25. Lealtad kanverina.

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Lealtad kanverina.
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«El honor está en la sangre».
credo de kanver.

KALENA.

Me perdí un poco en la melodía que invadió el pequeño jardín, Nivea se encontraba acostada a mis pies mientras me permitía acariciar su pelaje de escarcha, la bestia atenta a la canción que caía de mis labios.

Aun recordaba cada palabra, cada estrofa, por un momento podía imaginar que estaba en la casa de Vaestea, que en cualquier momento entraría antra Aida a ordenar que dejara de cantar, me reprocharía para compararme con un ente lamentándose.

Siempre me dijo que mi canto sonaba como un lamento, pero luego me elegía para entonar las ceremonias, así que debía tomarlo quizás como un halago.

Un movimiento en el agua me advirtió que ya no estaba sola, sobre el estanque artificial, su superficie rodeada de flores y piedras, podía observar hilos de humo negro hasta tomar la forma de una sombra densa y oscura.

Sisearon mi nombre en un su propio cántico.

De un momento a otro Nivea estaba en guardia, pero se calmó cuando los pasos se acercaron y alzó la cabeza a quien había llegado.

Killian.

Ella todavía era reticente a su presencia, en ocasiones, pero incluso yo notaba la forma en la que lo esperaba cuando no estaba a la vista.

──No sabía que cantabas.

Alcé la mirada para verlo acercarse con su bastón, Blak lo guió hasta llegar al borde del estanque, me puse de pie para recibirlo, junté ambas manos sobre mis faldas, sin saber qué hacer.

──Tienes una hermosa voz.

──Killian ──dejé que la rotundidad en mi voz fuera clara.

──Era el trato.

──Sí, dijiste que si no lograba convencer a Ciro de ceder, lo harías a tu modo, no me dijiste que tenías secuestrada a su hija.

──Estaba mejor cuidada que con su padre ──reparó──, el objetivo nunca fue ella, sino Varratrás, quiero que pague.

Y lo haría, ya quedó demostrado que no había ninguna forma de recuperar la paz, no por las buenas, si su hija no era suficiente razón para recurrir a un tratado, nada lo haría.

──Ciro prometió que no haría nada hasta el fin de la Luna de Sangre, pero sabes que no podemos fiarnos.

──Heletrar fue por mi hermana ──sonó reticente──, nos iremos antes del alba.

──Bien.

Killian intentó irse y sostuve la manga de su chaqueta.

──Naaz zelenskà.

──No quiero perderte, Killian.

──No lo harás, él no es capaz de hacerme frente.

Aplané los labios, sin encontrar la forma de explicarme a través de la incertidumbre.

──De perderte a ti ──sentencié, acalorada por la contundencia de mis palabras.

Agaché la mirada, buscando envalentonarme para continuar el discurso, pero decidí dejar mis palabras en el aire. Tácitas.

No podía permitirme perder al hombre que se acercó a ayudarme en Escar cuando a nadie más le importó. No al que se arriesgó para salvar a la que consideraba su hermana, del que volvió a ayudarme una vez más y abrirme los ojos cuando estaba aletargada en mi propia oscuridad.

Los Pecados que Pagan las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora