido cuatro, Rix, Clerick, Linck y ella, y ahora solo era ella, Linck había muerto, Rix era un traidor y Clerick lo apoyaba. La compañía de Shein no era suficiente, se sentía sola, abandonada por las personas a las que amaba.

—Puede ser, pero podríamos intentar convencerlo —insistió el chico—. No soporto a estas criaturas, debemos averiguarlo rápido para no tener que volver a hablarles —siguió y se revolvió su melena roja—. Lo único que hacen es agotarnos físicamente, no nos hablan y se burlan de nosotros, ni siquiera nos dejan descansar como es debido —refunfuñó.

—No podemos hacer mucho, Shein, ya escuchaste al rey cuando le reclamé.

—Los abquim'k son tan débiles, me sorprende que la especie siga existiendo luego de tantos siglos —imitó con un tono grave. Myra no pudo contener la risa.

—Shhh, van a escucharnos —lo regañó y le tapó la boca con su mano. El pelirrojo sonrió y bajó la mano de la princesa, mas no la soltó.

—Tal vez si nos escuchan por lo menos nos permitan frenar en algún río, comienzo a oler muy mal —comentó luego de unos minutos.

Y Myra le dio la razón, él no era el único que comenzaba a oler mal, hacía dos días que no se higienizaban, la transpiración por el calor del verano junto con sus ropas de pieles que estaban sucias solo por estar a la intemperie comenzaba a largar un olor nada agradable. Era la primera vez en toda la vida de la princesa que pasaba tanto tiempo sin bañarse y ya no soportaba la grasa que se formaba en las raíces de su cabello y se extendía a lo largo de este. Tampoco aguantaba un día más utilizando la misma remera horrible, ya tenía bastante con haber tenido que destrozar sus vestidos para armarse ropa cómoda para caminar como para que ahora no le permitieran tener un minuto de privacidad para que pudiera cambiarse.

—Para ellos es muy fácil, parece que ni siquiera transpiran —farfulló con envidia la princesa.

—¿Alguna vez los viste dormir? No lo hicieron ni una vez desde que salimos —gruñó Shein.

—Vi a Rix hacerlo, pero no lo necesitaba muy seguido, cuando pasaba dos o tres días sin dormir era cuando de verdad lo veía descansar, pero nunca tres noches seguidas —explicó al recordar los extraños hábitos del raix que ya no era su amigo.

—Genial, significa que esta noche vamos a dormir —suspiró aliviado.

—O tal vez mañana, no sabemos cuánto tiempo llevan sin descansar —rompió sus ilusiones Myra.

Ambos guardaron silencio cuando vieron que Rix se acercó a Ámbar que estaba unos dos metros por delante de ellos. La rubia intentó mostrarse calmada ante la cercanía del raix, aunque no resultó, todos sus músculos se tensaron al verlo y ella fue incapaz de relajarlos. Le era inevitable, los raix la aterraban. No tenía un motivo claro para eso, era algo que había sido de esa forma toda su vida, a pesar de que había intentado hacerle frente a ese miedo desde que habían salido de Citwot acompañados de Rix.

—Estás demasiado tensa, Ámbar, eso no es bueno —indicó Rix con tono condescendiente—. Sé que no te agradamos, que ninguno de mi especie lo hace, pero no podemos cambiar nuestra naturaleza y por mucho que intentas disimularlo, para nosotros es evidente que no quieres tenernos cerca —relató. No buscaba ofenderla ni amenazarla, pero ella no pudo evitar encogerse en su sitio. Sus pasos se volvieron más lentos y su respiración más rápida.

—Lo sé —balbuceó y detesto mostrar esa debilidad. Ella era fuerte, poderosa, y le temía a un raix que no tenía intenciones de dañarla, era ridículo.

—No, creo que no lo comprendes, de otra forma no temblarías como un animal herido cada vez que uno de mi especie pasa a tu lado —contradijo Rix. Tal vez ella era una semidiosa, tal vez por culpa de sus padres Myra estaba envuelta en la ilusión de amor, pero él ya no soportaba ver el pánico creciente en sus ojos—. No debes temernos, ninguno te va a dañar. Contrario a lo que todos piensan, los raix no atacan por diversión, tampoco matamos porque lo deseemos. Cuando atacamos es porque no estamos defendiendo y si cazamos algo, si buscamos un alma, es por necesidad y ni siquiera lo hacemos muy seguido, cada dos o tres semanas, es lo que nuestro cuerpo tarda en reclamar otra —explicó algo que ya le había contado cientos de veces a Myra y que ella siempre parecía olvidar.

—No lo sabía.

—No muchos lo saben, mi pueblo es reservado y prefiere que el resto de las criaturas sigan temiéndonos, de esa forma nos ahorramos mucho trabajo —rio con lo último y Ámbar no pudo evitar preguntarse si Rix era de esa forma por ser un raix o por haberse criado entre abquim'k.

—Pareces muy feliz de estar con tu especie —comentó luego de unos segundos de silencio.

—En cierta medida lo estoy, aunque es algo extraño, hacía más de una década que no los veía y todo sigue casi igual, hay momentos en que siento que nunca me fui, hay veces que pienso que el ataque de Aleck solo fue una horrible pesadilla —murmuró sin ser del todo consciente de sus palabras.

Ámbar se tensó ante la mención de nombre del peliblanco.

—¿Qué ataque? —cuestionó y rogó en su interior que Rix le respondiera.

El pelinegro parpadeó, confundido, y luego recordó lo que había dicho. Zafira iba a querer matarlo, había hablado demás.

—No importa, es algo viejo —restó importancia. Ámbar no dejó de observarlo ni un segundo, entonces, preso de la desesperación, intentó arreglarlo con más palabras—. Fue un ataque que sufrí cuando era pequeño, por eso me fui de mis tierras, así terminé en el bosque —simplificó.

Ámbar despegó la mirada de él e intentó recordar si había existido antes un abquim con ese nombre, pero no, sabía que no y eso la aterraba. Recordó la carita del bebe de cabello blanco, tan pacífica, tan inocente y se estremeció. No podía imaginarlo atacando a los raix, no quería imaginarlo como alguien violento, ella jamás habría permitido que cometiera un acto así, no importaba los motivos que él tuviera. Pero Rix había dicho su nombre, era evidente que no se había equivocado, incluso sus ojos habían centellado con arrepentimiento al mencionarlo. Se mordió el labio inferior con duda.

—¿Estás bien? —inquirió Clerick acercándose a ellos.

—¿Eh? Sí, sí, no te preocupes —respondió y luego sonrió como de costumbre. Pero en su cabeza no podía parar de repetir las palabras del raix.

Clerick observó a Rix, no hacía falta que formulara la pregunta, esta era obvia. El raix se encogió de hombros, no podía responderle con certeza, no sabía qué había provocado el nombre en la semidiosa. En realidad, Rix desconocía quién era Aleck, solo sabía de él lo que había visto cuando asesinó a su madre, sabía que era un uviem, que tenía el cabello y los ojos blancos y que había viajado en el tiempo para matarlo para evitar que Nian naciera. No sabía quiénes eran sus padres, no sabía si solo era un abquim u otra aleación de especies, no sabía por qué quería asesinar a su hijo ni cómo la diosa lo conocía. Y hasta ese instante no había sido consciente de todo eso, de la magnitud de los secretos que Zafira se guardaba.

—Rix, tengo unas cuantas preguntas —dijo de la nada Clerick. Él estaba emocionado, no quería esperar ni un día más para llegar a las tierras raix y aprender más del destino como el monarca le había prometido hacía unas horas.

—Voy a intentar responder todas las que pueda —soltó con poco entusiasmo.

—El otro día hablamos de la monarquía, pero no me terminaste de explicar todo.

—Es un tema algo largo y hay aspectos que no puedo compartir —suspiró—. Lo primero que debes saber es que el linaje es el mismo desde que mi especie se creó, hace unos veinte siglos. Siempre la misma familia estuvo en el trono y antes de mi padre hubo más de cincuenta monarcas. Antes de que se extinguieran los uviem muchos reyes eran asesinados, creo que mi padre es el rey número cincuenta y ocho.

—Esos son pocos reyes en un periodo de dos mil años —advirtió Ámbar.

—En realidad, son demasiados, mi padre lleva en el trono ciento cincuenta años, somos inmortales, vivimos por mucho tiempo, así que veinte mil es poco tiempo en nuestra cultura —contradijo Rix con una pequeña sonrisa en el rostro. Siempre le había causado gracia como otras especies reaccionaban ante el paso del tiempo para los raix.

—¿Cuántos años tiene tu padre? Si no es molestia... —inquirió la rubia.

—Más de doscientos —indicó e intentó recordar la edad exacta—. Creo que doscientos veintiocho

—Eso es mucho —se asombró Clerick, él pensaba que el rey no tenía más de unos ochenta.

—Sí, incluso para los raix.

—Creí que eran inmortales —destacó Ámbar y Rix asintió.

—Lo somos, pero doscientos años de vida es demasiado, la mayoría decide, a partir de los ciento cincuenta, abandonar la inmortalidad y vivir sus últimos años con los mismos riesgos que cualquier otra criatura —intentó explicar—. La inmortalidad luego de un tiempo se vuelve tediosa o eso es lo que dicen los mayores.

—Comprendo, no cualquiera desea soportar los horrores de la vida por tanto tiempo —comentó Ámbar, pensativa.

—Supongo —musitó Clerick, aún impactado—. ¿Qué más destaca de su monarquía?

—El primogénito no siempre hereda el trono, para ser el primero en la línea de sucesión hay que pasar una serie de pruebas, tanto físicas como mentales.

—¿Y si ninguno las pasa? —preguntó esta vez Ámbar.

—Entonces el rey debe tener otro hijo o hija, nadie puede acceder al trono sin pasar todas las pruebas de manera satisfactoria.

—¿Por qué? —siguió la chica.

—Porque esas pruebas demuestran que se está capacitado para gobernar, para tomar decisiones bajo presión, demuestran cuáles son los verdaderos intereses de cada uno —respondió absoluta seriedad.

—¿Quién es el heredero de tu padre? —volvió a indagar Ámbar.

—Yo.

—No suenas muy emocionado.

—No lo estoy, pero fui el único que pasó todas las pruebas, aunque no estaba en mis tierras. —Ámbar asintió. En sus ojos ya no brillaba el temor, en su lugar estaba una profunda curiosidad—. ¿Alguna otra pregunta?

—Sí, sé que tienen que pasar por muchos puestos antes de llegar al trono, escuché que tu hermano lo mencionó —se apresuró en decir Clerick.

—Desde que nacemos, y es una de las pruebas, debemos vivir y trabajar de cada una de las profesiones y oficios de nuestro pueblo, así nos aseguramos de estar capacitados de poder gobernar, es necesario que un rey o una reina sepa todo lo que su pueblo puede hacer para comprenderlo —suspiró—. Incluso pasamos una temporada en el ejército, pero depende de cada uno en el orden que se realizan las actividades. Yo participé en el ejército y en todas las actividades de la lista cuando era un niño.

—¿El ejército siendo un niño? —se indignó Ámbar.

—Era más fácil que los entrenamientos que nos daba mi padre, por lo menos allí no terminábamos con ningún hueso roto —soltó con simpleza. Para los raix eso era normal, nacieron para la batalla, para utilizar el jaixz, por eso eran inmortales.

—¿Tu padre les rompió los huesos? —se espantaron Clerick y Ámbar.

—No, los entrenamientos eran con jaixz, debíamos controlar bien nuestro poder y si lo hacíamos mal, bueno... a veces se nos iba el control y de alguna forma nuestro propio poder nos lastimaba —confesó—. Por eso nos entrenaba nuestro padre, él era el que conseguía evitar más accidentes, los miembros de la familia real son los que tiene más poder y al ser pequeños es algo inestable y peligroso, no podemos adaptarnos a la sociedad hasta que aprendemos a controlarlo.

—Me dijiste una vez que el poder lo tienen desde bebes —evidenció Clerick.

—Sí, pero nuestra forma de crecer es más acelerada que al de los abquim, un año de ustedes son como dos de nosotros, aunque nuestra edad se mide por el mismo calendario que el de ustedes, nuestro desarrollo corporal es diferente, al año que nacemos nos vemos como unos niños de seis, y pasamos una larga temporada así antes de volver a crecer —trató de hacerlos comprender.

Los rostros de ambos abquim'k se contrajeron en una mueca de extrañeza.

—¿Cuántos años tienes, Rix? —dudó Clerick.

—Veinticuatro, lo sabes —farfulló, sabía que el príncipe solo lo hacía para molestar.

Los tres siguieron conversando con tranquilidad, fingiendo que no estaban en bandos contrarios en esa guerra.

Por detrás, Myra no podía parar de apretar sus puños con fuerza. La enfurecía ver como Rix interactuaba tan tranquilo con ellos, como les desvelaba sus secretos mientras que cuando ella le hacía una pregunta él la esquivaba o discutía con ella. Sentía que no era justo, que por culpa de sus secretos su amistad se había arruinado. Sentía que Rix estaba siendo cruel, que le confesaba todo eso a Ámbar y a Clerick para fastidiarla. Y eso estaba bastante alejado de la realidad. El raix se desesperaba cada vez que Myra le preguntaba algo porque Zafira le había prohibido decirle la verdad. Él deseaba contárselo todo, deseaba recuperarla más que nada en ese mundo, pero no podía, debía mantenerla alejada para protegerla, debía fingir que ya no la quería, que no le importaba para que su vida no corriera riesgo. Pero eso Myra no lo sabía y cada acción del raix la sentía como un ataque. Y lo odiaba, odiaba a Rix y todo lo que estaba pasando porque la hacía sentir como una idiota que se aferraba a una amistad que nunca había existido. Odiaba esa situación y odiaba a Rix, odiaba tener que pasar por todo eso, detestaba estar rodeada de raix. Odiaba todo, pero a la vez se sentía incapaz de alejarse del raix, de aborrecerlo como debería, porque en lo profundo de su ser estaba segura de que siempre iba a quererlo, de que siempre iba a anhelar recuperar el tiempo perdido, de que siempre desearía volver a tener esas largas conversaciones donde su vida parecía más sencilla de lo que era. Anhelaba muchas cosas, aunque jamás lo admitiría.

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