Gagiibiingwe - Ella es ciega

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Entre el alboroto provocado por la acción de Namid, que volvía a proclamar líder de los hurón a Nahuel, reparé en la sonrisa de Wanageeska. El corazón me latía como un tambor. El heredero más peligroso, aun estando en la cuerda floja, había mostrado sus naipes sin tapujos: sería leal hasta que el Gran Espíritu le reclamara y no se dejaría amilanar por los conspiradores.

—¡Orden, por favor, orden! —pidió calma Zaltana—. ¿Acaso ya no respetáis los votos de vuestros jefes?

Nahuel le dio las gracias sin palabras, con aquel mirar surcado de arrugas que debió recordarle a Onida, y Namid respondió con un parco asentimiento. "Solo he hecho lo correcto", pareció replicar. ¿Cómo podía restarse importancia si sus cabales actos portaban alados los espíritus de Jeanne y Antoine?

—Nahuel seguirá al mando de las huestes hurón en su totalidad —anunció.

El grupo que estaba aglutinado en torno a Wenonah aplaudió y se escucharon alabanzas. Los perdedores ocultaron su descontento en su mayoría, al igual que sus seguidores, ocultos en el público, y le dieron la enhorabuena, tal y como lo harían unas serpientes bien amaestradas.

—Tu hermano está ganando adeptos y enemigos a partes iguales —siseó Métisse mientras los representantes de los clanes regresaban a sus puestos originales.

El barullo estaba siendo controlado, pero el campamento era una olla de agua hirviendo en la superficie. Armándose de valor, Halona le apretó el brazo a su marido cuando éste arribó a su lado y le regaló una sonrisa orgullosa. Aparté la vista antes de descubrir su reacción.

—Su deber es volverse inmortal para sus semejantes. Tanto el odio como el amor pueden lograrlo —reforzó Ishkode. Estaba extasiado con lo ocurrido en la votación.

"Honovi, dame tiempo", tragué saliva, angustiada por que la gran sachem revelara mi identidad.

—Esperemos que sea el amor —murmuré.

Los cinco retomaron el protagonismo e inspiré para mis adentros. ¿Por qué Namid estaba mirándome a escondidas? ¿Todavía creía que no me enteraba?

—El segundo asunto a tratar es la liberación de Honovi, líder de los ojibwa y escriba de fuego —prosiguió Zaltana. Apreté los dientes e hice lo propio para disimular. A través de las cabezas de los miembros del asentamiento, las pupilas de Inola eran dos raíces fuertes—. Los cinco han votado y los cinco, por unanimidad, han decidido no acometer liberación alguna.

Conocía aquel futuro, lo conocía mejor que todos aquellos que ahogaron una exclamación de escándalo y tristeza, pero me dolió como si jamás lo hubiese visto.

—El Espíritu Blanco os asegura, hermanos y hermanas, que Honovi ya ha sido liberado. Honovi se ha liberado a sí mismo.

Onawa me apretó la mano contra la suya con fuerza, ocultándolas.

—¡Calmaos!

—Sé que muchos de vosotros pedís venganza. ¡Es imposible organizar un ataque así! —se excusó Yuma ante las quejas—. El gran Honovi estaba perdido desde que se entregó. No debería de haber...

—El gran Honovi se entregó para que todos nosotros pudiéramos tener una vida digna.

Mi voz, que no podía mantenerse a raya ante ligeras opiniones sobre mi padre de aire y fuego, se superpuso, casi en grito. Cuando quise retroceder, decenas de ojos estaban puestos en mí. Las palabras brotaron y brotaron sin cesar:

—Yo conversé con él horas antes de que se entregara. Intenté impedírselo. Estaba tan tranquilo que era aterrador. Lloré, supliqué y pataleé. Me dijo que no tenía potestad para impedir a un hombre cumplir su destino... Me dijo: "Mi vida no posee ningún valor. Ya no. Honovi ha acometido lo que el Gran Espíritu le pidió durante largas décadas. Tu lucha no es salvarme, nindaanis. Tu lucha es más grande que eso. Mi vida no es más importante que la de mi pueblo. La vida de un solo hombre no es importante".

Waaseyaa (III): Despierta en llamasWhere stories live. Discover now