08. La Doncella de Blanco.

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La Doncella de Blanco.

La Doncella de Blanco

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KEIRA

Luego del incidente de la noche anterior, Ciro Beltrán se había encargado de hacer todo un espectáculo con la ayuda que los Derkan brindarían a Valtaria.

La Legión Negra había tardado solo tres días en cruzar las puertas de la ciudad, siendo recibidos como héroes de guerra. Un desfile de negro como humo sobre las calles de la ciudad, como cuervos llegaban para repartir su parte del botín.

Los observé tras la ventana del Palacio, el mismo donde la familia Sinester nos había acogido desde el incidente en el teatro, el hijo del príncipe Aeto estaba desaparecido, había sido tomado por rehenes parte de una logia y la caza para su búsqueda recayó en manos de nuestro ilustre capitán.

──Podemos bajar a ver el desfile, si quieres, no eres una prisionera.

El frío se coló debajo de mi albornoz, como si la presencia de Agar no fuera sino la de un fantasma, con la misma facilidad se infiltró en mis aposentos sin que lo notara.

Estaba segura de que su aparición se debía a mi negativa de seguir sirviendo a la pantomima del Cuervo, siendo que rechacé el vestido con el emblema de su casta, a modo de protesta.

Ella no se veía mucho más cómoda que yo en su vestimenta valtense, faldas demasiado infladas, con corsets tan ajustados como para saltar tu busto hasta el cuello.

Creaba una ilusión de curva perfecta, que no había visto ni siquiera en los retratos más idílicos.

──Si así lo crees, deberías comunicárselo a ese mugroso Cuervo.

Agar curvó una sonrisa en su rostro cálido.

──Ciro odia que lo llamen así, porque ese el apodo que se le da a todos los miembros de su familia.

──Animales carroñeros, tiene sentido.

Contrario a lo que supuse, una risa profunda se escapó de la tala.

──Creo que sí.

Ella aprovechó el momento en que me senté al tocador para comenzar a cepillar mi cabello, nunca lo había tenido tan largo, dos palmas por debajo de mis hombros.

Incluso fuera del corte establecido de Kanver, no iba a someterme a los rebuscados peinados valtenses.

Como si hubiera percibido un intruso, Anuk se acercó a olisquear las faldas de la tala, y ella le acarició la cabeza de forma despreocupada.

La observé con una ceja en alto.

──Si el Cuervo te envió a espiarme, pierdes el tiempo ──advertí con la petulancia dedicada a los importunios──. No creo ninguno de tus gestos de falsa amabilidad, y sé que tú tampoco piensas que voy a aceptarlo.

Los Pecados que Pagan las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora