El último uviem ✔ [Destinos 1]

By yosoyunodos

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Para salvar a su pueblo, Myra deberá descubrir lo que los dioses y las tenebrosas criaturas ocultan: la llave... More

Antes de leer
Mapas
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capitulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10:
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Epílogo
Segundo libro

Capítulo 31

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By yosoyunodos

Los raix observaban con atención el campamento. No lograban ponerse de acuerdo. Ambos habían visto como atacaban a su hermano mayor y se debatían entre ir a ayudarlo o esperar a que su padre llegara. Relck quería esperar, Rix era inmortal, al igual que ellos, y no podrían hacerle mucho daño; y Rainir quería ir en ayuda de su hermano, no importaba si sentía rencor por su regreso, ella no aceptaba que nadie tratara a un raix de esa manera. Pasaron cerca de diez minutos hasta el pelirrojo que había atacado a Rix salió de la carpa. Esperaron con paciencia, creyendo que la princesa que su hermano tanto defendía iba a salir, mas no fue así. Sintieron como una barrera de jaixz cubrió la tienda y agudizaron sus oídos. Con su jaixz, perforaron la barrera de forma casi imperceptible y ampliaron los sonidos para que llegaran hasta ellos. Escucharon con atención cada segundo de la pelea, entretenidos. Les perecía de lo más graciosos oír como intentaban ofenderse, los insultos que decían y que en realidad no lo era. Y mientras eso sucedía el resto de los abquim juntaba lo que restaba del campamento.

—Son tan inocentes —susurró Rainir. Ella ya había descartado la idea de salvar a Rix, por lo que escuchaba, por la forma en que el jaixz de su hermano palpaba las cadenas que lo mantenían preso, había deducido que él ya había armado un plan para librarse solo.

—Son patéticos —corrigió Relck y se dejó caer detrás del arbusto que los escondía.

A él le resultaba irritante escuchar esa discusión tan infantil, parecía que su hermano retrocedía en el tiempo cada vez que hablaba con la princesa, le daba vergüenza solo admitir que eran familia luego de oír cómo se lamentaba por lo que ella le decía. Era un raix, tenía cosas más importantes que hacer que perder su tiempo lloriqueando por una abquim insufrible.

—Nuestro padre está cerca, puedo sentirlo —anunció Relck y se colocó de pie.

Caminó hacia uno de los árboles que deban al sendero poco marcado que habían utilizado para llegar hasta ahí y observó la oscuridad del bosque. Recién estaba comenzando la tarde, pero el cielo estaba tan nublado que parecía que estaba por anochecer. Para su suerte, las nubes no eran de tormenta, por lo menos no una tormenta que fuera a desatarse en el bosque. Lo primero que sintió que delataba la presencia de su progenitor, además del leve rastro de jaixz, fue el olor gélido que llegó hasta su nariz. Luego escuchó el susurro que producían sus pasos al tocar el suelo, un sonido imperceptible para alguien que no tenía el oído entrenado. Por último, lo vio moviéndose envuelto en un leve manto de sombras, caminando bajo la luz del sol sin temor a provocar una lluvia. Detrás de él estaba Reixle, el único que había dominado la técnica del jaixz necesaria para caminar en el bosque sin problemas y por detrás de él había ocho raix más, todos guerreros entrenados por su hermano, los mejores con los que contaba su reino.

—Padre —saludó Relck con una reverencia, Rainir lo imitó.

—¿Y su hermano? —inquirió el rey con sus ojos analíticos.

—Los abquim lo atacaron y lo noquearon, pero ya despertó y la princesa salió de la carpa, él se está liberando en este momento —anunció Rainir con el mentón elevado, pero sin mirar a su padre a los ojos.

—¿Hace cuánto lo capturaron? —preguntó Reixle. Ninguno de los dos deseaba obedecerlo, pero él era el raix con mayor rango detrás de su padre y era el líder del ejército, el que conocía más técnicas de jaixz.

—Veinte minutos, por lo que pudimos sentir, lo ataron con unas cadenas de jaixz, luego la princesa se quedó con él y discutieron, ella acaba de salir de la carpa y él ya está absorbiendo las ataduras —detalló un poco más. Reixle asintió, deshacer las ataduras de un principiante era sencillo.

—No va a tardar más de dos minutos —le informó a su padre luego de hacer la cuenta.

—Bien, vamos, cuando él salga de esa estúpida carpa ya vamos a estar ahí —ladró el monarca y comenzaron a caminar en dirección al campamento.

Un manto de sombras cubrió a Relck y a Rainir, era lo único que les permitía caminar por debajo del sol sin convocar una tormenta. Avanzaron todos juntos, sus pasos eran coordinados y silenciosos, desde lejos se veían como una gran sombra serpenteando entre los troncos naranjas de los árboles de fuego. El primero en notarlos fue Clerick que permaneció callado con sus ojos fijos en los del monarca. Ranx dio un paso la frente e ingresó al claro, las sombras que lo rodeaban se fortalecieron, no obstante, eso no impedía que el resto distinguiera sus rasgos marcados y sus ojos duros.

—Shein —lo llamó Ámbar con su voz temblando de pánico y sus ojos atentos clavados en los doce raix que bloqueaban la única salida del claro, el resto estaba bloqueado por árboles caídos, rocas y arbustos.

El pelirrojo se volteó indiferente y se paralizó al ver a todas esas criaturas. Era la primera vez en su vida que veía a tantos raix juntos. Avanzó un paso, dudoso, y luego otro con un poco más de firmeza. No sabía qué era lo que debía hacer, con Rix solo había tenido suerte porque Myra lo estaba distrayendo. Sus ojos buscaron los de Ámbar y vio la determinación y el horror luchando por prevalecer en su mirada. Ella también avanzó y el calor a su alrededor aumento, estaba concentrando su jaixz de la manera que le resultaba más fácil de utilizar, el fuego. Mientras que ellos se acomodaban en unas poses que parecían de pelea, Myra se acercó a su hermano. Notó que Clerick parecía tranquilo, como si la presencia de los raix lo apaciguara.

—Lárguense —escupió Shein con falsa seguridad. Él estaba aterrado—. No les van a gustar las consecuencias de molestarnos —siguió diciendo de la misma forma.

Ranx rio con fuerza y avanzó un paso. De forma instintiva, el pelirrojo atacó elevando sus dos manos para lanzarles dos estelas de jaixz rubí. El monarca las detuvo sin la necesidad de moverse y sonrió, satisfecho.

—Los abquim son tan inútiles —murmuró sin importarle si ellos lo escuchaban—. Deberías aprender a respetar a un rey —gruñó con desprecio y el ceño del pelirrojo se hundió con fastidio.

Siguió avanzando hasta que quedó a solo un metro de Shein, quien le obstaculizaba el camino hacia la tienda. En ese momento Rix salió de la carpa con un semblante indiferente.

—Veo que tus reflejos están un poco oxidados, hijo, antes no habrían logrado atacarte —se jactó Ranx y los ojos de todos se voltearon hacia Rix.

—¿Hijo? —preguntó la princesa en tono bajo. Rix no podía ser miembro de la familia real de esas criaturas. Él nunca habría aparecido en el bosque de ser así.

—Creí que debía mantener un perfil bajo, padre —respondió y se abrió camino entre Shein y Ámbar para poder colocarse junto a sus hermanos.

—Perfil bajo, seguro que sí, hermano, veo que Nian no es el único que necesita entrenar —se burló Reixle y Rix le respondió con una sonrisa avergonzada.

—Rix —la llamó Myra y él la ignoró.

—¿Estás listo? —le preguntó a Clerick.

El monarca observó al castaño con curiosidad, en toda su vida solo había conocido a un vidente y este nunca había llegado a la edad que tenía el príncipe. Clerick asintió y recogió su mochila para encaminarse hacia Rix.

—¿A dónde vas? —cuestionó su hermana y lo tomó con fuerza del hombro.

—Viene con nosotros —respondió Ranx con una sonrisa de suficiencia. Le encantaba ver el odio brillar en los ojos de los semidioses. Había deseado verlos desde la noche anterior, cuando Zafira le confirmó la teoría de Rix.

—Él no va a ir a ninguna parte con ustedes —escupió ella y jaló de su hermano para que retrocediera. Clerick se plantó en su lugar y no permitió que su hermana lo arrastrara lejos.

—Sí voy a hacerlo, Myra, no voy a quedarme aquí para morir, vi el destino, los dioses quieren entrar al bosque, robarse el poder de aquí —explicó y se volteó para verla. Su ceño estaba fruncido, no le creía, ella pensaba que todo era idea de Rix, que él lo estaba manipulando—. Yo voy a ir con Rix, no puedes hacer nada al respecto, esa es mi decisión y no la voy a cambiar —aseguró y se colocó a un lado de Rix.

—Son raix, Clerick...

—¿Y eso qué? No van a matarme y, a diferencia de ti, sí confío en Rix —respondió antes de que siguiera, estaba harto de ver como su hermana despreciaba a otras criaturas—. Puedes venir con nosotros o quedarte aquí a morir cuando los dioses entren y te aseguro que no falta mucho para eso.

Myra abrió su boca y luego la cerró. No quería ir, aborrecía la idea de adentrarse en las tierras raix, la idea de estar rodeada de pesadillas y eso no era del todo producto de la ilusión de amor. Pero tampoco quería dejar solo a su hermano, si estaban juntos, había menos posibilidades de que los asesinaran. Observó a Rix, esperando que él estuviera pendiente de lo que ella diría y se decepcionó al ver que estaba más entretenido charlando con el raix a su lado. No tenía ninguna garantía de lo que decía Clerick, no podía decidir algo tan importante con nada.

—Vamos a ir todos —dictaminó Shein.

—Nadie los invitó —masculló el monarca. Eso era parte del plan, los semidioses no debían saber que Rix los había descubierto, debían seguir pensando que ellos estaban sumidos en la ignorancia.

—O vamos todos o ninguno —decidió apoyar Myra, si iban los cuatro nada les pasaría, dudaba mucho que los raix fueran tan estúpidos como para provocar una guerra con sus dos aldeas.

—Padre, va a ser más fácil así —intervino Rix, él ya conocía el plan, Reixle se había metido en su mente mientras él seguía dentro de la carpa y se lo había explicado—. Terminen de juntar sus cosas, nos vamos en menos de cinco minutos, el que no está listo se va a quedar atrás —expresó el raix luego de que el monarca diera su aprobación con un asentimiento.

Eso era todo, los príncipes de Citwot y los semidioses los acompañarían a las tierras raix.

De forma simultánea en la tierra de los dioses, Rubí convocó a las deidades que la apoyaban en el salón principal. La diosa de la muerte se había apoderado de esa parte del palacio de los dioses, había bloqueado la entrada a Zafira y a cualquiera que la apoyara y lo había convertido en su salón de guerra. En el centro del lugar había creado una pequeña tarima de rubíes en la que podía hablar en un tono normal y todos la escuchaban. Las paredes estaban llenas de mapas de las tierras que ellos habían explorado: el desierto groupx, parte del bosque, parte de la playa de los dioses, las montañas sherp e incluso una pequeña fracción del valle rimber.

—Los raix están en el bosque, puedo sentirlos —avisó Circón desde su asiento—. Debemos advertirles.

—No, los niños van a estar bien, esas criaturas no son tan estúpidas, no van a hacerles nada —aseguró—. Además, saben defenderse bien, no necesitan que los cuidemos, tienen una misión y deben cumplirla sin ayuda.

Su hermano la observó un momento y luego apartó su vista para clavarla sobre el bebe de cabello blanco que se encontraba en sus brazos. A su lado, el dios de la oscuridad, Ónix, lo vigilaba en todo segundo, no confiaba en que Circón tuviera el cuidado suficiente que requería su hijo.

Pasaron un par de minutos en lo que los dioses tardaban en llegar. El primero en aparecer fue Peridoto, cuando cruzó las puertas sonrió con una diversión sádica hacia Rubí y se sentó en el sillón que estaba en frente del de los dioses del fuego y la oscuridad. Luego llegó Ópalo, la diosa del amor se movió entre los muebles con delicadeza y timidez, en ningún momento sus ojos celestes coincidieron con los del resto. Dos minutos más tarde ingresaron Aguamarina y Amatista, las diosas de la tierra y la bondad, seguidas por Bort, el dios de los tormentos. El último en llegar fue el dios de la paz. El rostro de Jaspe se contorsionó con culpa al ver que era el último en estar ahí. No pronunció ni una palabra y se sentó en uno de los sillones individuales más alejados.

—Ahora que ya se encuentran todos, me encantaría comenzar —dijo Rubí con sus ojos revoloteando por todo el lugar—. Como ya sabrán, las criaturas que decidieron apoyarnos en esta guerra fueron los sherp y los groupx —informó y el resto de los dioses asintió.

Esperó unos segundos para darle más dramatismo al tema, para que el aire se llenara de tensión. Los dioses se impacientaron y el bebe en brazos de Circón rio.

—Los raix, los aliados de la niñita, esas monstruosidades —siguió con voz enérgica, profunda—, esas asquerosas pesadillas, atacaron a los groupx, asesinaron a su líder y destrozaron su templo principal, el lugar donde se refugiaban durante las tormentas de verano y otoño —expresó y se encargó de que su voz se fuera llenando de forma gradual de indignación, de furia, de odio.

Los dioses comenzaron a murmurar entre ellos, justo como Rubí lo deseaba. Estaba furiosos, nunca lo habían establecido, pero creían que tenían un acuerdo tácito para primero armarse, prepararse para la batalla, y Zafira lo había roto.

—Pero eso no es lo único, los raix no se limitaron a hacer solo eso, Zafira no se limitó a eso —retomó y reprimió la sonrisa satisfactoria que intentaba formarse en sus labios—. ¡Ahora mismo esas abominaciones están en el bosque!

Eso provocó que los dioses alzaran aún más las voces. Exclamaban irritados porque la diosa les había permitido ingresar en el bosque a los raix, pero se negaba a darles acceso a ellos al poder de ese lugar.

—Pero ¿qué vamos a hacer con lo de los groupx? —dudó Jaspe. El dios se removió incómodo ante la mirada del resto de las deidades y evitó verlos a los ojos.

—Es verdad, faltan pocas semanas para que el otoño comience, los groupx van a morir —mencionó Ópalo con tono inocente—. Podríamos ofrecerles refugio —sugirió y el resto de los dioses permaneció en silencio, a excepción de Peridoto y Aguamarina que comenzaron a reír—. No entiendo, ¿qué es tan gracioso?

—El que quieras traer a esas cosas a nuestro palacio, bonita —se burló la diosa de la tierra. Ópalo frunció el ceño confundida—. Nunca permitiríamos que esos seres ingresaran a este lugar, si mueren, va a ser porque no supieron defenderse —dijo con gracia.

—Creí que te importaban, tú los creaste —replicó la deidad de ojos celestes y Aguamarina no pudo contener su risa sarcástica.

—Esas criaturas amorfas dejaron de importarme cuando se rebelaron en mi contra hace siglos —informó.

—Entonces, ¿por qué hacen tanto escándalo por eso? Si no les importa lo que les suceda, no tiene sentido que nos reunamos para discutir el tema —siguió cuestionando.

Rubí se aclaró la garganta y toda la atención recayó en ella y en su mueca de fastidio.

—Ópalo, cariño, deberías ser menos inocente —se burló y bajo de la tarima para acercarse a ella e inclinarse para hablarle en el oído—. Hablamos de esto porque es la excusa que necesitábamos para comenzar la guerra, para acabarlos como ya teníamos planeado —susurró y le acarició la mejilla.

La diosa del amor no se movió ni un centímetro. Ella en verdad no comprendía los planes de Rubí ni los del resto de los dioses, se sentía por completo fuera de lugar.

—Espero que esta reunión haya servido de algo, retírense, comiencen a planear lo que vamos a hacer, además, cada uno ya tiene asignada una pequeña tarea —decretó la diosa de la muerte de regreso en el pequeño escenario.

Los dioses salieron del salón en silencio. No era ninguna sorpresa que Rubí los convocara solo para decirles tan poco. Todos la conocían y sabían muy bien que le gustaba presumir su poder, el control que tenía sobre los destinos de todos. Cada deidad se fue en direcciones opuestas del palacio, excepto Jaspe, que esperó a que todos se dispersaran para comenzar a caminar. Se dirigió al sector prohibido, el que ocupaban Zafira y sus aliados. Anduvo con cuidado y se volteó cada pocos segundos para asegurarse de que nadie lo seguía. Llegó hasta la puerta de la diosa de la guerra e ingresó luego de tocar.

—Fue rápido —murmuró Citrino. El dios de la vida se encontraba a un lado Nian que se interponía entre él y Zafira.

—Rubí solo los llamó para demostrar su poder —gruñó Cornalina y con un gesto de su mano le pidió a Zafira que dejara caer la ilusión que la hacía verse como su amante—. ¿Cómo está?

—Creo que ya decidió colaborar —se jactó Nian.

Los cuatro se dirigieron al vestidor de la diosa de la guerra y abrieron sus puertas. En el suelo, atado con unas verdaderas argollas de jaixz, se encontraba el dios de la paz. Sus ojos se abrieron con pánico al verlos delante de él. Cornalina se aproximó con cuidado y le sacó la mordaza de la boca mientras que le acariciaba el rostro con cariño. Hacía eso por su bien, no quería que muriera, ella lo había visto en el destino cuando Nian se distrajo una tarde y dejó una esfera dorada sobre la mesa. Él moriría en la guerra por apoyar a Rubí, alguien lo asesinaba o se suicidaba, no estaba segura. Por eso le había pedido a Zafira que le tuviera piedad, que la dejara convencerlo de apoyarlos a ellos, de esa forma, él no moriría.

—¿Estás listo para colaborar? —preguntó con tono dulce.

Los ojos verdes de Jaspe analizaron su entornó y asintió, asustado. Era listo, sabía que si no aceptaba iba a pasar lo que durara la guerra ahí, encerrado.

—Sabia decisión —mencionó Zafira y le tendió una esfera de jaixz verde. El dios la tomó con cuidado. Sabía lo que era—. Actívala —ordenó la diosa antes de liberar una de las manos de Jaspe.

El dios aguantó la respiración y activó el jaixz. La esfera se disolvió y el poder que contenía circuló por todo el cuerpo del dios. Ya no iba a estar encarcelado, pero tampoco podría traicionar a Zafira. El jaixz que había absorbido era un condicionante, un juramento de lealtad, no existía ninguna forma para deshacerlo, si lo rompía, el poder que se había anclado en su interior lo asesinaría.

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