Minawaanigo' - Ella le hace feliz

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Una de mis visiones se había cumplido.

—Makwa tardará un par de días en regresar. Entre tanto, debemos empezar a planear nuestra estrategia venidera.

Los guerreros se habían vuelto locos de júbilo al presenciar mi victoria. Nadie en todo el campamento había logrado vencerle y el entusiasmo dio paso al religioso respeto. No se arrodillaron, ya que Ishkode había prohibido las muestras de sumisión, mas sus miradas estaban repletas de una admiración que ni en mis más preciosos sueños había sido imaginada. Ser una mujer y gozar de consideración era un jugo dulce e inusual.

—¿Le diste lo que te pedí? —preguntó a Onawa sobre el veneno que le había encargado para que el joven pudiera llevárselo. Poco a poco, casi imperceptiblemente, estaba aceptándola en nuestras conversaciones privadas en su tienda, aunque les sacaran de quicio sus mutuas personalidades.

—Sí.

La sonrisa que me profirió mi nisayenh cuando dejé de apuntarle con la pistola fue indescriptible. Como si nada, se extrajo el cuchillo y, contrario a las muestras de afecto, me dio la enhorabuena, calmó al resto ordenándoles que preparan el desayuno y me invitó al tipi para que mi nariz fuera tratada. Entre nosotros estaba fuera de cuestión cualquier recriminación porque me la hubiera roto o yo le hubiera apuñalado. Era un entrenamiento, un combate, y las heridas eran, por ende, consecuencia natural.

—¿Le he arruinado su bonita nariz?

Onawa estaba limpiándome los restos de sangre seca y preparando el vendaje. Me palpitaba con dolor, sobre todo el puente, y estaba hinchada como una manzana, pero tampoco era grave.

—No. Volverá a tenerla igual de respingona que siempre.

Ishkode retomó su afán de iniciar planes futuros para el destacamento. Estaba abstraída en mis pensamientos, escuchándole como si estuviera en el fondo de una habitación. Una de mis visiones se había cumplido. ¿Qué significaba aquello?

—Waaseyaa, ¿estás de acuerdo?

Había dejado de estar atenta.

—¿Puedes prestarme atención? —adivinó el secreto de mi gesto—. ¿Qué ocurre? Estás rara.

La curandera me observó con disimulo mientras me extendía un ungüento calmante. Ella también había notado que algo sucedía.

—Una de mis visiones se ha cumplido —confesé sin florituras.

Los dos se sobresaltaron.

—¿Cuándo? Ninguna de las...

—Leí en el fuego antes de que salieras a entrenar. He tenido más visiones.

El silencio cayó pesado sobre mis hombros.

—Estaba practicando tiro y..., no sé qué pasó..., lo último que recuerdo fue acercarme a la hoguera y ver formas en ella. Visiones. Una de ellas era tu daga siendo lanzada a la nieve derretida.

Ishkode frunció el ceño, obviamente consciente de que había tirado su arma al suelo tras perder, y la confusión que luchaba por ocultar puso en evidencia que desconocía cómo lidiar con la situación, puesto que sobrepasaba sus conocimientos. Onawa, por su parte, se apartó un tanto de mí, detalle que me desagradaba porque parecía establecer una línea divisoria entre nosotras.

—No puedo evitarlas, es como si...

—Como si el fuego te llamara —completó él.

—Pero se ha cumplido..., se ha...

—Por supuesto que se ha cumplido. La mayoría de sueños de nube roja se cumplen. Algunos acontecimientos pueden cambiar el curso de ciertos acontecimientos, pero los designios escritos en los cielos son ineludibles. No todas las visiones tienen la misma importancia, es decir, no todas se cumplirán, pero es imposible distinguir eso cuando las tienes.

Waaseyaa (III): Despierta en llamasWhere stories live. Discover now