Minwaabamewizi - Ella es admirada

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Rígida como un torreón asediado, enderecé la espalda, insegura de sonreírle o no. Namid había venido con la yegua, supuse que para presentársela a Giiwedin, y éste jugueteó con el hocico, buscando darle un beso a su amigo. A modo de respuesta, le dio un par de toquecitos en la parte superior de la cabeza.

—¿Cómo estás, chico? —le acarició. Me descubrí pensando que solo se mostraba cariñoso con los animales, no con las personas—. ¿Otra vez fisgoneando entre los arbustos? —le observó las heridas—. Hay que volver a ponerte ungüento, eres un caso.

No sabía qué decir, aunque no parecía molesto de mi presencia allí, solo tenso. Dejó que la yegua campara a sus anchas e invitó a que Giiwedin se acercara a ella.

—Está embarazada, así que sé cuidadoso. Contigo estará tranquila. Confío en ti.

Atraído por una presencia nueva, curioso como su jinete, se aproximó con lentitud.

—No seas demasiado entusiasta, que nos conocemos, si no te llevarás una coz.

Viento del Norte, exento de la cruda memoria que poseíamos los humanos en materia de ofensas, era como un niño que todavía no ha aprendido a tener miedo a lo desconocido y traba amistad con cualquiera sin doblez. Namid también había sido así, tiempo atrás.

—Con delicadeza, está asustada.

Ella resopló, alertada por las atenciones de un macho, pero no le atacó. Paciente, él la cercó a medida que se lo permitía y finalmente la saludó a su manera. No le había aceptado, ello llevaría más esfuerzo, pero al menos no había huido. Giiwedin lucía satisfecho con su recién estrenada compañía.

—Que no me entere que la atosigas —se permitió una media sonrisa.

"Con delicadeza, está asustada", repetí en mi mente, estremecida. ¿Cuánto había de Namid en su caballo? ¿Cuánto de su caballo había en Namid? "Debe de haber estado preocupado por la evolución de las quemaduras, podían haberse infectado", medité mientras él vaciaba el contenido de su macuto, unas cuantas patatas, en la hierba para que comieran.

—Gracias por visitarle. Es muy sociable y he tenido que separarle del resto para que no se restriegue con todos y empeore sus heridas —me habló de repente, agachado para ayudarle a llevarse el alimento a la boca.

Su postura, arqueada, sin cesar de tocarle con afecto, me constriñó el estómago. No podía escapar de su encanto. Además, me había escuchado asegurarle que le quería, que le quería mucho, y que me hubiera encontrado tan afectuosa, lo suficientemente relajada para mostrarme tal cual era, sin fingir frialdad, me había descolocado por completo.

—Te ponen contento las visitas, ¿a qué sí? —le sonrió sin enseñar los dientes.

—Me alegra saber que está recuperándose.

"No tiembles, Catherine, no tiembles".

—Sí. Dentro de poco estará en perfecto estado —se irguió, espolsándose las rodillas. Era como si no sintiera nada, como si hubiera ignorado deliberadamente que aquella pasión con la que me había dirigido a Giiwedin era una décima parte de la que albergaba por él—. Puedes venir a verle cuando quieras. Le animará. Hacía años desde la última vez, ¿verdad?

El sosiego de su voz me indicó que no tenía intención de discutir, ni de ser condescendiente, sino educado. ¿Cuán difícil sería para él?

—Muchos.

"Demasiados".

—Los caballos nunca olvidan a sus seres queridos. Pueden reconocerte en cualquier momento por el olor, recuerdan sin remordimientos. Te ha chupeteado toda la cara, ¿no?

Waaseyaa (III): Despierta en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora