El último uviem ✔ [Destinos 1]

By yosoyunodos

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Para salvar a su pueblo, Myra deberá descubrir lo que los dioses y las tenebrosas criaturas ocultan: la llave... More

Antes de leer
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Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capitulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10:
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Epílogo
Segundo libro

Capítulo 22

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By yosoyunodos

A la mañana siguiente aún caían un par de pequeñas gotas, sin embargo, ya no eran de la tormenta letal de la noche anterior, así que podían salir de sus carpas sin temer morir por un rayo. Por esa razón, Clerick se levantó temprano por la mañana, quería aprovechar cada momento del día que tenía libre para incursionar en el destino, sentía que algo grande iba a suceder y todavía no lograba descubrir de qué se trataba. Salió con movimientos torpes de entre las pieles y cayó al suelo lodoso en cuanto puso un pie fuera de la carpa. Odiaba no estar en el palacio solo por ese aspecto, era demasiado torpe como para caminar de un lado a otro en el bosque sin terminar en el suelo.

Prendió una pequeña fogata y puso agua a hervir, caminó por todo el campamento. Había algo extraño y no lograba descubrir qué era. Algo había cambiado desde la noche anterior. Dio otra vuelta hasta que descubrió lo que lo molestaba, la carpa de Linck se había desarmado, su hermanito debía estar apenas respirando debajo de tantas pieles. Se apresuró en llegar hasta donde estaba la estructura desarmada y la levantó. Sacó piel por piel y se extrañó al ver que el niño no reclamaba por los movimientos. Supuso que había despertado antes y había desaparecido para ir al baño. Siguió recogiendo cada una de las empapadas pieles hasta que solo quedaron las que Linck utilizaba como frazadas. Entonces lo vio, su hermano estaba tendido boca arriba, con los ojos cerrados y una sonrisa plasmada en su rostro demasiado pálido para su tono de piel. No supo cómo reaccionar por unos segundos. Creyó que Linck solo estaba dormido. Se agachó a su lado y esperó a ver si su pecho subía y bajaba, pero nada sucedía. Trató de mantener la calma y acercó su mano al cuello cubierto del niño. Su ritmó cardíaco se aceleró antes de que colocara una mano sobre la fría piel de Linck.

—No... —susurró.

Volvió a intentar sentir su pulso y nada, no había nada. Sus manos comenzaron a temblar mientras sacaba el cuerpo helado de su hermano de entre las pieles. Él también estaba pálido, sus ojos se encontraban abiertos con pánico. No podía creer lo que estaba sucediendo, no podía asimilarlo. La primera lágrima escapó de su ojo derecho y eso pareció ser incentivo suficiente para su cerebro. Lo comprendió, comprendió que Linck había muerto y sintió como su pecho se desgarró. Ya no pudo mover las pieles, sus puños se cerraron con fuerza y por su garganta trepó un grito aturdidor. Se desesperó, comenzó a limpiarse las manos sobre las pieles.

—No puede ser, no puede ser —murmuró en tono bajo. Su voz estaba rota.

Ante todo el escándalo, Rix y Myra salieron de la carpa. Sus rostros demostraban que no habían dormido mucho, se veían de muy mal humor. Se acercaron a Clerick sin comprender nada y quedaron paralizados por un segundo, a un metro de él. Myra fue la primera en reaccionar y corrió hacia el cuerpo de su hermanito. Lo agarró entre sus brazos y lo llamó con todas sus fuerzas, a pesar de que sabía que eso no haría que volviera. Gritó y lloró, pero en ningún momento soltó a Linck. Rix, en cambio, se sentó a su lado y dejó que las lágrimas se deslizaran en silencio por su rostro. En ese momento comprendió lo que Nian le había dicho del destino, entendió por qué el uviem le había mencionado que no era culpa de nadie, que ya estaba marcado. Y deseó decírselo a Myra, porque la princesa no podía parar de culparse, ella había provocado la tormenta.

Shein y Ámbar se mantuvieron a un lado, sus rostros estaban tintados de empatía. Pasado un tiempo, el pelirrojo se acercó a Myra y con cuidado comenzó a despegarla del cuerpo de Linck. La princesa se negaba, luchaba contra los brazos de Shein, gritaba y maldecía como nunca antes en su vida. No quería que la separan de su hermano, ella juraba que podía traerlo devuelta. Rix tuvo que ayudar al pelirrojo a alejarla y cuando lo lograron, debieron elevar una barrera de jaixz para que ni Myra ni Clerick volvieran a plantarse en el mismo sitio. Cuando Shein se cercioró de que Rix los estaba conteniendo junto con Ámbar, se acercó al cuerpo de Linck y lo examinó.

—No puede estar muerto, Rix —lloraba la princesa. En ese momento no le importaba la discusión que habían tenido la noche anterior, solo podía pensar en su pequeño hermano—. ¡No puede! ¡Solo tenía doce años! —estalló una vez más.

El raix la abrazó con fuerza, eso era todo lo que podía hacer. Myra necesitaba desahogarse e interrumpir sus gritos no ayudaría en nada. Ella debía dejar salir todo para poder pensar mejor en lo que iba a suceder, en lo que iban a hacer con el cuerpo de Linck. Odiaba pensar en eso, pero pronto deberían irse, no podían permanecer más tiempo en ese lugar. Shein le hizo un gesto con su cabeza a Rix y él se alejó un poco de la princesa. La observó en silencio por unos segundos y suspiró.

—Voy a prepararles algo para tomar, ya regreso —murmuró en dirección a los herederos de Citwot.

Caminó hasta donde se encontraba el pelirrojo y observó hacia donde señalaba. Ambos observaron con atención la herida profunda en la pierna de Linck. A un lado del cuerpo, había otro más pequeño, era el cadáver deformado por la lluvia de un blavix con cabello magenta.

—Debe haberse metido en la carpa antes de que comenzara la lluvia y luego de... alimentarse con el niño intentó escapar —dedujo el pelirrojo. No le gustaba tener que interactuar con Rix, sin embargo, en esas circunstancias ambos eran capaces de darse cuenta de que no tenían otra opción, Clerick y Myra no iban a poder tomar todas las decisiones necesarias en ese momento, tampoco en los próximos días—. No creo que debamos decírselo a Myra, creo que solo le causaría más dolor...

—En realidad lo mejor sería contárselo, se culpa por la tormenta de anoche y debe saber que el blavix, lo que causó la muerte de Linck está muerto —contradijo el raix.

—Ella no pudo haber causado la tormenta...

—No es la primera vez que lo hace, mis brazos tienen marcas que lo comprueban —masculló el raix y cubrió el cuerpo de Linck con una piel limpia y seca. Tenerlo al descubierto le sentaba mal, no solo porque le dolía el hecho de que el niño al que consideraba su hermano estaba muerto, sino que también sentía que al observarlo no lo dejaba descansar en paz.

Se encaminó hacia la fogata que estaba casi apagada y la reavivó con ayuda de Ámbar, a la rubia se le daba muy bien el jaixz que manejaba el fuego. Puso a hervir agua para calentarles alguna bebida a los príncipes y sacó de entre sus cosas la comida que tenía guardad para ellos. La dividió en dos y esperó a que la infusión estuviera lista. Mientras que él le acercaba a Myra su comida, Ámbar se la llevaba a Clerick. Ambos príncipes estaban callados, con sus miradas perdidas en algún punto del bosque, sus rostros estaban hinchados de tanto llorar y sus mejillas tenían marcadas con sal el recorrido que las lágrimas habían hecho y que aún hacían. El pesar se marcaba en cada una de sus facciones, el dolor destacaba en cada partícula de sus cuerpos. Comieron casi por inercia e ignoraron cualquier palabra que les dirigieron Shein, Ámbar o Rix.

—¿Qué... qué vamos a hacer con su cuerpo? —se atrevió a preguntar Clerick.

—Nada —determinó al instante Myra. De un segundo a otro la princesa se veía lúcida—. Rix va a hablar con la diosa que maneja el destino para que arregle esto —siguió hablando con tono autoritario.

La determinación en la mirada de ella espantó a Rix. Él no podía pedirle eso a Zafira, no lo haría. Además, corría el riesgo de que la diosa no volviera a ayudarlo, él no podía perder su favor.

—No puedo hacer eso, Myra, lo siento —se disculpó y bajó su mirada, no podía ver la decepción en su rostro.

—¿No puedes o no quieres? —inquirió con tono amargo. Rix se atrevió a mirarla a los ojos—. Dijiste que la conocías, que ella había ido a la tierra de los raix desde siempre, que...

—Sé lo que te dije, pero no es tan simple, Zafira jamás lo haría, ni siquiera me escucharía, no tiene motivos para hacerlo —intentó excusarse.

—Me parece un motivo suficiente que regrese la vida de un niño que no merecía morir, no creo que eso estuviera en el destino de Linck —replicó Shein y Rix deseó golpearlo. El pelirrojo solo estaba empeorando la situación.

—No importa cuantos motivos tengamos nosotros para que reviva a Linck, ninguno va a ser suficiente para ella, lo sé, ya le pedí que reviviera a alguien antes, ella ni siquiera me escuchó —soltó con angustia el raix. Myra negó con su cabeza y observó con desprecio al raix.

—No es lo mismo, él es mi hermano...

—No, Myra, sí es lo mismo, no importa si es tu hermano o el abquim más poderoso de Rionix, ella no va a escucharte, no quiero que te ilusiones —la detuvo. Pero la determinación no desapareció de su mirada.

—Yo creo que conozco una forma de hablar con ella, princesa, no sé si va a funcionar, pero creo que podemos intentarlo —ofreció Shein y Myra asintió sin despegar su mirada rencorosa de Rix—. Vamos a necesitar hojas del bosque dorado, tres; un par de zafiros, porque creo que es el cristal que representa a la diosa de los sueños y a su hermano; y mucho jaixz, eso es todo —enlistó Shein y se volteó hacia su hermana.

—Nosotros podemos ir a buscar las hojas del bosque dorado, pero no sé dónde podríamos encontrar zafiros —murmuró Ámbar y Myra se levantó de un salto de su lugar. La princesa caminó hacia la carpa de Rix y tomó la mochila de él. Comenzó a revolver en su interior hasta que dio con tres zafiros del tamaño de la palma de su mano.

—Myra...

—Después te voy a conseguir otros, Rix, pero voy a utilizar estos te guste o no —escupió y lo empujó a un lado para poder llegar hasta donde estaba Shein.

El raix se vio tentado en decirle que de esa forma no iba a poder contactar a la diosa, que era un método absurdo y que lo único que necesitaba era utilizar su jaixz y llamarla, pero sabía que eso no ayudaría en nada. Myra necesitaba esforzarse en eso para que, cuando Zafira le dijera que no, ella no sintiera que no había hecho nada para salvar a su hermano. Solo por eso no la detuvo aun sabiendo que esos cristales eran lo único que evitaban que su jaixz se escapara de su cuerpo como si él fuera un recipiente pinchado.

Ámbar y Shein desaparecieron por más de una hora. Mientras que ellos dos buscaban las hojas del bosque dorado, Myra no paraba de dar vueltas de un lado a otro con un cuenco lleno del polvo de los zafiros que había destrozado. Clerick permanecía estático en su lugar, inmerso en el destino, ese era el método que había encontrado para distraerse y no enloquecer mientras que esperaba. Ninguno de los dos príncipes comprendía que no iban a lograr nada hablando con Zafira, la diosa jamás les haría caso a sus peticiones. Era inútil que perdieran su tiempo de esa forma. Y mientras ellos se sumían en una esperanza que iba a destrozarlos más en unas cuantas horas, Rix juntaba las cosas de Linck. Pasada otra hora, el raix se adentró al bosque y comenzó a cavar. Él podía mover toda esa tierra con su jaixz, lo sabía, no obstante, el realizar ese esfuerzo físico lo distraía, no le permitía pensar en que otro miembro de su fracturada familia había muerto. Él estaba tan cansado de perder a sus seres amados. Y tampoco podía evitar pensar en cómo lo estaban pasando Myra y Clerick, habían perdido a su madre y a su hermano menor con menos de un mes de diferencia, aunque el tiempo en realidad no importaba mucho.

Shein y Ámbar llegaron luego de tres horas fuera. Se veían cansados e incluso tenían un par de cortes en sus rostros pecosos. Myra no le prestó mucha atención a la apariencia de los hermanos, solo corrió hacia ellos y les arrebató las hojas de las manos. Se dirigió hacia su carpa y se encerró allí junto con los ingredientes para armar la mezcla. Paso varios minutos más moliendo la planta y revolviéndola junto con el polvo de zafiros. En el tazón quedo un polvo verdoso con el que no supo qué era lo que debía hacer, por lo que se vio obligada a llamar al pelirrojo. Shein le indicó cómo debía activar la mezcla con su jaixz y se retiró. Entonces la princesa se concentró en su poder y lo dirigió al polvo, hizo que se impregnara en él, lo empapó en su energía y la llamó, llamó a Zafira con toda su fuerza de voluntad, sin pronunciar una palabra, como Shein le había indicado.

Rix, fuera de la carpa de la princesa, le rogó a Nian que le respondieran a Myra, que Zafira hablara con ella y le explicara la situación. Su hijo tardó unos minutos en responder que iba a intentar convencer a la diosa.

—¡Responde! —gritó Myra dentro de su tienda, harta de la espera.

Cada segundo que pasaba en silencio la destrozaba. Ella debía conseguir hablar con Zafira, debía convencerla de traer a Linck devuelta. No podía permitir que su pequeño hermano permaneciera muerto. Linck era demasiado joven, demasiado inocente, demasiado bueno para morir, Myra lo sabía. Cada minuto que pasaba sin respuesta aumentaba su recelo, su odio hacia la diosa y hacia ella misma por haber provocado la tormenta.

—¡Sé que me escuchas! ¡Responde! —volvió a gritar cinco minutos después.

Un aura dorada la envolvió y creyó por un segundo que la diosa iba a decirle que ya había revivido a Linck, mas no fue así.

Ella no va a responder, Myra —susurró una voz que retumbó por toda el aura dorada. Era la voz de un chico, una voz que le sonaba muy familiar.

—Debe hacerlo —gruñó la princesa, no sabía con quién estaba hablando, pero sí que esa persona estaba con la diosa, ella debía estar escuchándola.

No, no debe hacerlo, lo lamento, pero es la verdad —explicó con tono apesadumbrado la voz.

—Sí debe hacerlo, soy la princesa de Citwot, debe escucharme —farfulló con tono altanero.

No creo que...

No hace falta que le expliques nada, Nian —interrumpió la voz de la diosa lo que estaba por decir el chico.

—Por fin —murmuró la princesa, creyendo que la diosa no podría oírla.

No debería suspirar de alivio, princesa —replicó la deidad con el mismo tono que Myra había utilizado para hablar con Nian. Zafira no estaba de buen humor y no pretendía cumplir con los caprichos de nadie—. No eres nadie para exigirme que te escuche, absolutamente nadie, no importa que título tengas entre los abquim, eso no afecta a los dioses —comenzó con su discurso.

—Puede que no afecte a los dioses, pero aun así ustedes deben...

Nosotros no debemos nada, ni a ti ni a ninguna otra criatura y exigirlo no va a ser que lo consigas —descartó y eso enfureció a la princesa. Ella debía escucharla, debía hacer lo que Myra le pedía, no podía negarse.

—¡Tienes que revivir a Linck! ¡Él no se merecía morir! ¡Eso no estaba en su destino! —exclamó enfurecida.

No voy a revivir a nadie, da igual si merecía morir o no, cientos de criaturas mueren día a día y no por eso las revivo, no importa la edad, ni si era bueno o malo, ese era su destino y Linck lo sabía muy bien —soltó la diosa y Myra parpadeó.

No era posible que su hermanito supiera lo que le iba a suceder y que no hiciera nada al respecto. Myra podía jurar que Zafira estaba mintiendo, no le sorprendería que fuera así, los dioses nunca hacían nada por los abquim, lo había aprendido hacía años.

—¡Eso no es verdad! ¡No es justo que no permitas que Linck vuelva! —estalló con lo último.

Las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos y su respiración se aceleró. Le dolía saber que no tendría a su hermano con ella, le dolía saber que había fracasado al traerlo devuelta.

El destino no se trata de justicia, es una cadena de consecuencias, cada decisión, cada paso que damos nos lleva a ese destino y si no lo cambio por otras personas, tampoco lo voy a hacer por ti—determinó la deidad y el aura que rodeaba a la princesa desapareció.

Myra comprendió que Zafia ya no iba a escucharla, que ya no iba a poder hablar con la diosa. Y gritó, gritó lo más fuerte que pudo. Gritó pidiéndole a Linck que regresara, gritó pidiéndole perdón a su hermanito por haberle fallado, por no haberlo cuidado bien. Le rogó a Linck, no importaba donde pudiera encontrarse, que la perdonara por no haber impedido su muerte, por haber estado tan sumida en sus discusiones ridículas como para notar que una criatura mugrosa lo había asesinado.

La princesa pasó toda esa tarde desahogándose, dejando salir todo el dolor que sentía. Recién a la mañana siguiente se atrevió a salir de su tienda. Se sentía vacía, carente de emociones. Sin embargo, esa sensación la abandonó cuando Rix y Clerick decidieron enterrar el cuerpo de Linck. La angustia volvió a invadir su cuerpo mientras llevaban envuelto en pieles a su pequeño hermano. Fueron hasta un sector del bosque helado y se detuvieron a un lado de un pozo en la tierra. Allí se encontraba un ataúd hecho de amatista, el cristal favorito de Linck. Lo coloraron allí dentro y se despidieron, uno por uno, hasta que nadie más se atrevió a hablar. Lo enterraron en silencio y al finalizar Shein hizo crecer sobre ese pedazo de tierra otro cristal donde se encontraba tallado su nombre. Eso no reconfortó a los príncipes, pero por lo menos podían tener la seguridad de que su hermanito iba a descansar en paz en un lugar que le recordara a su casa.

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