14. Las Dos Caras de un Cuervo.

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Las dos caras de un Cuervo.

Las dos caras de un Cuervo

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AGAR

Años atrás.

El Sol ardiente del desierto era una fuerte amenaza sobre nuestras cabezas, quemando con la fuerza que el Arakh se creía reservaba solo a sus férreos oponentes.

Abrí de forma leve la tela de la caravana, solo para notar que todavía nos faltaba un largo camino.

──Por favor, mantengase a resguardo, prezerpina.

Obedecí, a regañadientes, odiando tener que estar sujeta a las ordenes de un montón de soldados.

La verdadera prezerpina estaba a leguas de ese desierto árido, resguardada en la seguridad de los altos muros del palacio de Bella Luna, una de las provincias sujetas al territorio de Fajrak, pero yo estaba por llegar a la gran capital, lista para  ser desposada por algún noble imbécil que aceptara la mano de la princesa y el favor de Escar.

Era solo una idea para darle fuerza a la facción del Sae, el reconocimiento de la corona imperial de Escar y su apadrinamiento contra los países que quisieran avecinarse, además de que eso desacreditaría la autoridad de las guerrillas del derrocado Von Kalveth.

Mi intercambio por la princesa había sido clara idea de Ciro, en un intento por desenmascarar al traidor que había cometido un intento de asesinato y también descifrar a sus posibles pretendientes.

Tendría semanas de cortejo, en las que debería entrar en la mente de los líderes que habían sido capaces de asistir.

Cuando ingresé al palacio, la comitiva que me acompañó fue puesta en la zona preferencial, el pico más alto del palacio, el mejor protegido (y vigilado).

Eso no impidió que cuando ingresara, embriagada por el lujo devoto de los aposentos, el capitán Beltrán no estuviera ya esperándome en la gran recámara.

──Mi señor ──le realicé una reverencia.

Pese al calor, él no dejaba su traje de la Orden Derkan, el negro y rojo que diferenciaban al capitán de la guardia.

Yo bajé el velo que protegía mi cabeza del Sol, deslizando mis manos por el vestido de un azul intenso, con brocados de oro y gemas preciosas para la princesa.

Todo parte del mismo acto.

El capitán Ashkan me observó en silencio.

Tenía el mismo porte de su hijo, pero la edad lo había curtido con una fiereza astuta, su mirada mucho más profunda y melancólica.

──Imagino esto fue idea de mi hijo, en Ciatra me informaron que habías partido en su caravana.

Me pregunté porqué se había tomado la molestia de preguntar mi paradero.

Los Pecados que Pagan las BestiasWhere stories live. Discover now