Jiibay-waabi - Ella Es El Espíritu Que Ve

758 115 77
                                    

Los tres nos habíamos trasladado a la tienda de Ishkode. Yo la había visitado con anterioridad, mas Onawa tuvo que disimular su curiosidad, dado que el líder no invitaba a nadie, a no ser que fuera de su círculo más cercano, a aquel lugar. La ausencia de decoración aumentaba la sensación de vacío y amplitud. Un camastro deshecho de pieles, varios macutos de los que desconocía el contenido y una jofaina vacía eran lo único presente. Colgada del pilar que mantenía el tipi erguido, un círculo concéntrico adornado con palitos más pequeños y cintas de colores —el atrapasueños que Métisse le había regalado— se balanceaba en torno a la columna de humo que desprendía la hoguera extinta.

— Encenderé un fuego — fue lo primero que dijo, agachándose para generar la chispa necesaria. Dudé de si lo hacía por lo que acababa de ocurrir afuera o porque la nieve de mediados de diciembre había empezado a desprenderse. A decir verdad, estaba tiritando de frío —. Sentaos.

Las dos tomamos asiento, una al lado de la otra. La reserva que escondía el ojeo de La Que Está Totalmente Despierta estaba sacándome de quicio. No me gustaba que me mirara de aquella forma, como si..., como si yo hubiera dejado de ser la Waaseyaa de siempre.

— Por favor, necesito respuestas. ¿Qué está pasando? — no aguanté más la incertidumbre.

— Primero debes de decirme qué has visto. En cuanto lo hagas, te daré toda la información que posea.

¿Por qué era tan importante lo que hubiera podido ver?

— Solo han sido sueños de nube roja. Muchos de vosotros los tenéis. Algunos se cumplen, otros no — le resté importancia.

— Dime qué has visto, Waaseyaa — tensó el gesto él, girado hacia nosotras.

— Ha pasado muy rápido... — alegué. Intentando concentrarme para recordar, bajé el rostro y me llevé las uñas a los labios. Tras unos segundos, cerré los ojos como si hubiera sabido que tenía que hacerlo y las imágenes estallaron en mi mente a la velocidad de unos cascos al galope —. Había..., había...

Los dos estaban tan atentos que en cierto modo me esforcé por entregarles el mayor número de detalles posibles.

— Había un tronco..., un tronco en llamas...

— ¿Qué tipo de árbol?

Fruncí el ceño, más confundida que antes.

— No..., no lo sé...

— ¿Cómo era?

— El tronco era..., era fino..., no se veían ramas bajas, pero no estoy segura: estaba ardiendo, totalmente ennegrecido — Ishkode asintió, satisfecho por el momento —. Atado al tronco había un hombre.

— ¿Estás segura de que se trataba de un hombre?

— S-sí — afirmé —. Era difícil distinguirlo. Había una humareda enorme. Mucho ruido. Le estaban quemando vivo. Era una ejecución — fui desvelando, para mi propia sorpresa —. Llevaba plumas. Sí, plumas.

Él guardó sus opiniones, indicándome con un gesto que prosiguiera.

— También había una manta. En un poblado. Una manta de rayas. No es la primera vez que la veo en sueños. En Inglaterra soñé con ella, antes de que Antoine muriera. Es muy similar a las que tejía Wenonah. Tu hermano viajó con una de ellas a Plymouth. Cuando nos apresaron se quedó en la cabaña en la que habíamos vivido, no volví a por ella — de pronto, me acordé de lo que me había contado Dibikad en Quebec —. Uno de los chicos con los que viajé desde Nueva Escocia, Dibikad, soñó con cadáveres supurantes envueltos en mantas de rayas. Me advirtió sobre ello.

Waaseyaa (III): Despierta en llamasNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ