24. El precio de la paz.

1K 95 119
                                    


El precio de la paz.

El precio de la paz

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


CIRO

Cuando llegué a mi recámara, me encontré con Herschel leyéndole un libro a Astra mientras ella afilaba una daga junto a la chimenea, no parecía pronta a dormirse, pero su institutriz ya estaba babeando en el diván al calor del fuego.

Herschel detuvo la lectura al verme.

──Puedes ir a descansar.

Por un momento vi las palabras luchar contra sus labios, hizo bailar su barba como si pensara una forma correcta de preguntarlo.
Finalmente, fue prudente y se despidió con un leve asentimiento.

──Y, Herschel, gracias ──lo despedí antes de que saliera por la puerta.

──Señor, si todavía puede pensarlo…

Negué, dándole la espalda, ocupando el asiento que había dejado, zanjando el tema.

Un momento después escuché la puerta de la antesala cerrarse.

Él no creía que fuera justo que yo fuera a ejecutar a los soldados en guardia que permitieron que Vaetro se robase a Astra, yo no creía justo que mi hija se convirtiera en otro botín más en medio de la guerra.

Me fregué los ojos, pensando, preguntándome nuevas formas de acabar con un lisiado.

──Siempre estás cansado.

Apoyé mi mentón en el puño para observar a Astra, seguía afilando la daga, aunque era más que seguro que ya podría cortar un hilo en el aire.

──Creí que ya dejamos en claro que volverías al entrenamiento con espadas de madera.

──Esta no es una espada ──prosiguió con concentración.

Tendí mi mano para que me la diera, me miró sobre el hombro, siguió un momento más, luego obedeció.

──¿Dónde está Agar?

──Mamá no viene.

──Ya te dijo que no le llames así.

Mi madre solía decirme que odiaba mi altanería desde que era un niño, porque si intentaba poner mano firme la miraba como si estuviera volviendo a su lugar a un subordinado cabeza dura y no a su madre.

Podía entender su disgusto, Astra tenía la misma soberbia al mirarme.

──¿Y tú qué? ¿Tampoco puedo decirte papá?

──Ven, As.

A regañadientes, ella se acercó y la acompañé hasta la cama, se acomodó justo en el medio, de modo que Agar no tendría más remedio que quedarse junto a ella.

Los Pecados que Pagan las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora