Gwech - Suficiente

503 102 96
                                    

—¿Cómo?

El sol de la tarde, que en cualquier rostro hubiera adquirido el tono del agua bajando sucia, embarrada, reflejado en su piel de perfil exhumaba la pequeña cicatriz de su párpado izquierdo quebrando una luz que no podía apagarse. La vi cuando parpadeó, lentamente, al escuchar desvelarle el secreto y cruzar las décadas con la intensidad de su mirada y el titubeo de su mano bajo la mía.

—¿Qué has dicho?

Quería decirle tantas cosas. El aire pendía en aquellas manos.

—Métisse está embarazada.

Me permití una sonrisa, aunque estuviera domesticada. Sus cejas se fruncieron para después relajarse, consternadas y sensibles.

—Sé que es pronto para estar seguras, pero una mujer lo sabe.

Namid ya no estaba pendiente de mis palabras. Rompió el contacto físico y se levantó, dándome la espalda.

—¿Quién posee esta información? —inquirió, reflexivo.

La responsabilidad, por supuesto. ¿Cómo olvidarla?

—Las chicas. Ishkode, claro. Debía ser el primero en...

—¿Quiénes son las chicas?

Detestaba que no se diera la vuelta. Me daban ganas de cogerle del brazo y obligarle a encararme. Todavía estaba acariciando a la yegua y noté que su respiración se ordenaba, aunque gemía.

—Onawa y Wenonah —respondí, poniéndome de pie—. Tranquilo, sé que debe ser un secreto. Métisse no quiere anunciarlo por el momento. Es algo que deben decidir ella e Ishkode, cuando consideren. Onawa y Wenonah son mis amigas, nos apoyamos las unas a las otras incondicionalmente.

¿Por qué motivo el anuncio de dicha noticia debía provocar un acercamiento entre ambos? ¿Por qué lo había anhelado?

—¿Por qué me lo has contado a mí entonces? —me miró, de frente.

Si dudaba más de lo debido. Si...

—Ibas a enterarte de todas formas.

—¿Por qué necesitabas contármelo? —reformuló.

—Porque eres mi amigo.

Supe que había cometido un error de principiante al instante, pero las palabras ya habían salido de mi boca.

—Yo no soy tu amigo, Catherine.

—No, no lo eres, Namid.

—¿Por eso no me cuentas lo que pasó cuando estuviste cautiva y ya no recurres a mí cuando estás triste o feliz?

También supo que había cometido un error de principiante y apartó la vista, apretando la mandíbula.

—No puedo contarte lo que pasó —musité, frágil.

—¿Por qué sueno tan egoísta? —suspiró, maldiciendo a la hierba bajo sus pies.

—Porque quieres fingir, como yo. Quieres fingir que, al menos hoy, no hay responsabilidades que cumplir. ¿Por qué crees que no he podido evitar contarte la noticia? ¿Por qué crees que te he cogido la mano cuando está prohibido?

—No está prohibido, Catherine —se alteró.

—Sí lo está, Namid. ¿Crees que no sé por qué estás a punto de llorar?

La taza de porcelana flotaba, a punto de estrellarse, como en el salón de nuestros recuerdos.

—No puedes saberlo —aguantó, pero la voz le tembló.

—Que Métisse esté embarazada significa, cuando el asentamiento se entere y los cinco bendigan la concepción, que Halona no lo está. Reitera que estás fracasando y que la alianza peligra. Aunque te sientas contento por ellos, no puedes evitar pensar en tu situación, por eso también te calificas de "egoísta". Es una buena noticia y tú no puedes alegrarte tanto como deberías porque solo puedes pensar en que tú deberías de ser el que anunciara a los cinco que Halona está embarazada. Pero no lo está. Y cada día que pasa, la soga se aprieta más alrededor de tu cuello.

Consiguió aguantar.

—Y no es solo eso. Te preocupa el futuro de la criatura. Seamos realistas: el heredero de Ishkode siempre estará en peligro. Su sangre siempre será una amenaza, siempre estará perseguida. La mayoría de nosotros vamos a morir en combate. Dudo que Ishkode lo vea crecer. ¿No es irónico sentirte tan contrariado por un nacimiento y al mismo tiempo tan pletórico? Cuando te he cogido de la mano, casi sonríes. Casi sonríes, a pesar del miedo. Has sido feliz imaginando que vas a ser tío. Tu hermana me dio una lección esta mañana. ¿Es un delito aferrarte a esos segundos de humanidad? Que nos sacrifiquemos no implica que no seamos personas, maldita sea. A veces debo estar tan a la altura que me olvido de que tengo corazón —la emoción me sobrecogió—. Y eso es tan triste. Es tan triste que los seres humanos tengamos que convertirnos en monstruos para garantizar nuestro lugar en el mundo. Ya he asumido que no merece la pena malgastar fuerzas en lamentaciones. Pero soy una persona, tengo corazón, aunque haya de olvidarlo. Por ellos. Por los niños. ¿Quién los cuidará? Porque el amor no es suficiente. Si lo fuera, no estaríamos matándonos a tiros los unos a los otros. El amor no es suficiente aunque me ahogue. El amor no es suficiente si, a unas cuantas millas de aquí, aldeas se mueren de hambre y hay hombres que viven a costa de barcazas de seres como tú y como yo, como ellos, pero que están encadenados. No es suficiente si una mujer no puede optar ni a saber escribir su nombre y las niñas no pueden soñar porque, ¿cómo iban a hacerlo si sus fantasías solo pueden ser del tamaño de una ventana que asoma al mismo escenario vetado día tras día? El amor no es suficiente, Namid, si no logro que puedas entrar a un concierto de cámara sin ser echado a patadas por tu apariencia. Por mucho que en ocasiones me sienta tentada por correr por la puerta de atrás, por quedarme en aquella habitación en la que fui dichosa y el mundo dejó de importar porque estabas conmigo y me tocabas, por quedarme allí y no salir jamás, sé que no puedo.

Lo intenté con ahínco, pero las lágrimas me cayeron por los cardenales, suaves. Namid podía contenerlas, a pesar de que pudieran arder incluso más que las mías.

—Lo que pasó en ese calabozo es...

Tuve que detenerme. Me mordí el labio. Él se acercó, poco a poco.

—Lo que pasó en ese calabozo es lo que le pasa al mundo mientras los ciegos miran, pero no pueden ver —fue imposible mantenerle la mirada—. Lo que pasó... —me dolía el pecho, sentía los tentáculos por la figura, gangosos. ¿Cómo iba a permitir que otro hombre me tocara? —. Tú has sido el único que me has abrazado sin hacerme daño.

Estaba a punto de hacerlo, pero respetó mi espacio. Sus pupilas húmedas calmaban mi sed.

—Quiero que vuelvas a ser mi amigo, pero eso es una completa estupidez.

Con ternura, me levantó el rostro para que le mirara. No quitó su cálida mano de mi mejilla. Ninguno de los dos admitió que habíamos pensado en nuestros posibles hijos al hablar sobre Métisse. Era inevitable soñar. No podían arrebatárnoslo. Estaba sonriéndome como antaño.

—Estoy asustada.

—Y yo.

—Tengo miedo de fallar.

—Fallarás, pero volverás a levantarte. No tienes por qué hacerlo sola. Siempre estaré contigo. Solo tienes que darte la vuelta, observar a tu alrededor, y me encontrarás. Verás mi mano. Solo tómala y te empujaré hacia el cielo.

Su abrazo llegó oportuno, siendo algo brusco, pero tierno. Podía abarcarme entera. Nuestros cuerpos no se acababan, eran la extensión de las estrellas vigilantes.

—Gracias por comunicarme la noticia. Verte sonreír es...

Advertí la cantidad de reprimidos sentimientos que Namid ocultaba durante todas nuestras conversaciones. Por mucho que los escondiera, estaban tan a flor de piel en el murmullo de su voz mientras me abrazaba, que los sentía besarme. Empezaba a estar lista: no lo amaba porque pudiera estar con él. ¿Qué me importaba ser entendida?

—Serás un tío excepcional. Saldremos adelante, Namid.

—Siempre estaré contigo.

Waaseyaa (III): Despierta en llamasWhere stories live. Discover now