Gaaskanazo - Él susurra

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Sumida en mis pensamientos, me acicalé en el interior de la tienda en compañía de Onawa. Ella había mantenido una interesante conversación con Mochni y estaba contenta: la había nombrado primera curandera del asentamiento tras evaluar sus conocimientos. Dado que su reunión había terminado antes de que Ishkode apareciera para recordarle al líder de los iroquois que debía ser visto por los guerreros en las sesiones de entrenamiento, le hice saber las quejas de mi nisayenh. Sin poder evitar ponerse a la defensiva cada vez que lo nombraba, alegó que Mochni no habría acudido porque estaba ocupado haciéndose cargo de una parte de sus subordinados.

—No están felices con las condiciones del campamento. Nuestras tierras están muy lejos de aquí y los blancos, aparentemente, están expulsando a los pocos poblados que quedan hacia el oeste.

Mantener la paciencia en aquellas circunstancias era la verdadera prueba, no la guerra abierta con nuestros oponentes. Contra más grandes eran las huestes, más difícil era subyugar sus situaciones personales a un bien común.

—Mochni quiere trasladar sus quejas en la asamblea de los cinco.

Sentadas sobre las pieles, me lavó la cara con un trozo de tela húmeda y se dispuso a elegir los pigmentos para las pinturas. Como si se tratara de una banalidad, comentó que el consejo de sabios debía ratificar su posición como primera curandera, puesto que Namid había gozado de aquel título hasta entonces. Desconocía quién de los dos estaba más capacitado para dicha tarea, pero él cargaba numerosas responsabilidades a sus espaldas y era una de las figuras preponderantes del movimiento, así que lo lógico era que Onawa le sucediera.

—¿Crees que se molestará? —empleó aquel tono cauteloso, el tono con el que todas, menos Wenonah, hablaban de Namid en mi presencia—. No me gustaría que pensara que soy irrespetuosa.

Ambos se habían relacionado más bien poco, sin embargo, lo respetaba, no porque fuera importante para mí, sino porque se había ganado su reputación de forma implacable.

—Namid nunca se molestaría por algo así. De todas formas, acércate a él, no tengas miedo. Será agradable y agradecerá el gesto. Namid no es como aparenta, no es inaccesible como Ishkode o Inola. Lo parece, pero no lo es.

Mojó una de las varillas de madera en el color verde oscuro, haciéndome entrecerrar los ojos cuando dibujó algunas líneas verticales en la barbilla.

—Me he dado cuenta de que se aleja de los demás a sabiendas.

Apreté la mandíbula. ¿Halona habría dejado de llorar?

—Su vida ha sido una travesía de duros sacrificios —escogí añadir—. Te sorprenderás si te acercas a él.

No me atreví a pedirle que, si todavía tenía los nudillos sin curar, se hiciera cargo de ellos. Namid renegaba de la ayuda de todo el mundo.

—Lo haré, nishiime —me encontré con su comedida sonrisa al volver a abrirlos.


***


En nuestro camino al tipi de Métisse para tomar prestada una camisa —con la expectativa de que ésta fuera de mi talla—, divisé a Nahuel sentado a solas bajo uno de los pinos que se alzaban alrededor de la desordenada población. Un oxidado cerrojo en mi corazón pidió aproximarse. A pesar de las apariencias, necesitaba respuestas. Cada una de mis acciones, desde respirar a pelear, era una pataleta para obtenerlas.

—Nos vemos dentro de un rato, he de hablar con Nahuel.

Onawa, tomada por sorpresa, no tuvo ni tiempo para acceder. Con paso firme, llegué hasta él. Éste bajó la vista del cielo nocturno, disfrutando de su pipa, y me ofreció una sonrisa bienintencionada. No le recordaba tan anciano.

Waaseyaa (III): Despierta en llamasWhere stories live. Discover now