El último uviem ✔ [Destinos 1]

yosoyunodos

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Para salvar a su pueblo, Myra deberá descubrir lo que los dioses y las tenebrosas criaturas ocultan: la llave... Еще

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Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capitulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10:
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Epílogo
Segundo libro

Capítulo 19

78 14 2
yosoyunodos

Se despertó por el sonido que inundaba su cuarto. Parecía que todos en el castillo estaban alterados. Podía escuchar el grito de los guardias, los pasos rápidos en los corredores. Algo estaba sucediendo. El niño se levantó con cuidado de su cama. Por lo poco que podía escuchar, los estaban atacando, o los iban a atacar. Él debía ser precavido, pocos eran los que tenían el valor de ir a las tierras raix y si los guardias estaban alterados era porque era alguien peligroso, alguien que sí podía asesinarlos, un uviem.

—Rix —lo llamó en voz baja su madre.

La voz de la mujer lo hizo pegar un salto junto a su cama. El niño no había escuchado sus pasos. Se volteó lentamente hacia su progenitora y corrió hacia ella al ver su rostro espantado. La raix lo abrazó con fuerza y respiró hondo al ver que se encontraba bien. Luego lo separó y le tendió una de las dos mochilas que colgaban de sus hombros. El niño de tan solo seis años se la colocó y observó a su madre con confusión.

—Las preguntas para después, cariño, ahora debemos ser muy silenciosos, como en los entrenamientos —murmuró aún agachada a su altura.

Rix asintió y siguió a su madre hacia el extremo de su cuarto, donde la pared de zafiros se deslizó a un lado. Un angosto y oscuro pasadizo quedó a la vista, pero al niño no lo asustó. Los entrenamientos que tenía con su padre y sus hermanos menores eran más aterradores que la oscuridad. Ingresó en el túnel oscuro con paso firme y decidido. No emitió ni un solo ruido y se encargó de controlar su respiración de la forma en que su progenitor le había enseñado, de esa forma, nadie, por mucho que lo intentara, podría escucharlo. También bloqueó su jaixz, lo escondió dentro de sí para que no dejara residuos, no quería que pudieran seguirlos de esa forma. Rix en ese momento era invisible para todos, no podían verlo, oírlo o sentirlo, casi parecía que no existía.

—Debemos ir más rápido —insistió su madre cuando terminaron de bajar unas escaleras.

El niño podía oír los gritos de los guardias, el desconocido ya estaba allí como les habían advertido. Eso le llamó la atención, nadie nunca les advertía nada, eran raix, todos los detestaban. Quiso preguntarle a su madre, pero no podía, debía hacer silencio para que la persona que estaba deambulando por el castillo no los encontrara.

Mientras caminaban en los pasillos ocultos del palacio, Rix no pudo evitar sentirse tranquilo. Los entrenamientos eran más difíciles, eso no era nada. Pasaron alrededor de diez minutos hasta que lograron salir de su hogar. A un lado del castillo, ocultos por la oscuridad de la noche, se encontraban su padre y su hermano Relck. Ambos tenían collares y pulseras de zafiros colgando de sus manos.

—Padre —saludó el niño al llegar a su lado.

El monarca, conocido por su mal genio y frialdad, se arrodilló a la altura de su hijo y lo abrazó. No era ningún secreto que Rix era su favorito, pero nunca antes en todos sus años de vida su padre se había mostrado tan cariñoso. Cuando el rey se separó del niño, pasó por su cuello dos collares llenos de zafiros y le entregó tres pulseras con el mismo material. Luego se paró y abrazó a la madre de Rix. La mujer no dijo nada, ellos no estaban juntos, ella lo había rechazado a pesar de que estaban vinculados. El monarca repitió el procedimiento con la madre de Rix y luego se alejó para observarlos a ambos. Sus ojos negros rutilaban con preocupación, un sentimiento que Rix creía que el rey solo podía sentir al ver como sus tierras morían un poco más cada semana.

—Tienes prohibido morir, niño, es una orden —determinó con sus ojos fijos sobre Rix.

El niño no tuvo tiempo para responder, la torre en donde se encontraba su habitación explotó en el extremo superior.

—¿Nos tenemos que ir?, ¿ya no sirvo como príncipe? —inquirió con pesar.

Rix no comprendía que la persona que los estaba atacando lo buscaba a él.

—No, siempre vas a ser un príncipe, pero no puedes permanecer aquí, no por ahora —le explicó su padre, su tono ya comenzaban a ser igual de áspero que siempre.

—Pero, padre...

—No está en discusión, cuando sea posible, ambos van a volver. Ahora deben irse —ordenó y la madre de Rix volvió a tomarlo de la mano.

El niño se resistió, no quería abandonar sus tierras, a su familia, sin embargo, no le dieron otra opción. Su madre comenzó a avanzar y tironeó de su mano para que la siguiera. Con cada paso que daban se alejaba más de todo lo que conocía. A los quince minutos ya estaba tan lejos de su hogar que podía ver la inmensidad del palacio de zafiros completa. Veinte minutos después el paisaje de la más grande aldea raix se perdió en el horizonte. Todo lo que los rodeó por días fue un ambiente desolador y hostil. Los vientos eran muy fuertes; en el suelo se abrían y se cerraban enormes grietas que largaban gases apestosos; inmensos hielos se arrastraban por el suelo por culpa de las corrientes de jaixz, se partían y caían a pocos metros de ellos, convirtiendo su escape de su hogar en un peligro enorme. Pero no les quedaba otra opción, debían irse, alejarse todo lo que pudieran de esas tierras que ahora para ellos representaban la mayor amenaza.

Luego de unas semanas caminando casi sin descanso, llegaron al inicio del bosque. Ambos sabían los peligros que ese lugar implicaba, sabían que, si se exponían a la luz solar, la lluvia los atacaría y morirían. También sabían que si se cruzaban con un abquim el peligro era grande, porque el ser que los había atacado en su hogar era uno de ellos, de esas criaturas extrañas que se creían superiores por vivir dentro del bosque. Debían ser cuidadosos porque los peligros eran enormes, pero también mínimos. El abquim que los atacó nunca los buscaría allí, en su supuesto hogar.

Los primeros días fueron los más simples, pasaban solo un par de horas caminando y después se dedicaban a buscar comida y refugio para pasar la tarde. Dormían hasta el anochecer y cuando el sol ya se había ocultado ellos salían y caminaban el trayecto más largo, sin temor a activar la lluvia, esta no se los detectaba tan fácil en la oscuridad. Pero esa rutina solo duró la primera semana y media, luego su madre comenzó a recorrer una distancia más grande. Rix en varias ocasiones le preguntó por qué se apuraban, por qué no solo se detenían por un par de días y ella le aseguraba que el uviem aún los seguía. El niño no comprendía eso, no entendía como su madre podía decir que el uviem los seguía si él no lo podía sentir. Le parecía absurdo.

Una semana más y cazar animales se les tornó difícil, ya no encontraban lobos, que eran los que tenían el alma más grande, y la temporada de lluvias había comenzado, así que debían ser demasiado cuidadosos con cada paso que daban para no terminar atrapados en medio de una tormenta mortal. La soledad y el desespero los azotaron con fuerza. Rix se sentía abandonado, castigado por un crimen que no había cometido. Se sentía exiliado de sus tierras, creía que el resto de los raix lo aborrecían y por eso lo hacían pasar por todo eso. Odiaba tener que ver a su madre llorar todas las tardes cuando creía que él estaba dormido. No soportaba la culpa, porque él juraba que estaban allí por él, por algo que había hecho y que por eso los habían expulsado. Por un tiempo, aborreció a su padre y a sus hermanos, los odió por hacerlo pasar por eso y después solo los extrañó. Deseó con todas sus fuerzas que, uno de esos días, aparecieran en el bosque para llevarlos devuelta a casa. Y eso nunca sucedió.

Una tarde, cuando su madre se durmió, decidió que debía salir, comprobar por su cuenta de que nadie los seguía y que ya podían regresar. No encontró ningún rastro, nada que le dijera que por allí rondaba un uviem. Se relajó y siguió caminando, cazó algunos animales y regresó a su refugio. Allí se encontró a su madre, desesperada. La raix acababa de despertarse y había notado que Rix se había ido. Al verlo ingresar a la tienda con tranquilidad se echó a llorar con fuerza, aliviada y furiosa. Ni siquiera le dio tiempo a Rix de probar el alimento que había conseguido, lo sacó casi a rastras del lugar y lo hizo caminar.

Julzh (1) —la llamó, ella lo ignoró.

Sentía demasiado jaixz acumulado cerca. La mujer revisó su entorno y descubrió que ya habían avanzado mucho en el bosque, estaban cerca de una aldea abquim, si no confundía la esencia de las almas, estaban a menos de dos kilómetros de Citwot. Se detuvo, no podían acercarse.

Xok ualm garoun shout'n qaleu abquim (2)—le explicó a su hijo y el niño asintió.

Hoe fregot eziok qrebs (3)—replicó Rix al ver que su madre aún no avanzaba.

Él también sentía el jaixz de los humanos, lo que no comprendía era cómo era que este era cada vez mayor. Entonces, un abquim de cabello blanco salió de detrás de un árbol. Su madre se tensó y se posicionó por delante de él. Rix comprendió que ese era el uviem que quería asesinarlos. Se asustó, en ese momento el verdadero pánico inundó su cuerpo. Estaba paralizado, al igual que su progenitora.

Su madre fue la primera en reaccionar, lo empujó con fuerza hacia atrás y creó una barrera entre ellos para que el uviem no pudiera acercarse. El peliblanco rio con fuerza, parecía que estaba disfrutando la situación.

—¡Durpra! (4) —le gritó su madre y él no se atrevió a hacerlo.

—No tiene caso que corras, niño, ninguno tiene oportunidad de sobrevivir —soltó con diversión el uviem antes de avanzar un paso hacia ellos.

El uviem siguió avanzando y apoyó su mano contra la barrera que se agrietó y pocos segundos después un polvo celeste se dispersó por el aire. El uviem volvió a reír y los ojos de Rix se anegaron en lágrimas. Tenía miedo, demasiado. El peliblanco se movió con agilidad y atrapó el cuello de la madre de Rix entre sus manos. Elevó el cuerpo de la raix unos centímetros sobre el suelo. El niño se fijó en los ojos de su progenitora que le suplicaban que se fuera, mas no podía hacerlo, no podía dejarla morir. Corrió hacia el uviem e intentó derribarlo, no obstante, él fue más rápido y consiguió esquivarlo. Rix tropezó y cayó con fuerza contra el suelo, las lágrimas seguían rodando por sus mejillas. Se levantó con dificultad y posó su mirada sobre su madre, el uviem volvió a reír y la raix estalló en llamas. El fuego comenzó a consumirla de forma lenta y tortuosa.

—Ahora es tu turno —musitó el peliblanco y revoleó el cuerpo de la madre de Rix a un lado.

El niño intentó llegar hasta ella, con sus ojos bien abiertos por el horro, sin embargo, no pudo avanzar, el peliblanco se interpuso en su camino. Rix soltó un pequeño jadeo. Estaba viendo a su madre morir y no podía hacer nada al respecto. Ella seguía observándolo, le rogaba con su mirada llena de dolor que se fuera, que huyera. El uviem dio otro paso al frente y un aura dorada lo rodeó y provocó que su risa acabara. Su rostro pálido se frunció con odio.

—Es momento de que corras, Rix —susurró una voz en la mente del niño.

El pequeño raix dedicó otra mirada a su madre y ella se esforzó en asentir mientras que el fuego crecía y crecía sobre ella. Entonces se dio media vuelta y corrió tanto como pudo. A lo lejos escuchó como la misma voz que le había hablado a él retumbaba por entre los árboles y se mezclaba con los gritos del uviem.

—Ya es muy tarde, Aleck, conoces las consecuencias de cambiar el destino.

Luego todo quedó en silencio y la negrura lo envolvió. Cuando abrió sus ojos, notó que una vez más se encontraba en un cuarto de paredes oscuras, recostado sobre una cama cálida y suave. Estaba en la tierra de los dioses, lo sabía muy bien. Tardó unos segundos en recordar lo que había estado soñando y suspiró con cansancio al darse cuenta de que su mente lo había torturado una vez más con recuerdos de cuando era niño. Se levantó de su cama con cansancio. Sentía su cuerpo adolorido como si en verdad hubiera vivido todo aquello una vez más.

—Seguro que esto es a causa de la diosa —renegó en voz baja antes de salir del cuarto.

Camino por el ancho pasillo hasta la cocina, donde sabía que iba a encontrar a su hijo, podía sentirlo allí.

—Buenos días —saludó Nian al verlo atravesar el umbral.

El pelinegro se encontraba sentado en la isla del medio, inclinado sobre un tazón lleno de frutas cortadas en diferentes tamaños. Cuando Rix fijó sus ojos en la puerta de cristal transparente que daba al exterior, descubrió que recién era media mañana gracias a la luz dorada que bañaba las olas del mar. Se sentó a un lado de su hijo, aún sin acostumbrarse a la sensación de ver al niño que hacía solo unos cuantos meses era un bebe, ahora con la apariencia de un chico apenas unos años menor que él. Le parecía extraño, no obstante, no permitía que esa sensación arruinara los momentos que pasaba junto a él, con el pasar de las semanas había descubierto que era mejor solo disfrutar a su lado que lamentarse por todo lo que se perdió de su vida.

—¿Estamos solos? —inquirió al ver que la diosa no se aparecía por allí.

—Zafira tuvo que irse a... un lugar, no estoy seguro de cuándo va a volver —comentó el chico con un poco de amargura.

Rix sabía que a Nian le fastidiaba que Zafira desapareciera por mucho tiempo, lo había notado hacía unos días, cuando la diosa lo llevó hasta allí y lo dejó con Nian para luego salir por más de tres días sin siquiera avisar. Pero, a diferencia de Nian, Rix disfrutaba de que la deidad no estuviera allí, le gustaba pasar tiempo a solas con el chico sin que ella estuviera controlándolo todo. Además, él nunca le iba a perdonar que se lo hubiera llevado, no le importaba si había sido por el bien de Nian, él estaba seguro de que habría podido cuidarlo.

—No deberías depender tanto de ella, Nian, no es sano —opinó aun sabiendo que eso podría alterar al chico. No había vivido mucho en las tierras raix, pero comprendía a la perfección la dependencia que se generaba en un vínculo si uno no aprendía a controlarlo.

—Lo sé, pero no me estaba quejando por eso, es que Zafira me hizo comprobar lo de la ilusión de amor la otra noche y... me dijo que debía decírtelo y no quería... —susurró algo arrepentido. No quería decirle a su padre lo que había descubierto porque sabía que no le iba a agradar. Tal vez no hubiera crecido a su lado, pero lo conocía lo suficiente como para saberlo. Él iba a enfurecerse, querría ayudarla y no podría porque estaba marcado en el destino de ella que fuera así.

—Tenía razón, ¿no es así? —se lamentó y Nian asintió.

—Pero no puedes hacer nada, está en el destino que esto sucediera, si lo cambias...

—Lo sé, Nian, no te preocupes, no voy a hacerlo, aunque en verdad deseo ayudarla, Myra es fuerte, sé que va a estar bien —murmuró e intentó sonreír—. Además, eso significa que voy a tener que venir más seguido para no cometer alguna locura intentando evitar algo de lo que pueda pasar —insinuó y Nian sonrió de verdad.

—Es cierto, no lo había pensado. A Zafira no le va a gustar, pero a mí sí, va a ser bueno tenerte por aquí, tal vez puedas ayudarme a salvarme de lo que sea que Zafira tenga planeado para mí —se alegró el chico.

El rostro de Rix se ensombreció al oír tantas veces el nombre de la diosa. No le gustaba, le desagradaba en gran medida que Nian siempre hablara de ella, que siempre pensara en ella. Y no era culpa de su hijo, tampoco terminaba siendo del todo culpa de la diosa. Él sabía muy bien que ninguno de los dos había decidido tener ese vínculo. También sabía que Zafira había luchado con esa unión extraña por años y que tuvo que dejar de hacerlo porque el vínculo consumía a Nian, lo destrozaba por estar siendo fragmentado por la diosa.

—¿Zafira te dijo algo sobre mí antes de irse...? —inquirió y su hijo apartó la vista.

—No fue su culpa, en realidad fue mi idea, yo le pedí que lo hiciera —musitó sin verlo a los ojos.

—¿Por qué?

—Porque sé que esa herida todavía la tienes abierta y era la única manera que el recuerdo de tu madre cobrara la fuerza suficiente para llevarte a donde tengo planeado —explicó y sus ojos del mismo tono negro que los de Rix se clavaron sobre él.

No dijo más, se levantó de su asiento e hizo su recorrido hasta la salida de la cocina. Rix lo siguió por el largo pasillo hasta que se posó una mano sobre una puerta e hizo que esta brillara con un tono dorado. El raix comprendía lo que su hijo había hecho, ahora el marco de la puerta enseñaba un cuarto que no se encontraba en el edificio.

—Papá, en verdad necesito que me prestes mucha atención —pidió Nian mientras lo veía a los ojos.

—Voy a hacerlo —prometió Rix.

Nian empujó la puerta e ingresaron. Ante ellos se extendían otras dos enormes puertas de un material extraño y negro. El cuarto que sellaban expendía una energía fría y atrayente. Era como un imán enorme.

—¿Qué es ese sitio?

—Son las puertas negras del destino, ahí van a parar todas las almas que no se destruyen, es un lugar infinito y extraño, no sé muy bien cómo funciona —admitió Nian con algo de vergüenza. En todos los años que llevaba conviviendo con Zafira, él siempre se había negado a aprender lo que la diosa le ofrecía sobre ese lugar. Nunca creyó que necesitaría esa información, por lo menos no hasta ese día—. Zafira mencionó que no debes alejarte mucho de la puerta una vez que ingreses, podrías perderte y nunca regresar. También mencionó que no puedes pasar más de dos horas allí o tu alma va a ser absorbida por el lugar.

—Pero ¿por qué debo ingresar?

Rix se esforzaba por comprenderlo, mas no podía, no entendía por qué su hijo quería que entrara en ese lugar si era tan peligroso. Nian suspiró y observó las puertas negras. Lo llamaban con fuerza, le rogaban que ingresara allí, sin embargo, Zafira ya le había advertido que no debía escucharlas, que el destino codiciaba su alma porque los uviem nunca descansaban allí, los uviem se convertían en estrellas, por eso había tantas en el cielo, porque cada uviem que vivió terminó allí.

—En ese lugar, vas a poder ver a tu madre, está ahí, su alma. Por eso quiero que vayas, quiero que puedas despedirte de ella para que tu herida pueda comenzar a sanar. Sé que te culpas por su muerte, Zafira me dejó ver el destino cientos de veces y ahí pude notarlo, por eso quiero que entres —informó con una pequeña sonrisa.

—Gracias —fue lo único que pudo decir el raix. Él no se había esperado eso y lo agradecía, agradecía la oportunidad de poder despedirse de por lo menos uno de los miembros de su familia.

—Para poder encontrarla, tienes que pensar en su recuerdo, de esa forma las puertas del destino la van a llamar —indicó el chico y empujó la puerta para que Rix pudiera entrar—. Papá, no te quedes ahí dentro, no quiero perder a nadie, por lo menos no si aún no es el momento —casi suplicó y Rix sonrió con dulzura. Tal vez Nian ya no era el bebe que debía ser, pero eso no evitaba que lo amara en igual medida.

—Prometo que voy a regresar —fue lo último que dijo antes de entrar y que las puertas se cerraran por detrás de él.


1. Julzh: mamá

2. Xok ualm garoun shout'n qaleu abquim: Estamos demasiado cerca de la aldea humana.

3. Hoe fregot eziok qrebs: No podemos frenar aquí.

4. Durpra: ¡Corre!

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