Gwayakoshkaa - Ella camina en el rumbo correcto

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El campamento se llenó de júbilo al saber que poseíamos un rumbo y, si superábamos las largas semanas de travesía a escondidas por los Grandes Lagos, podríamos reunirnos con los nuestros. El asentamiento de Inola, habiendo sido informado del refugio de los cuatro grandes jefes, se trasladó durante el verano a las Montañas Swatooth, nuestro destino. La asamblea de los cinco se celebraría tras la cosecha de trigo, en las postrimerías de la primavera.

—Allí somos intocables.

Era un paraje de difícil acceso, no solo porque había que cruzar el Lake Superior de parte a parte para alcanzar la costa norte —tarea que solo un experto en navegación con pequeñas embarcaciones podía lograr—, sino porque aquella zona había sido hegemónica de las tribus desde la llegada de los primeros colonos. Era vasta, peligrosa, y llena de escondrijos que los que habían nacido y crecido entre sus sinuosos bosques y corrientes conocían como la palma de su mano. Era el único bastión que nos quedaba. Todavía resistía.

—Es una muestra de poderío.

Los hurón y los ottawa la habían defendido a capa y espada durante décadas, masacrándose entre ellos si era necesario. Tras la adhesión de estos últimos al bando de Jorge II antes de la guerra, las huestes de Nahuel habían logrado obtener la porción noroeste. Las cordilleras, que se extendían desde Duluth a Thunder Bay, se habían convertido en un territorio de soberanía inglesa, a pesar de que una amplia extensión del lago estuviera geográficamente situada en el lado francés.

—Es un lugar perfecto. La frontera de Minnesota siempre nos ha traído buena suerte.

Sin duda, prometía mejores garantías no cruzar a Ontario, puesto que los británicos habían creado una relación de cierta dependencia con los indios en materia de intercambios comerciales y, hasta los últimos tiempos, no se habían atrevido a inmiscuirse en las sangrientas guerras civiles que habían mantenido las tribus de los lagos, siempre y cuando se mataran entre ellas. Con una situación de alianza entre la confederación de las que habían luchado en el lado francés, el gobierno había dejado de mirar con buenos ojos su independencia, sin embargo, les llevaría años y numerosas bajas conseguir expulsar a los nuestros del todo, nunca lo habían acometido con éxito.

—Son estupendas noticias.

Ishkode estaba contento, ya que una parte de sus preocupaciones habían sido saldadas de un plumazo, pero era inevitable para mí cierta sensación de desasosiego. El paradero de Honovi no aparecía como tal en ninguna misiva. Se le nombraba brevemente en una de ellas, con fecha de diciembre de 1761, asegurando que había sido encerrado en el cuartel general de Quebec, a la espera de juicio público. En la misma oración se insinuaba que, para evitar un asalto, era probable que fuera trasladado más allá de la Bahía de Hudson, en las tierras nevadas del oso, un desierto blanquecino donde el desamparo era compañía y los peores delincuentes se consumían. "Al menos está vivo", pensé.

Era difícil extraer demasiada información de los sobres del gobierno incautados por Roger McGregor —no así de los de Nahuel—, puesto que el ejército no había abandonado el empleo de un código secreto desde que estallara el conflicto con Nueva Francia y, en su mayoría, se refería a los insurrectos que pedían la independencia de la corona, no a los indígenas. Evidenciaban que no les era ajena nuestra colaboración con los rebeldes, ni que nos hubiéramos reforzado en la retaguardia, mas no tenían ni idea de dónde estábamos. Como consecuencia, sus ofensivas a los nuestros habían recaído en los inocentes poblados: se habían llevado a cabo más expulsiones forzosas y la aprobación de leyes frescas había aumentado el racionamiento de víveres hasta la hambruna, la prohibición de la caza fuera de los minúsculos límites en los que podían vivir y el secuestro de niños para encerrarlos en escuelas católicas.

—Partiremos mañana. Las lluvias borrarán el rastro.

Onawa estaba encargándose del equipaje en nuestra tienda. Meditabunda en las dependencias de Ishkode, este andaba de aquí para allá, quemando las pertenencias que habían dejado de servirle. Habíamos abandonado el campamento de Inola hacía exactamente un año y, aunque no lo expresara, yo estaba impresionada por la persona que se había ido y la que volvería a reencontrarse con ellos.

Con Namid.

—¿A qué se debió tu nerviosismo al oír el nombre de Edward Jones? —comentó, ocupado, aunque siempre alerta.

Su pregunta me sacó de mis ensoñaciones. Había decidido contárselo, así que respondí sin rodeos:

—Te conté que había matado a algunos de los culpables del asesinato de Antoine en Inglaterra, por los que Namid fue culpado, ¿recuerdas? —él me prestó atención. Tuve que estirar el cuello para mirarle—. Edward Jones es el que falta.

Sus ojos chispearon.

—¿Edward Jones estuvo involucrado en...?

—Fue el que organizó la captura de Namid. Y la mía también. Y la de Antoine.

La paliza que me había dado en aquella habitación de la posada era un recuerdo borroso. Cómo me había expuesto con distante desprecio que no era lo suficientemente fuerte. Su asquerosa sonrisa en el calabozo, su chantaje.

—Me venció entonces —musité.

—¿Te enseñó sus trofeos?

—Sí. Me enseñó varias cosas —ironicé—. Abandonó Inglaterra poco después que tu hermano.

—Es un ser despiadado, de los peores hombres a los que me he podido enfrentar. No hay río que pueda lavar la sangre que ha derramado. Centenares espíritus de nuestros hermanos y hermanas fueron destruidos por él. Es muy probable que regresara por orden del gobierno. Es una apuesta segura para aplastar nuestra guerrilla. Puede que hasta Namid, no de forma directa, le diera pistas sobre lo que estaba ocurriendo aquí.

—Me gustaría encargarme de él. Cuando llegue el momento.

El tono decidido de mi voz atrajo su vista hacia mí. Advertí cómo sorteaba las barreras de mi pensamiento, con el objetivo de descifrar el cariz de mis sentimientos. No obstante, él me había enseñado a preservarlos bajo llave.

—Por supuesto —no titubeó—. Tú eres quien debe encargarse de ese hijo de puta. Es todo tuyo, Waaseyaa. Solo me gustaría que me dieras su cabeza para clavarla en una pica y colocarla a la entrada de mi tipi. Quedaría perfecta. 

Waaseyaa (III): Despierta en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora