Agawaateshin - Él está en el sombra

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Las conspiraciones de Ishkode y Namid me mantuvieron retenida en aquel tipi durante gran parte de la mañana. No quería pensar en ellas. La manera en la que deshilvanaban planes para adelantarse a posibles traiciones y emplear mi supuesto don me recordaba a su fracción menos humana, la que me introducía a golpe de moratón y sudor, la de los monstruos que han adquirido el abismo por hábito y sobreviven porque pueden, la de la guerra.

—Nos reuniremos con Inola en el momento en que el concilio finalice.

Estaba en camino de convertirme en alguien así. Dentro de un tiempo, un bebé en los brazos no significaría nada, solo luchar por él. Defender, sacrificar, no era lo mismo que conservar la capacidad de amar.

—¿Hablaste con Wenonah, Waaseyaa?

Ishkode era consciente, desde hacía largos minutos, que estaba sofocada por lo que se avecinaba, pero no era lo suficientemente importante, hasta yo lo sabía.

—Ya me he encargado de eso —respondió Namid.

Él circuló una inquisitiva mirada sobre los dos.

—Bien —terminó por decir—. A ti todavía te hace caso. Supongo que le habrás recordado dónde está y cuál es su deber.

Advertí cómo cierta tensión, interiorizada, no visceral, se cernía entre los hermanos.

—Waaseyaa, quédate cerca. No cabalgues más allá del lago —aniquiló cualquier explicación por parte del menor, centrándose en mí y dándome permiso para abandonar la tienda. Namid disimuló el disgusto por la sequedad de sus formas, por un lado, y sus confianzas, por otro—. Hoy es un día importante.

—Entendido, nisayenh —asentí.

Salí, en dirección a la planicie donde los caballos comían hierba, y Namid me detuvo diciendo:

—Es mejor que no cruces el asentamiento, Ajay y los demás estarán en las celebraciones.

Quieta, sin volverme del todo, le miré de arriba abajo.

—Conozco un atajo, es el que tomo cuando no quiero que nadie me moleste mientras cuido de Giiwedin —alargó el parlamento como si estuviera excusándose.

No confiaba en nadie. No podía confiar en nadie. Mi secreto le había sido revelado, el primero de muchos que celaba por mantener bajo llave. ¿Por qué Ishkode le había permitido seguirme?

—Puedo indicarte el camino.

"Todos tus caminos han llevado a un precipicio y una salvación".

—Es por aquí, sígueme.

No caminé a su altura, unos pasos más atrás, y no intentó cambiar dicho detalle durante la travesía de varios minutos. Nos introdujimos en el extremo este del bosque, perdiendo de vista el humo y los cantos, y la luz se redujo, oculta tras las frondosas ramas. En silencio, la suela de los mocasines de piel rompía las hojas caídas. Cuando quise darme cuenta, pude divisar a Giiwedin a lo lejos, jugueteando con Antoine y la yegua encinta.

—¡Giiwedin! —exclamó a modo de regañina, separándolos.

Al haber corrido, me demoré un par de segundos en alcanzar su posición.

—¿Por qué mi caballo no está con el resto?

Viento del norte relinchó, contento. Mi pregunta tomó de improviso a Namid.

—Creo que prefiere cierta compañía —amagó una media sonrisa, sujetándolo, y señalando con la barbilla a la hembra.

Antoine, librado de los atosigamientos de Giiwedin, se había aproximado a ella, acariciándole con la mandíbula el rostro blanquecino.

Waaseyaa (III): Despierta en llamasNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ