Ogoodaas - Su vestido

717 73 35
                                    


—¿Qué tal estoy?

A falta de espejo, Dibikad inclinó el rostro hacia el lateral para darme el visto bueno. El vestido me venía pequeño y estaba incómoda por no poder moverme con la libertad a la que me había acostumbrado. Olía a jabón de hierbas. Era la fragancia de Florentine.

—Fea.

Le propiné un puntapié, sonriendo.

—Aparte de estar fea, ¿es creíble? —abrí los brazos y di vueltas sobre mí misma. El ausente cancán hacía que el faldón cayera sin volumen, lo que era una ventaja, ya que de lo contrario me hubiera quedado demasiado corto en los tobillos.

—Por supuesto que es creíble, eres blanca. Es un vestido de blanca.

—Anda, anúdame el corpiño.

Mano Negra se concentró en aquel juego de cuerdas.

—¿Cómo diantres se ata esto? No suspires, no he tenido el placer de vestir o de desnudar a una blanca. No son mi tipo.

—¿Llego en buen momento?

Nos dimos la vuelta al escuchar a Namid. Me había cambiado en una zona apartada de nuestro improvisado asentamiento, pero estaba a muy poca distancia de ella. Dibikad se había encargado de vigilar que nadie se aproximaba a espiar. Que apareciera con la cabeza gacha, cortés, fue uno de aquellos comportamientos tiernos tan propios de él. Del hombre del que me había enamorado.

—Sí, está visible —respondió—. Estoy aprendiendo a anudar un corpiño.

Vi su discreta sonrisa antes de volver a ponerme de espaldas. Hasta Dibikad debió de advertir mi instantáneo nerviosismo.

—Entraña cierta dificultad, chico —se acercó un poco. No se ofreció a relevarle—. Has de cruzarlas.

Por medio de sus indicaciones, mi cintura quedó estrechada. Namid no me había ni tan siquiera rozado, pero me sentía alterada.

—Lo has apretado como un experto —me situé la palma de la mano sobre el esternón para ayudarme a respirar.

—¡Por los ancestros, nishiime! —exclamó al estudiarme de frente. El conjunto quedaba tan ceñido que mi figura había pasado de tabla de madera a viola da gamba, curvilínea y con los senos aplastados casi en la garganta—. ¡Ahora ya entiendo a las blancas!

Los colores de las mejillas se me encendieron, al compás de una risa modesta. Namid estaba tieso como un cadáver, sin saber dónde mirar, pero sabiendo exactamente qué mirar.

—Calla —le empujé—. Si supieras lo incómodo que es, no lo alabarías.

—La coquetería a veces no es cómoda —repuso, divertido.

Miré a Namid de refilón. Se estaba rascando el cuello, pendiente de los árboles de alrededor.

—Me arriesgaré con los mocasines. Al menos hace demasiado calor como para que alguien critique que no lleve medias.

—Waaseyaa, nadie va a mirarte los pies.

Sus ojos circularon por mi pecho, levantando las cejas.

—Por favor, Namid, llévatelo de aquí —me reí.

Él intentó sonreír.

—Voy a dar una vuelta —le anunció. Mano Negra sabía que no podía aparecer delante de los chicos sin mí o sin su jefe. Esperaría en los alrededores para que no pudiera levantarse sospecha de que estábamos a solas—. Avisadme cuando estéis listos.

Waaseyaa (III): Despierta en llamasWhere stories live. Discover now