Agaasate - Una habitación pequeña

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Era hora de irse a dormir, nadie podía hacerlo. A pesar de que la hostilidad inicial no había desaparecido, el grupo en su totalidad presentó sus respetos a Namid. Él insistió que Motega, al haberse hecho cargo de la situación, era el que debía ser honrado. El hurón se negó, asegurándole que por supuesto que no perdería su posición preponderante para la toma de decisiones, pero que estaría a su servicio como un segundo al mando, entregándole su consejo y armas.

—Tendrás que convencerles de que merece la pena seguirte —le aconsejó sin tapujos, refiriéndose a la desconfianza de los que ya habían pasado a formar parte de la causa—. ¿Mi prima sigue con vida?

Aquella pregunta fue lo último que oí antes de dejarles a solas. Era una reunión privada entre ambos, aunque estuvieran a la vista de todos, y nadie osó inmiscuirse: nos alejamos una decena de metros, encendimos otra hoguera y les entregamos parte de nuestros alimentos y agua. Los devoraron con ansia. Minutos después, las conversaciones banales surgieron entre los recién llegados y los anfitriones de arcas vacías. Dibikad se aseguraría de contarme lo que averiguara, así que decidí actuar por mi cuenta, no por estrategia, sino por nostalgia. Liwanu interrumpió su mirada inquisitiva a Namid para observar cómo me levantaba, en dirección a las mujeres que estaban esforzándose en ofrecernos un refrigerio. La tirantez de sus espaldas fue la bienvenida.

—¿Puedo ayudaros? —aparecí, conciliadora. Me impactó cuánto deseaba ser aceptada por ellas, no me había sentido así desde la infancia. Quería que me acogieran y me entendieran. Ellas podían entender—. He sido una maleducada, no me he presentado. Mi nombre es Waaseyaa Clément.

—Ya sabemos quién eres, Waaseyaa Clément —contestó una por encima del hombro. Las demás se miraron, inseguras—. Eres la piel pálida que fue capturada por proteger a Honovi de Webs. Ella formaba parte del poblado de Diyami, ¿no la recuerdas? —la señaló.

Me fijé en el desamparo de sus pupilas. Aparentaba mi edad, quizás menos: era imposible estar segura con aquellas quemaduras en la entrada del pelo. La parte izquierda de su cráneo era una costra rosada y desigual, calva. "No recuerdo quién es, maldita sea", me avergoncé. Los días en los que conocí a Halona fueron tan dolorosos para mí que nunca hubiera podido guardar en mi memoria a las gentes que convivían con ella.

—Fueron momentos convulsos. Intenté salvaros de la mejor manera que se me ocurrió —me dirigí a ella, culpable.

—Hay personas que no pueden ser salvadas, Waaseyaa Clément —replicó la primera, su líder.

"A veces es demasiado tarde para pagar su precio", completó Thomas Turner.

—Déjala estar —intervino la embarazada a mi favor—. Solo quiere ser amable con nosotras.

Su rechazo me afligió por encima de lo esperable. La soledad sería interminable.

—No pretendo molestaros —me adelanté a sus acciones, fueran estas agradables o no—. Esas plantas de ahí son comestibles. Nos hemos alimentado a base de ellas, les gustarán. Me alegro de haberos encontrado. Iré a ver si necesitan algo de mí.

En cierto modo humillada, me marché. Liwanu se alertó por la brusquedad de mis formas al darles la espalda. No tuve tiempo de regresar junto a Dibikad, ya que Motega me llamó para que me aproximara. Namid estaba inquieto cuando llegué.

—No podía esperar a presentarle mis respetos a la guerrera Waaseyaa.

Se puso en pie, sonriente, y me estrechó las manos. Todavía no me había acostumbrado al miedo que me producía que me tocaran sin permiso: ansiaba huir de las posibles visiones.

—Siéntate con nosotros —me invitó. Sus pulcros modales, patentes en cómo esperó a que yo tomara asiento primero, me recordaron a mis clases de etiqueta—. ¡Es un honor estar frente a una guerrera como tú! ¿No es apasionante, Namid? Una guerrera que creíamos muerta y que regresó, tal vez sí de entre los muertos, para dar la vida por Honovi.

Si él albergó incomodidad por los halagos de Flecha Nueva, los reprimió en una media sonrisa.

—Es la segunda al mando de Ishkode. Su mejor alumna. Sin ella no estaríamos donde estamos —dijo.

Confié en que las pinturas faciales, difuminadas de cualquier manera por el sudor, ocultaran el rubo de mis mejillas.

—Estoy seguro —volvió a sonreírme—. Diyami no pudo retenerte, pero si lo hubiera hecho, lo más probable es que hubieras acabado siendo pasto de las llamas. Los soldados te buscaban, desesperados.

"Diyami me expulsó del poblado".

—Al final me dieron caza —musité, irónica—. Su desesperación por acabar conmigo no escatimó en esfuerzos. Mi rostro es un recuerdo de su gran trabajo.

Namid no doblegó la incomodidad en aquel segundo asalto. Puede que Motega no la percibiera, pero yo le conocía demasiado para que su intensa mirada sobre las cicatrices pasara desapercibida.

—En estas tierras, nadie deja las ofensas sin vengar. Menos aún los malditos ingleses.

Me agradó que el hurón no se compadeciera de mí.

—Has tratado con ellos por lo que veo —le devolví la sonrisa por primera vez.

—Oh, sí, y tanto. Somos viejos amigos —asintió—. Somos íntimos amigos.

—Tenemos un reencuentro pendiente entonces.

—Esas cicatrices de tu cara les acosarán en sueños hasta que les devolvamos el golpe. Les acosarán en el infierno, te lo aseguro.

Namid prorrumpió, calmado en la superficie, violento en el interior:

—Liwanu se ofenderá si no le hacemos llamar también. Podrá contarte con mayor detalle la situación de Nahuel.

Motega captó la aspereza con la que había arrancado de cajo nuestro tema de conversación, mas guardó para sí su opinión.

—Por supuesto, por supuesto —accedió, levantándose para llamarle como había hecho conmigo—. Espero que podamos estrechar lazos, Waaseyaa.

Me ofreció la mano para ayudarme a subir y la tomé.

—Siéntete en tu hogar. No poseemos mucho, pero también es tuyo —su sonrisa era abierta, rebosante de agradecimiento. Podría ser una farsa, no obstante, no la cuestioné, desesperada por enterrar el rechazo de minutos antes—. Algunas mujeres duermen en los pocos tipis que hay, puedes unirte a ellas si lo deseas. Namid, tú ocuparás mi tienda, dormiré al raso.

"Me odian".

—Ni hablar —se escandalizó Namid—. No pienso arrebatarte lo que te has ganado.

Acababa de soltarme la mano y dijo:

—Al menos permíteme que la compartamos. No puedo dejarte tirado en la intemperie mientras yo descanso cómodamente, ¿verdad que sí, Waaseyaa?

Perdida en mis pensamientos, tardé unos segundos en regresar. Flecha Nueva estaba expectante por mi contestación, de buen humor, mientras que Namid hubiera pagado por echarme de su tête-à-tête, estaba convencida de ello.

—Os dejaré pelearos por la mejor habitación —bromeé, cumpliendo mi papel—. He de dejar mis pertenencias en la mía. Que descanséis. Hasta mañana. 

Waaseyaa (III): Despierta en llamasWhere stories live. Discover now