Zhawendaagwad - Está bendecido

355 91 24
  • इन्हें समर्पित: oliveluana
                                    

Wenonah se presentó ante la gran hoguera durante las bendiciones de Wanageeska. Era el acontecimiento más importante del día y agradecí que, a pesar del enrojecimiento de sus párpados y del moco que intentaba enjugarse a duras penas con el antebrazo, hubiera antepuesto el deber, no porque me gustara, sino porque era lo menos complicado. Se refugió al lado de Onawa, lejos de Dibikad, quien la escudriñaba entre receloso y preocupado. Hube de estremecerme cuando capté que Namid y yo, juntos, puesto que éramos las cabezas representantes de la tribu ojibwa, estábamos mirando hacia la misma dirección.

Cada uno de los cinco fue exhibiendo a sus candidatos. Algunos de ellos fueron elecciones obvias: Ajay había mantenido a los pocos mohawks, a los más radicales, en el asentamiento..., los cuatro que nos acompañarían eran amenazas a tener en cuenta, mas no eran cabecillas, sino soplones. Nahuel, por otro lado, optó por hombres de armas fieles, quizás demasiado importantes a mi juicio, lo que mostraba que consideraba aquella expedición primordial e iba a dejar su protección en manos, no solo de los suyos, sino de Inola o Ishkode.

Una vez expuestos, la gran sachem les situaba su temblorosa mano sobre la frente, dándoles el visto bueno. Un joven cree y uno de los líderes escogidos por Mochni fueron rechazados y sustituidos por otros guerreros, ante el silencio incomodado del resto. En ningún momento se explicó el motivo por cual fueron destituidos de la misión y nadie se atrevió a cuestionarlo.

—Espíritu Blanco, Inola, padre de los ojibwa, ha nombrado a Namid, segundo al mando de sus huestes para que comande a los seis guerreros que ya han sido bendecidos por tu mano —le anunció Ishkode.

Wenonah todavía estaba recuperándose de la pantomima de ver a Dibikad ser ensalzado por la gracia de Wanageeska para escuchar que su hermano, aquel que más la comprendía, desaparecería también. Hubo cuchicheos que fueron más bien grititos. "¿Por qué el Relámpago no ha sido el elegido?", musitaban. Namid se abrió paso, a escasos metros de distancia de ellas, y no pudo advertir la media sonrisa orgullosa de Ishkode. Yo sí. Del mismo modo, advertí como Métisse sujetaba a Wenonah por la cintura y ella estaba quieta, ya con lágrimas puras. Dado los años vividos en Inglaterra y mi periodo de recuperación, no había experimentado los duros años de la guerra que ellos habían sufrido. El terror que recuperé en sus ojos me hizo preguntarme qué habría más allá de nuestros escondrijos montañosos. Cuánto sabía verdaderamente de aquella rebelión de la que tanto teorizaba. ¿Había alguna forma de aprender para siempre el antídoto del dolor ejercido? Y Halona, Halona estaba pálida como un papiro.

—Mis respetos, Madre —se agachó.

Ella sonrió. Siempre sonreía al estar frente a Namid. Le situó la palma, no en la frente, sino en la cicatriz de la mejilla. Podría haberme acariciado al otro lado. Estaba viendo algo. Su sonrisa se hizo más amplia. Murmuró.

—Ve, hijo mío —tradujo Zaltana.

Halona no fue la única que deseó que fuera rechazado por el Gran Espíritu.

—En colaboración con Namid, Inola consideró que Waaseyaa, segunda al mando de mis huestes, ocupara un idéntico puesto en la comitiva —prosiguió Ishkode, sin un ápice de titubeo.

Wanageeska, su sobrina y Nahuel conocían aquella información de antemano, pero Ishkode fue tan firme, como si me mereciera el puesto por encima de cualquier persona, que por un segundo el nerviosismo fue solapado por el agradecimiento. La reacción del resto del consejo, desencajada en el caso de Ajay, era muestra de que estaban actuando a sus espaldas para protegerme. El resto, más interesado en los asuntos de faldas que en las estrategias políticas, se turnaba para estudiar al triángulo amoroso en el que una de las esquinas, la desdichada Halona, descubría que las puñaladas duelen más en el corazón, no por la espalda, y que iba a propinárselas el mundo. El mundo siempre sería una cárcel demasiado grande para nuestros gritos.

—Acércate, vamos —me espoleó Zaltana. Era una excelente actriz.

No pude devolverle la mirada a Wenonah. Entretanto, avancé hasta la gran sachem. Nahuel estaba sonriéndome con cariño.

—Acércate más.

Sus arrugadas manos buscaron mi rostro, a ciegas. Cerré los ojos y lo sentí. La música del clavicordio, las decenas de composiciones que le había dedicado a Namid y que estaban encerradas en un baúl. Los aplausos, tan lejanos.

—Ve, hija mía.

Los abrí y sus dedos estaban en mi mejilla lisa. Halona y Wenonah habían echado a correr, explanada abajo. 

Waaseyaa (III): Despierta en llamasजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें