Ayaangwaamim - Una advertencia

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La reunión de los cinco se alargó horas y horas. Caída la tarde, el campamento estaba inquieto y los ánimos belicosos. Ishkode se había quedado a cargo de Métisse, bajo las directrices de Onawa, y, sabedora de que no debía buscar a Namid por mucho que quisiera y que él no deseaba ser buscado, me propuse averiguar qué estarían tramando Wenonah y Dibikad. Obedecí a mis instintos y me dirigí al riachuelo. Dos jóvenes estaban trajinando con los canastos, lanzándose el agua como si se tratara de bolas de nieve, bajo el atardecer que se perdía en el horizonte.

—¡Nishiime! —gritó Wenonah al verme.

—¡Un día vas a tirarme al suelo! —me quejé de buena gana cuando me abrazó con todas sus fuerzas—. ¡Me estás mojando!

—Así te refrescas —me sacó la lengua—. ¿Se ha enterado ya de la noticia?

Mano Negra, que estaba caminando hacia nosotras un poco avergonzando al haberle encontrado en aquella estampa tan adorable, intentó disimular que no sabía nada del embarazo y encarné una ceja.

—Wenonah, era un secreto —la regañé.

—¡Dibikad es de fiar! ¿A que no vas a decir ni una palabra? ¿A que sí? Porque si lo hace le cortaré las pelotas.

—¡Wenonah!

—Soy una tumba, Waaseyaa, lo juro —aseveró, sincero—. Además, no quiero quedarme sin mis pelotas.

Ella le propinó un capón y no pude aguantarme la risa.

—Menudo par de problemas que sois —bufé—. Por favor, es un secreto, hablo muy en serio.

Los dos se pusieron rectos, al igual que dos soldados, y me esforcé para no romper a reír. En cierto modo comprendí por qué había tenido la necesidad de contarle la noticia: a mí me había ocurrido lo mismo con Namid.

—Por cierto, ¿habéis hecho las paces?

Al unísono, se ruborizaron. "¿Qué tenemos aquí? ¿Wenonah colorada?", capté al vuelo.

—Le he puesto los puntos sobre las íes. Le hacía falta —refunfuñó ella.

Había desviado el gesto para decir aquello, por lo que no se dio cuenta de que Dibikad estaba mirándola de perfil, con una sonrisa bobalicona. Solo faltaba que se le cayera la baba.

—Es importante que estéis más unidos que nunca. Se avecinan semanas turbias. Debéis confiar el uno en el otro. Los miembros del campamento pueden ser vuestros compañeros de armas, mas ello no implica que no puedan ser vuestros enemigos cuando llegue el momento. No regaléis vuestra compañía ni confidencias a extraños.

—¿Crees que partiremos a la guerra pronto, Waaseyaa? —preguntó Dibikad.

—No os impacientéis. Una vez partamos, no podremos volver.



***



El sudor empapaba la ropa, debía detener el entrenamiento. Me puse los mocasines, puesto que había practicado pelea cuerpo a cuerpo y gustaba de hacerlo descalza sobre la hierba húmeda, para después guardar la pequeña daga en el tobillo. Había logrado una forma de procurar que las lágrimas salieran por cualquier parte del cuerpo, menos por los ojos. Los tambores habían repicado: la reunión de los cinco había llegado a su fin. Honovi estaba cada vez más cerca. 

Waaseyaa (III): Despierta en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora