01. La Ambrosía de la Bruja.

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La Ambrosía de la Bruja.

La Ambrosía de la Bruja

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KALENA

Servicio, lealtad y devoción.

Había dado todo, hasta que no quedó nada por dar.

Primero a la Casa de Vaestea, sirviendo como fórea y rindiendo culto a los dioses, luego a Ciro, adorando todo de él hasta que terminé por asfixiarme.

Luego estaba ahí, a la deriva, fingiendo que no solo conocía el rumbo hacia donde iría, sino que sabría cómo guiar a un pueblo hasta ese destino.

Tras la ventana, la ciudad de Aessi, con sus picos negros y altos, encastrándose en la roca negra, y bien resguardada por el mar tormentoso,
era un recordatorio constante de a lo que me enfrentaba. Les había enviado ya dos cartas desde mi llegada, a riesgo de lucir desesperada, ellos no habían respondido a ninguna.

Me enderecé con la entrada de los dos guardias, ambos llevaban el uniforme azul por los colores de Kanver, aunque su lealtad antes había estado con el ejército del Imperio.

──Su alteza.

Los hombres se colocaron de rodillas, a cada lado del cofre.

──Es un regalo del señor Aranea, pide que acepte esto como muestra de su aprecio.

Dejé de respirar un momento, luego lo hice muy rápido, abrí las ventanas en busca de aire, aunque sabía que la acción no serviría para solucionar mi problema.
Las ansias y la sed me quemaban debajo de la piel, formando un nudo de espinas, el hambre escalando por mi cuerpo. Ignorarlo no era más que cerrar los ojos ante un estallido inminente.

──Se lo agradezco, comuníquenle que su regalo fue bien recibido.

Ellos asintieron uno al compás del otro, luego se retiraron con la mecánica precisa de un soldado.

──¿Sabes lo que es eso?

Sela era siempre frontal y ácida, con un comentario sagaz picando en la punta de su lengua. Había viajado desde muy lejos, desde la ciudad de Valtra, huyendo de un matrimonio consertado y de la opresión que sufría. Gustaba de alzar su voz e inmiscuirse en cada tema donde no era llamada.

Había decidido dejar la cuna de su familia para integrarse al cuerpo de soldados en busca de cualquier oportunidad, y luego había sido ella la que se ofreció a ser mi sastre personal.

──Puedo tener mis sospechas.

──Pues te lo repito ──pronunció entrando completamente en escena, movió un ademán teatral hasta el cofre──. Eso de ahí, es el precio que le quieren poner a tu vagina.

──Serela ──la reprendí.

Ella podía no tener problemas, pero yo todavía recordaba mis instrucciones como fórea, y las largas charlas sobre el decoro y el recato.

Los Pecados que Pagan las BestiasWhere stories live. Discover now